Jorge Ospina Sardi
Los siguientes son los capítulos XVIII, XIX y XX de la historia de aventuras La Caja de las Joyas titulados "Propuesta Insólita", "Déjà Vu con Variantes" y "Todos los Caminos Conducen a la Casona". Capítulos anteriores y siguientes en los enlaces al final.
XVIII) PROPUESTA INSÓLITA
—Sophy, soy yo, Géorgine.
—¿Géorgine? ¡Qué sorpresa escucharla!
—Voy al grano rápidamente porque la situación es apremiante. Necesitamos que Thomas nos guarde lo que ya nos había entregado: La Caja de las Joyas. La recibiría hoy antes de la medianoche y la guardaría por unos quince días. Después de ese tiempo, iríamos por ella y nunca más volverán a saber de nosotros… A menos que vengas a París y quieras que te sirva de guía.
—Wow. Esto es completamente inesperado. No creo que Thomas acepte.
—Dile a Thomas que, por su contribución, recibirá otra suma igual a la anterior. La recibiría en el momento que haga la entrega en el plazo de los quince días. Pero necesitamos una respuesta en tres horas para coordinar la entrega hoy.
—Bueno, le contaré a Thomas. Son las dos, hablamos entonces a las cinco.
A las cuatro de la tarde, Thomas, Alberto y las tres escuderas se reunieron de emergencia en la casona.
—Tenemos que tomar una decisión rápidamente. Gatopardi propone que le guardemos la Caja de las Joyas por quince días y nos pagaría diez millones de dólares. A diferencia de los primeros diez millones, esta vez se repartiría en partes iguales entre los cinco —explicó Thomas.
Diana levantó una ceja.
—Pero, ¿qué piensas tú, Thomas? Te noto proclive a aceptar.
—A mí no me caería mal dos millones… —dijo Sophy con una sonrisa.
—Sí, claro, ya te gastaste el primer millón —le respondió Carol, divertida—. Estos dos millones sí tienes que ahorrarlos para tu vejez.
—Tengo otras urgencias. La vejez puede esperar…
—Pues la decisión es tuya, Thomas —intervino Alberto—. Esto nos está rebotando como un boomerang.
—¿Se han dado cuenta de cómo la Caja de las Joyas ha determinado nuestras vidas en los últimos tiempos? Menos mal que la caja no habla, porque entonces sí estaríamos completamente zombis. Vamos hasta el final con esto. Creo que es la única forma de darle cierre a este cuento.
—¿Y eso qué significa, Thomas? —preguntó Diana.
—Que aceptamos. Cuando Gatopardi nos gire los diez millones, le entregamos la caja y listo.
—Lo haces parecer muy sencillo. Y ya… Bueno, yo cierro los ojos y voto positivamente —dijo Diana, dando inicio a la votación. Los otros tres miembros del grupo también votaron afirmativamente.
—Hola, Géorgine. Soy Sophy. De acuerdo. Thomas la esperará antes de la medianoche.
—Ok, Sophy. Muy agradecidos.
Luigi recibió la noticia y le informó a Panesso que era hora de sacar la caja de La Ronda Mágica.
—Mira, Luigi, yo no tengo guardaespaldas y, aunque los tuviera, no podrían defenderme de Matarov. Francamente, no sé qué hacer para protegerme y proteger La Ronda Mágica —dijo Panesso, con visible preocupación.
Luigi, imperturbable, respondió:
—Lo primero es lo primero. Vamos a sacar la caja de aquí. La llevaremos a una de las bodegas y, en el recorrido, nos libraremos del seguimiento que, con seguridad, Matarov nos hará. Después, yo mismo la llevaré a su nuevo destino y tú te habrás librado del cuerpo del delito. Sin posesión de la caja, ya no eres útil para nadie.
Panesso se estremeció.
—¿Qué estás diciendo, Luigi? ¿Que soy desechable?
—De ninguna manera. Lo que quiero decir es que, al deshacerte de la caja, Matarov centrará su atención en otro lado y no en La Ronda Mágica.
—Pero, ¿cómo hacemos para que Matarov se entere de que la caja ya no está aquí?
—Muy sencillo. La sacamos por la puerta principal a la vista de todos. Yo me encargaré del recorrido por las bodegas. Contraté unos Ubers para este operativo de camuflaje. En la última bodega habrá un carro arrendado y yo mismo llevaré la Caja de las Joyas a su próximo destino.
Panesso seguía inquieto.
—Entiendo que esta es la mejor alternativa… pero sigo muy intranquilo, Luigi, con lo que pueda hacer Matarov.
—Por ahora, concentrémonos en lo primero. Sacaremos la caja a eso de las nueve de la noche, cuando no haya empleados. Lo hacemos entre los dos. Mejor no involucrar a más gente en esto. Mientras tanto, yo me quedaré en el cuarto secreto de La Ronda Mágica.
Así lo hicieron. A las nueve, se encontraron en el cuarto secreto. Siguiendo la promesa de Luigi, estacionaron el carro de Panesso no en el garaje subterráneo, sino frente a la galería, por donde sacaron la caja.
Después realizaron la operación de camuflaje en las bodegas y, en la última de ellas, Luigi, solo al volante, tomó rumbo a la casona con la Caja de las Joyas en el asiento trasero.
XIX) DÉJÀ VU CON VARIANTES
Casi a la medianoche, Luigi entregó a Thomas la Caja de las Joyas en la casona.
—Señor Thomas, soy Luigi. Espero que la cuide bien.
—Sí, Luigi. Haremos todo lo posible. Dígale a su jefe que, cuanto antes le devolvamos la caja, mejor para todos.
—Así lo haré. Buenas noches.
Entre Thomas y Diana, quien se quedó para acompañarlo a recibir la caja, la colocaron exactamente en el mismo lugar donde había estado hasta el día en que fue llevada a La Ronda Mágica. El mismo sitio en el que su madre la había guardado por años: en la entrada, a plena vista. Encima, la manta y el plato con llaves y recibos.
—Bueno, Thomas, yo creo que ya me voy. Si esto fuera una serie de televisión, ahora vendría una escena en la que nos vamos a la cama —dijo Diana, riendo.
Antes de que Thomas respondiera, añadió:
—Estoy bromeando. Ahora tenemos que concentrarnos en asuntos más serios. Hablamos mañana.
Salió, abordó su carro y se fue. Thomas, sorprendido por la rapidez con la que Diana se había expresado sin darle tiempo a reaccionar, sonrió y se fue a dormir.
Mientras todo esto sucedía en la casona, Matarov golpeaba la mesa de su habitación en el pequeño hotel donde se hospedaba. Sus dos asistentes permanecían en silencio frente a él.
—¿Cómo es posible que ustedes dos, junto con otros tres ayudantes colombianos, hayan perdido de vista a Luigi? ¿Qué les pasa? ¿Estamos concursando para ver quién es el más incompetente? Luigi… Luigi, no creas que te vas a burlar de mí.
Matarov respiró hondo y continuó:
—Empecemos por el principio. Siempre hay que volver a los principios. Y el origen de esto está en esa galería de arte. Como creo que Luigi se esconde ahí, nos toca caerle al hombrecito de bigotes que parece ser el dueño de la galería. Mañana a las diez en punto le haremos una visita.
Panesso, por su parte, presentía que la maniobra de sacar la Caja de las Joyas a plena vista de Matarov no daría los resultados esperados. Sabía que Matarov iría tras él, lo torturaría para obtener información y, probablemente, lo mataría. Decidió que la mejor estrategia era desaparecer de escena. La única opción viable era refugiarse en el cuarto secreto de la Ronda Mágica, un escondite diseñado por Gatopardi como centro de operaciones para la región, que incluía Panamá y Costa Rica. A cambio de este refugio, Panesso recibía una generosa anualidad.
El acceso al cuarto secreto se activaba moviendo hacia abajo el dedo meñique de la gran escultura de mujer que adornaba el salón. Al hacerlo, la escultura giraba, revelando una escalera que conducía a un lujoso sótano. Apenas la persona descendía, la escultura volvía a su posición original, ocultando por completo la entrada.
Convencido de que no tenía otra alternativa, Panesso llamó a su secretaria y le informó que se ausentaría por varios días, dándole instrucciones estrictas de no buscarlo bajo ninguna circunstancia. Luego, activó el mecanismo de la escultura, descendió la escalera y desapareció en el cuarto secreto, sin saber cuánto tiempo permanecería oculto.
Mientras tanto, Luigi, tras entregar la Caja de las Joyas a Thomas, se dirigió directamente al aeropuerto y tomó el primer vuelo a Europa.
Cuando Matarov llegó a la galería a las diez de la mañana siguiente, se encontró con que nadie podía darle razón del paradero de Panesso. Junto con sus asistentes, recorrió cada rincón sin obtener resultados. Preguntó por Luigi y le informaron que había salido del país.
—¿Y ahora? —murmuró para sí mismo.
Frustrado, subió a la oficina de Panesso y exigió a la secretaria la agenda de los últimos días. Para su fortuna, en los registros solo figuraban unas pocas citas. Dos de ellas eran con una tal Sophy Bernal. Bajo el tono amenazante de Matarov, la secretaria le proporcionó el teléfono y la dirección del apartamento de Sophy.
—Seguiremos a Sophy. Veamos hasta dónde nos lleva —ordenó Matarov a sus asistentes.
XX) TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A LA CASONA
Después de una semana de seguimiento a Sophy, Matarov concluyó que la casona era un punto de encuentro clave. Durante el tiempo de seguimiento ella la había visitado tres veces: dos para almorzar y una para asistir a una fiesta con unas veinte personas. Durante los siguientes dos días, investigó al dueño de la casona y llegó a la conclusión de que existía una alta probabilidad de que un tal Thomas Milton fuera el poseedor original de la Caja de las Joyas o, al menos, supiera algo sobre ella.
Decidió organizar una redada en la casona dos días después.
"Un tiro en la oscuridad", pensó. "Esto es lo último que hago con la Caja de las Joyas. Si nada resulta, pues qué le vamos a hacer. Gatopardi me mintió al decirme que había otro postor. Me tendió una trampa para subir el precio. Mi última oferta del 40% era más que justa, dadas las condiciones actuales del mercado y lo que mis jefes en Rusia pueden pagar. Claro que lo ideal sería conseguirla sin pagar un dólar... y con eso me podría pensionar como siempre lo soñé."
Matarov meditaba cuando recibió una llamada de Géorgine.
—Hola, mi querido tigre —dijo con voz melosa. Solo aquellos con derecho a tutearlo lo llamaban así—. Espero que hayas disfrutado tu estadía en Bogotá. Me dijeron que estás muy a gusto ahí. Enri me pidió que te dijera que si van por mitades en la diferencia, trato hecho.
—Si entiendo bien, Géorgine, ¿aceptan recibir el 70% de mi oferta inicial?
—Así es. Si yo fuera tú, aceptaría sin pensarlo dos veces. Enri dice que archivaría este desafortunado incidente y podrían reanudar una relación fructífera para ambos.
—Tentador, como siempre que vienes tú con una propuesta, Géorgine. En dos días te doy mi respuesta.
Cuando Gatopardi supo del diálogo, entró en pánico. Significaba que Matarov estaba cerca de encontrar la caja. O peor aún, que planeaba robarla. No quedaba más opción que viajar de inmediato a Bogotá y aceptar la última oferta que había recibido: una del Cártel de los Altos de México por el 30% de lo que inicialmente había ofrecido Matarov. Ya todo esto le "sabía a cacho". Había gastado demasiado, se había expuesto demasiado y las utilidades serían mucho menores de lo que esperaba. Pero, al fin y al cabo, aún habría ganancias.
Géorgine informó a Sophy que la entrega de la caja sería en dos días. La recogerían en el lugar donde Luigi la había dejado: la casa de Thomas en las afueras de Bogotá.
Thomas decidió que solo él y Alberto estarían en la entrega. Se había acordado con Géorgine que sería a medianoche, aunque ella nunca explicó por qué. Gatopardi, en realidad, había planeado una operación relámpago con Luigi. Aterrizarían en su avión privado a las diez de la noche en una pista cercana a la casona, recogerían la caja y partirían inmediatamente hacia Guanacaste, Costa Rica. Al día siguiente, Luigi entregaría la caja al Cártel de los Altos de México.
—Llegó la hora de la verdad, Alberto. Crucemos los dedos. No hago sino mirar al cielo y pedir a mis padres que me protejan.
—Pues de pronto vamos a necesitar de esa protección porque no tenemos otra —murmuró Alberto.
Guardaron silencio durante unos minutos, tensos.
—¿Y qué hacemos si Gatopardi no gira los diez millones? —preguntó Alberto.
—La caja se quedará donde está. Solo Diana y yo sabemos su ubicación.
En medio del diálogo, dos carros aparecieron a la distancia.
—Ese no es Gatopardi —dijo Thomas, casi gritando—. Vámonos al monte de atrás. Conozco un sitio donde, con esta oscuridad, no creo que nos encuentren.
Corrieron a toda velocidad.
Matarov, acompañado de dos asistentes y cuatro hombres más, tocó la puerta de la casona. Al no recibir respuesta, ordenó a tres de sus hombres rodear la casa, luego forzó la puerta y entraron.
Tras una hora y media de búsqueda minuciosa, Matarov se frustró.
—Nada de nada. La caja no está aquí.
—O ya la vendieron, Tigre —dijo uno de sus asistentes.
—No lo sé. No creo. Pero si estuviera aquí, ya la habríamos encontrado.
En ese preciso momento, un carro se aproximó. Matarov ordenó a sus hombres posicionarse. Movió sus vehículos al patio trasero.
El auto se estacionó frente a la casona. Luigi tocó la puerta Con Gatopardi al costado. Se abrió y cuando ingresaron ambos se toparon de frente con Matarov.
Continúa (historia de 26 capítulos)…
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