Jorge Ospina Sardi
Los siguientes son los capítulos XXI, XXII y XXIII de la historia de aventuras La Caja de las Joyas titulados "Preferible Vivir a Morir", "El Destino es Travieso" y "Secreto a Voces". Capítulos anteriores y siguientes en los enlaces al final.
XXI) PREFERIBLE VIVIR A MORIR
—¡Tigre!
—¡Enri!
—¿Compraste esta casa? —Gatopardi entendió al instante que debía desactivar la tensión. Lo peor sería un tiroteo entre sus asistentes y Luigi.
—No hago malos negocios —respondió Matarov.
—Bueno, quería asegurarme de que eras tú, Tigre. Hace tiempo que no te veo. La última vez fue cuando le vendimos a Kamisoto esas dos pinturas de Kandinsky que a ti te habían "regalado". Ja, ja, ja.
—Claro que me acuerdo, Enri. Bellas épocas aquellas, no como ahora, cuando intentas acaparar todas las utilidades.
—¿Y recuerdas cuando te presenté a Dasha y te enamoraste perdidamente? Tu primer y único amor, según me cuentan. Eso nunca te lo cobré, ja, ja, ja.
—Ay, Dios... Mi Dasha... ¿Por qué tuvo que morir? Enri, no sigas con estos recuerdos, haces mi tarea más difícil.
—Sí, Tigre. Bellos tiempos aquellos. Y no hay razón para que los actuales no lo sean también. Nuestra relación siempre fue excelente hasta que la Caja de las Joyas se interpuso. Pero ya que el destino nos puso frente a frente, resolvamos de una vez por todas esta ‘confusione’.
Para Gatopardi, la ‘confusione’ era resultado de la ruptura del acuerdo por parte de Matarov, pero sabía que no era momento de reproches.
—Estoy de acuerdo, Enri. Te pago el 40% y terminamos con esta ‘confusione’. Podemos hacerlo ahora mismo si me entregas la caja. Te hago esta propuesta en reconocimiento a los viejos tiempos.
Gatopardi dudó en mostrar sus cartas, pero no tenía opción. No sabía si Matarov tenía la caja ni qué podría pasar si estallaba un tiroteo. Nunca había estado en una situación tan comprometida. La casa estaba completamente revuelta.
—Trato hecho, Tigre. Me imagino que ya tienes la Caja de las Joyas. Es tuya. En aras de nuestra amistad, te la cedo con un 60% de descuento. Ocasión única, válida solo por dos minutos —dijo, mirando su reloj Cartier, famoso por ser uno de los más costosos del mundo.
—No te hagas el loco, Enri. Dame tú la caja. Me imagino que viniste a recogerla...
—¿No tienes la caja, Tigre? ¿No la encontraste en la requisa? ¿Dónde está el dueño de la casa?
—Ni tengo la caja ni al dueño.
—Entonces, ¿sobre qué estamos negociando, Tigre? ¿Sobre una caja que no existe? Te doy un descuento del 95%.
—No te hagas el chistoso, Enri. Sé que sabes dónde está. Dámela y te giro de inmediato el 40%.
Gatopardi palideció. ¿Y si Matarov ya tenía la caja y solo intentaba engañarlo para llevársela gratis? ¿Cómo evitar un tiroteo? Su máxima siempre había sido clara: preferible vivir a morir.
—No entiendo, Tigre. Thomas, el dueño de esta casa, me citó aquí para entregármela. Llego y me encuentro contigo. Me dices que no encontraste ni la caja ni a Thomas. ¿Qué esperas que haga?
Matarov no supo responder de inmediato. Estaba confundido. Había fallado en su misión de conseguir la caja y ahora tenía a Gatopardi insinuando que la culpa era suya. Revisó la casa y nada. Tampoco había señales del dueño. Necesitaba encontrarlo; probablemente era el único que sabía dónde estaba la caja. Pero en un país como este, involucrar a más gente podría ser peligroso.
—Tú encuentra la caja, Enri, y hacemos negocio. Estoy dispuesto a subir mi oferta al 50% por los costos adicionales que asumirás. Intentaré convencer a mis clientes de que es necesario el incremento. Tú haces tu trabajo y yo el mío.
—Gracias, Tigre, por la nueva oferta. Pero si consigo la Caja de las Joyas, ¿qué garantía tengo de que no cambiarás de planes a última hora? Aquí hay testigos. No hay necesidad de involucrar a más personas. Imagínate que esto llegue a oídos de otros grupos... Sabes que tengo poder de convocatoria.
—Sí, lo sé, Enri —respondió Matarov, resignado—. Te doy mi palabra. Cumpliré con el pago acordado: el 50% de lo pactado inicialmente.
—Ahora dime, Tigre, ¿buscaste bien en toda la casa?
—Sí, revisamos hasta el último rincón.
—¿Y al dueño?
—Mis hombres buscaron en los alrededores, pero la noche es muy oscura.
—Veamos si esto tiene solución, Tigre. Te avisaré de cualquier novedad.
Matarov y su gente abordaron sus vehículos y se marcharon.
XXII) EL DESTINO ES TRAVIESO
—Te has dado cuenta, Luigi, que te salvé del tiroteo. Hubieras tenido que enfrentarte no sé a cuántos chulos.
—Sí, jefe. Pero hubiera sido pan comido.
—Ese idiota de Matarov frustró mis planes por segunda vez consecutiva. Se iba a robar la caja y nos metió nuevamente en un lío. Nuestra profesión no se merece alguien así. Siempre te he dicho que nuestra profesión necesita de integridad. Y no de gente que, además de ladrona, es bruta.
—Sí, jefe. No sé a qué horas Matarov se extravió.
—El éxito, Luigi. El éxito. Pensó el muy desgraciado que podía estafarme. Esta historia se hubiera convertido en un mito. Él la hubiera convertido en el mito y, de ahí en adelante, la fama de cretino engañado no me la hubiera quitado nadie. Pues su éxito llegó hasta aquí.
—Entonces, jefe, ¿qué hacemos ahora?
—Por ahora nos toca quedarnos a dormir en esta casa. Si todo sale por fin como debe salir, nos iremos para Costa Rica mañana por la noche.
Por otro lado, Thomas y Alberto, tras un tiempo escondidos en el monte, decidieron abandonar la casona y llamar a Diana para que los recogiera en la estación de gasolina más cercana.
Diana llegó veinte minutos después y los llevó a su apartamento. En el camino, Thomas y Alberto le contaron su versión de los hechos.
—Y entonces, ¿la casona quedó a la buena de Dios?
—Sí —contestó Alberto—. No quiero ni pensar qué pasó si se encontraron Matarov y Gatopardi o Luigi o ambos. Matarov tenía mucha ayuda. Espero que mañana no haya muertos por toda la casona y que no tengamos que responderle a la policía ni a Interpol. En fin, mañana será otro día.
—Mañana sabremos si somos más ricos, Diana —dijo Thomas, esforzándose por ser optimista.
—Qué barbaridad, Thomas. Esto es de nunca acabar. Ahora estamos en la mira de otra mafia. Nada menos que una mafia rusa. Al paso que vamos, nos va a tocar irnos de Colombia. Pero no hay país sin mafias.
—Dicen que no vale la pena esconderse de una mafia de alcance internacional, a menos que sea con un programa muy bueno de protección de testigos. Y esos programas solo existen, si acaso, en Estados Unidos y dos o tres países europeos —comentó Alberto.
Diana los acomodó como pudo en su pequeño apartamento dúplex. A la mañana siguiente, Sophy los despertó con una llamada.
—Hola, Diana. Me llamó Géorgine. Solo me dijo que Luigi estaba en el sitio acordado, que Thomas puede ir. Y colgó.
Despertó a Thomas y Alberto y les comunicó el lacónico mensaje de Géorgine.
—Por lo visto, Matarov y su gente ya no están allí. Vamos a la casona. Es la única alternativa que tienes, Thomas.
—Nos hemos quedado sin margen de maniobra —agregó Alberto—. Todo lo que suceda en la casona te contamina directamente. He pensado en todo esto y llegué a la conclusión de que ya hay demasiada gente involucrada. Cuando eso sucede, el chisme llega más temprano que tarde a la policía y a entidades como Interpol. Y no solo a ellos, sino también a los colegas de Gatopardi y Matarov.
—Al mal tiempo, buena cara. Qué más podemos hacer. Esperemos que el mensaje que recibió Sophy sea lo que pensamos que es y no una trampa. El problema es que la única forma de saberlo es yendo a ver quién diablos está en la casona. No tienes que ir, Diana. Alberto y yo nos encargaremos.
—Al contrario, Thomas. La única que ha estado por fuera del radar de Gatopardi y compañía soy yo. Yo iría primero a la casona con un pedido de… no sé, ¿ajos? Entre más inusual sea el pedido, más creíble. Luego, si Luigi me abre la puerta y no veo gente sospechosa cerca, dejo la bolsa de ajos y les doy luz verde para que ustedes lleguen en un Uber media hora después. Ah, eso sí, con el compromiso que me repongan la bolsa de ajos.
Así lo acordaron y así lo hicieron. Efectivamente, Luigi le recibió a Diana la bolsa de ajos. A la media hora, llegaron Thomas y Alberto. Luigi los hizo entrar y la sorpresa de ambos fue inmensa al ver que quien los recibía, sentado en el sillón más cómodo de la sala, era Gatopardi.
—Sigan, que están en su casa —dijo Gatopardi con una sonrisa.
—Te salvé tu casa, Thomas, de las garras destructoras de Matarov. Se enloqueció al no encontrar dónde guardaste la Caja de las Joyas. No empezó a demolerla porque llegué yo. Lo acordado, Thomas. Te hago el giro de diez millones y tú me das la caja.
Thomas tenía sentimientos encontrados. Estaba frente al asesino de sus padres. Por otro lado, había acordado una negociación en la que se había comprometido con su palabra frente a su grupo de amigos. Resolvió aparentar una calma absoluta, aunque su sangre hervía.
—Aquí está la billetera Bitcoin para que me gire los diez millones. Luego necesito que salga de mi casa y, en unos cinco minutos, lo dejo entrar para que recoja la caja. Alberto los acompañará.
Gatopardi giró los diez millones de dólares y luego salió de la casa con Luigi. Cuando Thomas se disponía a colocar la caja frente a la puerta de entrada, se detuvo ante las exclamaciones de Alberto.
—¡Vienen varios carros de la policía, Thomas! ¡Ábrenos!
Thomas les abrió la puerta. Gatopardi y Luigi se montaron en su carro y arrancaron a toda velocidad en dirección opuesta por donde venían los carros de la policía. Antes de abordar el vehículo, Thomas y Alberto oyeron a Gatopardi decir:
—El traidor de Matarov nos delató con la policía. ¡Después venimos por la caja...!
Y se perdieron en el horizonte.
Ya en el carro, Gatopardi ordenó:
—Luigi, al cuarto secreto de La Ronda Mágica. Hoy es festivo aquí y la galería está vacía. Vamos a tratar de recoger la caja por la noche y luego nos vamos. Es muy arriesgado utilizar la pista para despegar durante el día.
—Jefe, ¿por qué cree que Matarov fue el que nos delató?
—Porque las piezas del rompecabezas por fin empiezan a encajar. El comportamiento reciente del Tigre se explica por dos cosas: primero, que Interpol lo atrapó y lo está utilizando como ‘recurso’. Estaba equivocado sobre su éxito. Es su fracaso lo que nos tiene en estas. Segundo, que Interpol quiere usar al Tigre para hacerse con la Caja de las Joyas. ¿Te lo he dicho, Luigi? Interpol es una muy eficaz firma de cazatalentos.
XXIII) SECRETO A VOCES
Gatopardi y Luigi ingresaron al cuarto secreto de La Ronda Mágica con sus llaves, accediendo por la puerta trasera. Ese acceso llevaba, a través de un corto pasadizo, a un parqueadero público al aire libre, contiguo a la galería. Los dos empleados que trabajaban en el parqueadero bajo las órdenes de Panesso tenían instrucciones claras: no hacer preguntas sobre quienes utilizaban ese pasadizo.
—¡Rogelio! —dijo Gatopardi—, veo que te has refugiado aquí. Estábamos preocupados por ti y decidimos venir a ver cómo te encontrabas.
—¡Señor Gatopardi! ¡Qué honor verlo! —Panesso no salía de su asombro—. Me estaba escondiendo de ese personaje ruso… creo que se llama Matón…ov.
—Su nombre es Matarov, no Matón-ov —corrigió Luigi.
—Sí, Matarov nos traicionó. Te pedimos hospedaje hasta esta noche —puntualizó Gatopardi.
—Pero dígame, señor Gatopardi, ¿ya puedo salir de mi escondite? ¿Pum pum a Matarov?
—No, Panesso. Desafortunadamente, no. Creemos que Matarov fue reclutado por Interpol.
—¡Qué mala noticia! Entonces ahora estoy en problemas no solo con Matarov, sino también con Interpol. De seguro vendrán a interrogarme. ¿Qué voy a hacer?
—Afortunadamente, no tienes que hacer nada. Luigi se encargará.
La Finezza ya había sacado su pistola y, con un disparo preciso, silencioso, acabó con Panesso. Ni una sola gota de sangre fue derramada.
—Bien hecho, Luigi. Panesso era un buen hombre, pero sabía demasiado. No dejamos cabos sueltos nunca. Ellos se convierten en fatales enemigos de esta noble profesión. Trátalo con cariño cuando lo guardes en ese clóset.
Simultáneamente, en la casona, Thomas y Alberto recibían a la policía. Tres patrullas llegaron con nueve agentes, encabezados por el general Fonseca, quien ordenó rodear la casa.
—Mi general —dijo Alberto—, entre y le presento a Thomas Milton, el dueño de la casa.
Ambos se conocían por el trabajo de Alberto en la Presidencia en temas de seguridad. Fonseca era el director de la policía de Bogotá.
—General, un gusto —dijo Thomas—. ¿En qué puedo servirle?
—Mucho gusto, señor Milton. ¿Qué ha pasado en esta casa?
El espíritu inquisitivo del general lo llevó a una pregunta obvia. La casona estaba hecha un desastre después de la requisa de Matarov.
—General, en realidad no ha pasado nada. Estamos en proceso de remodelación y queremos decidir qué se queda y de qué nos deshacemos.
—Humm… Bueno, cada quien tiene su sistema de matar pulgas —comentó Fonseca, sin convencerse del todo.
—¿Y qué lo trae por estos lados, General? —preguntó Thomas.
—Recibimos información de Interpol que indica que en esta casa podría encontrarse Enrico Gatopardi, uno de los criminales más buscados del planeta.
—¿Gatopardi? Debe ser un chisme sin fundamento. No conozco a ningún Gatopardi. No me gustan los gatos de ninguna clase. Disculpe el chiste, General.
—Pues este ‘gatico’ es el jefe de la mayor banda de robo de arte del mundo —replicó Fonseca, sin gracia alguna.
—¿Y por qué tendría yo algo que ver con él?
—La primera pregunta es si Gatopardi está en esta casa —dijo el general, mostrando una foto.
—No —respondió Thomas con firmeza.
—¿Conoce a este hombre? —insistió el general.
—No.
—¿Qué sabe de una Caja de las Joyas?
—Nada —respondió Thomas de inmediato. Sabía que cualquier titubeo lo delataría.
—¿Sabe quién asesinó a sus padres?
—La policía nunca me lo ha dicho —respondió tajante, sin mostrar emoción alguna.
—Escúchenme bien, señor Milton y usted, Alberto. Esto no es un juego en el que puedan ganar contra la policía, Interpol y Gatopardi. Sus vidas corren peligro. Aún están a tiempo de conseguir nuestra ayuda para resolver cualquier situación en la que se encuentren.
—Gracias, General. Si Gatopardi aparece por aquí, le informaremos de inmediato. Me imagino que Alberto sabe cómo hacerlo.
—Bueno, bueno… Ojo, Alberto. Este es un tema muy serio. Espero que lo piensen bien. Me retiro y les agradezco la hospitalidad.
El general Fonseca y sus hombres se marcharon.
—Esto está pasando de gris a negro —comentó Alberto.
—Sí. Es imposible saber cómo va a terminar todo esto —respondió Thomas.
En ese momento, llamó Sophy.
—Me dijeron que vamos todos a eso de las diez ‘a desayunar’.
—Ok —respondió Thomas y colgó—. Ahora nos tocará hablar en clave para todo, Alberto. Seguro ya nos interceptaron los teléfonos y están vigilando la casa.
—No parece, al menos todavía. Pero no demorarán. Gatopardi tendrá suerte si esta noche logra salir de Colombia sin problemas.
Continúa (historia de 26 capítulos)…
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