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Jorge Ospina Sardi

 

La perenne queja sobre la polarización en la política es totalmente injustificada. Desde que se conozca, la polarización hace parte de la esencia misma de la política.

 

Es curioso que la gente se preocupe porque existe polarización en la política. En comunidades complejas caracterizadas por una infinidad de intereses, y especialmente donde existe libertad de expresión, la unanimidad es la excepción a la regla. Siempre habrán puntos de vista opuestos sobre temas y aspectos relativos a la vida en comunidad. Si los hay en esferas pequeñas, como empresas y familias, qué decir sobre temas que abarcan a miles, cientos de miles o millones de personas. 

 

Esta quejumbre sobre la polarización en la política es resultado de ese instinto tribal tan incrustado en la psiquis humana. Añoramos comunidades compactas, sin disidencias, con grandes objetivos comunes, con unos líderes aceptados por todos. Como lo he detallado en mi libro Ensayos Libertarios, esa añoranza es resultado de una experiencia de miles y miles de años en donde la unidad de la tribu era elemento fundamental para su supervivencia frente a innumerables y temibles amenazas externas. 

 

Pero esta es una situación muy diferente a los desafíos que enfrentan las complejas y expansivas comunidades modernas, donde se impone una sofisticada y creciente división del trabajo. A diferencia de la vida tribal, en estas comunidades la descentralización y la multiplicidad de objetivos es condición necesaria para su progreso y prosperidad. En ellas no caben poderes absolutos en el ejercicio de la política, ni son aconsejables unanimidades de criterios y ausencias de oposiciones y diferencias. 

 

En estos casos los consensos sobre objetivos son parciales y resultado de intrincados compromisos en medio de desacuerdos y discordancias. Los consensos son simplemente estrategias de lucha política resultado de alianzas entre grupos en los cuales “es mas lo que une que lo que separa” frente a grupos con visiones antagónicas y hasta cierto punto irreconciliables.  

 

Solamente en medio de circunstancias extremas, por ejemplo como en el caso de una guerra, es que la política tiende a confluir, por fuerza de las circunstancias, hacia grandes consensos. Pero en condiciones normales esos consensos son mas de labios para afuera que basados en firmes propósitos comunes. Es el caso de lo que llamamos ‘saludos a la bandera’ como lo sería acabar con la pobreza, crecer económicamente a tasas nunca antes vistas, o eliminar la corrupción de políticos y gobiernos. Sin embargo, cuando se pasa del saludo a la bandera a la formulación y adopción de políticas y acciones concretas, la disparidad de criterios aparece y está bien que ello sea así.

 

Cada individuo, cada unidad familiar o empresarial, cada localidad, pueblo, ciudad y componente regional de un país, posee sus propios y muy particulares objetivos que de seguro no coinciden con los de vecinos y competidores, cualesquiera que ellos sean. Es esta falta de coincidencia la que lleva al uso de instancias políticas donde se decide acerca de los caminos a seguir, como en el caso asambleas y congresos, o de elecciones para elegir a los gobernantes de turno. 

 

No hay que perder de vista que la política es una actividad disfuncional, en el sentido que predomina el ensayo y error, las permanentes inconformidades y las alternativas excluyentes. De todo esto surge una constante polarización que, entre otras, cuando canalizada civilizadamente es la llave para evitar abusos y garantizar necesarias fiscalizaciones. 

 

 

Entonces adquiere especial importancia que esas polarizaciones tengan lugar en un ámbito sin violencia. Que el triunfo de los unos no sea a costa de la actividad proselitista de los otros. Que se respeten unas reglas de juego donde se asegure la libre competencia de visiones contrapuestas. Que entre las visiones en competencia no prosperen las que buscan aprovecharse del sistema de libertades básicas para destruirlo. No es la polarización lo que nos debe preocupar sino las formas como se resuelven las diferencias y los desacuerdos en ella implícitos.