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Jorge Ospina Sardi

 

Los siguientes son los capítulos III y IV de la historia de aventuras La Caja de las Joyas titulados "Secreto a la Edgar Allan Poe" y "Maquinaciones Luciferinas". Capítulos anteriores y siguientes en los enlaces al final.

 

III) SECRETO A LA EDGAR ALLAN POE

 

Partir de cero. Hasta hace poco, la Caja de las Joyas era un concepto inexistente para Thomas. Ahora sabía que era real, pero solo por referencias. Nunca la había visto. Nadie le había hablado de ella. Y, sin embargo, sus padres habían muerto por su causa y su vida corría peligro.

 

Al día siguiente, almorzó con Diana en la casona. Lo mejor era no exponerse.

 

—Yo no llegué a intimar con tu madre como para saber dónde podría haber escondido la famosa caja —dijo Diana—. ¿Tienes alguna idea de dónde pudo haberla puesto?

 

—No creo que la haya enterrado en el jardín —respondió Thomas—. No era su estilo. No le gustaba esconder cosas. Prefería tener todo a la vista. Siempre decía que cuando uno esconde algo, termina perdiéndolo.

 

—Pero no sabemos nada de la caja —insistió Diana—. No sabemos su tamaño ni su apariencia. ¿Nada?

 

—Conociendo a mi madre, la Caja de las Joyas debe estar en un lugar visible sin que nadie se percate de lo que es. No creo que sea grande, porque sería difícil de ocultar. ¿En el cuarto de las pinturas? No lo creo. Sería el primer sitio donde buscarían. ¿En el ático? Tampoco.

 

Thomas se quedó pensativo hasta que musitó:

 

—Mi madre era una admiradora de Edgar Allan Poe. Una vez me habló de un cuento de detectives, "La Carta Robada". En la historia, el protagonista debía esconder una carta muy valiosa ante la inminente llegada de sus enemigos. Ellos registraron cada rincón de su apartamento, pero nunca encontraron la carta porque estaba a la vista de todos: en la bandeja de entrada donde se dejaban llaves y recibos. Los buscadores nunca imaginaron que el dueño la dejaría en un sitio tan obvio.

 

Thomas y Diana se miraron. Instintivamente, corrieron hacia la puerta de entrada de la casona. En el hall de entrada había un pequeño sofá y, a su lado, una caja de cuero vieja, de un metro cuadrado. Sobre ella, descansaban una manta y una bandeja con llaves y otros objetos.

 

Se miraron de nuevo. Quitaron la bandeja y la manta. La caja era pesada y tenía una cerradura visible.

 

—Creo que cualquier cerrajero podría abrirla —comentó Diana—. Pero tendría que ser alguien de confianza.

 

—Primero hay que encontrar la llave —afirmó Thomas—. Debe estar en un lugar accesible.

 

Miró instintivamente el jarrón donde se guardaban los paraguas. De niño, su madre escondía sorpresas en el fondo de ese jarrón, al que llamaba el "jarrón mágico".

 

—¿Será posible? —murmuró.

 

Escarbó en el jarrón y, efectivamente, encontró una llave antigua de gran tamaño. La introdujo en la cerradura, giró y la caja se abrió.

 

Ambos retrocedieron instintivamente, cegados por el resplandor de diamantes, rubíes, zafiros, perlas, esmeraldas y otras piedras preciosas. Sin duda, era la Caja de las Joyas.

 

Diana fue la primera en reaccionar.

 

—¡Woooow, Thomas! Ahora sí creo que me voy a casar contigo —dijo, riendo.

 

—Vamos ya mismo a la notaria —bromeó Thomas—. Antes de que te arrepientas.

 

Se miraron y rieron. Luego, Diana se puso seria.

 

—¿Qué hacemos con esto?

 

—Dejarlo donde estaba, hasta que decidamos cómo lidiar con Gatopardi —respondió Thomas—. No soy el único en peligro.

 

Esa noche, Thomas no pudo dormir. Necesitaba un plan para enfrentar a Gatopardi. Aquel hombre estaba en la lista de los cinco criminales más buscados por Interpol. Nadie había logrado capturarlo. Siempre escapaba en el último momento. No solo robaba obras de arte; también asesinaba sin piedad para no dejar rastro.

 

Con el tiempo, Gatopardi había construido un grupo compacto y leal de colaboradores, entre ellos, Géorgine Lambert, alias "La Connoisseur". Se rumoraba que era su socia y tal vez su amante, aunque nadie lo había confirmado. Géorgine se movía con soltura en los círculos sociales más exclusivos de Europa.

 

—Para atrapar a un pez, se necesita un anzuelo —pensó Thomas—. Pero ¿cuál? Todos tenemos una debilidad.

 

En el caso de Gatopardi, nadie lo conocía. A pesar de los esfuerzos de la policía, de las grandes recompensas y de la atención de la prensa, seguía libre y campante. Como Johnnie Walker, seguía caminando

 

IV) MAQUINACIONES LUCIFERINAS

 

Gatopardi era una leyenda en el mundo del crimen. A pesar de los años de persecución, nadie había logrado atraparlo. ¿Se escondía en el norte de Italia o en Suiza? ¿En un pico de los Alpes? ¿En una playa secreta del Mediterráneo? La policía había descartado todas esas opciones. La teoría más aceptada era que Gatopardi nunca permanecía más de dos meses en el mismo lugar.

 

—Te has dado cuenta, Géorgine, de que nadie ha podido encontrarnos —comentó Gatopardi con una sonrisa burlona—. Deberíamos hacer un concurso. O tal vez ir a la policía y ofrecer nuestra ubicación a cambio de inmunidad. Podría ser información útil, después de todo.

 

—Otro chiste como ese, Enri, y me voy a dormir —replicó Géorgine con una risa fingida.

 

—No sé por qué te hago caso con lo de la Caja de las Joyas —continuó Gatopardi—. Mi especialidad son las pinturas. Esto está retrasando mis otros proyectos. Ah, pero claro, La Connoisseur tiene debilidad por las joyas y no estará contenta hasta lucir una o dos de las más bellas joyas del planeta. He pagado una fortuna a mis contactos en el bajo mundo para conocer la historia de la Caja de las Joyas. Pero no te preocupes, querida. Sabes que lo que más me hace feliz es satisfacer tus caprichos.

 

—No me digas que ya sabes dónde está mi Caja de las Joyas —dijo Géorgine con los ojos entrecerrados—. No me digas que esas joyas caerán por fin en las manos de quienes mas las merecen.

 

—Sí, querida —afirmó Gatopardi—. Creo que hay altas probabilidades de que eso suceda. Ya identificamos quien podría tenerla. Vive en Colombia.

 

—¿En Colombia? ¿Y qué es eso? —preguntó con desdén.

 

—Lo conocemos como el país de Pablo. Pero es más sofisticado de lo que muchos creen. No hay que subestimarlo. Es un lugar exótico y hermoso, lleno de sorpresas.

 

—¿Y quién tiene mi caja?

 

—Se llama Thomas Milton. Es un joven adinerado que heredó una fortuna. Ha estado bajo nuestro radar desde que "accidentamos" la avioneta de sus padres. Es el único heredero. Ha llegado el momento de que Thomas, el usurpador, revele su verdad.

 

—Me muero de curiosidad por saber cómo lo harás —dijo Géorgine con una sonrisa felina.

 

—Le tenderemos una trampa. Ya verás. La clave es la curadora de su colección de pinturas, Sophy Bernal. Cada año, la familia Milton subasta algunas de sus obras más valiosas. Sophy es quien maneja todo el proceso. Es encantadora y respetada en el mundo del arte. Creo que le daré la oportunidad de lidiar con La Connoisseur. Lástima que no pueda presentarme en persona. Te pondrías celosa. Además, sabes que sigo dos principios: primero, solo tengo ojos para ti; segundo, nunca mezclo negocios con placer. ¡Ja, ja, ja!

 

—Sí, claro —replicó Géorgine con escepticismo—. En tu caso, creo que entiendes esta última regla al revés. Pero bueno, lo importante es la Caja de las Joyas. Si me la consigues, te perdonaré todo, lo de ahora, lo de antes y lo de después.

 

Se levantó y salió del amplio salón. Gatopardi se quedó pensativo. Hizo una seña y entró Luigi, su guardaespaldas y asesino de confianza. Alias "La Finezza". Nadie en el bajo mundo igualaba su precisión. Donde ponía el ojo, llegaba la bala sin dañar más de lo necesario. En treinta y cinco años de "trabajo", jamás había fallado. La reputación de Gatopardi en el crimen organizado dependía en gran parte de La Finezza, y él lo sabía. Por eso lo recompensaba con generosidad.

 

—Ay, mi querido Luigi —dijo Gatopardi—. Debemos conseguir la Caja de las Joyas. Esta misión es tan importante que tienes licencia para matar. Actúa sin escrúpulos, pero siempre con esa finezza que te caracteriza y que tanto aprecian tus víctimas. ¡Ja, ja, ja!

 

—Sí, jefe. En ese país donde vamos, hay que estar con los cinco sentidos bien despiertos. Llevaré a los tres mosqueteros para asegurarnos de que todo salga como Lucifer manda. ¡Je, je!

 

—Tú y tus dichos, Luigi. Pero tienes razón. Lucifer no ha podido descansar en paz desde que desapareció la Caja de las Joyas. ¡Ja, ja, ja!

 

Continúa (historia de 26 capítulos)...

 

Capítulos anteriores y siguientes en los enlaces:

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-i-y-ii.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-v-y-vi.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-vii-y-viii.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-ix-x-y-xi.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-xii-xiii-y-xiv.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-xv-xvi-y-xvii.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-xviii-xix-y-xx.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-xxi-xxii-y-xxiii.html

 

https://lanota.com/index.php/CONFIDENCIAS/historia-de-aventuras-la-caja-de-las-joyas-xxiv-xxv-y-xxvi.html