Jorge Ospina Sardi
Anotaciones sobre las tesis de analistas que culpan al capitalismo y a la “enfermedad nacional” de culto al dinero de la quiebra de Interbolsa.
Son pamplinadas todas estas apreciaciones. La codicia es uno de los siete pecados capitales y ha acompañado al ser humano desde sus inicios. El afán de poseer está ahí desde la supuesta expulsión del paraíso terrenal. Tal como es el caso con otras pasiones humanas, es una fuerza creativa y destructiva a la vez.
Cualquiera que sea el ordenamiento económico o social siempre aflorará la codicia. En las sociedades tribales el afán de poseer se manifiesta en forma violenta y salvaje. En las organizaciones feudales igualmente, aunque con reglas mas sofisticadas. En el socialismo, que no es otra cosa que la reimposición de valores tribales a sociedades extendidas y complejas, ese afán de poseer se disfraza de bien público y tiende a concentrarse y a no respetar oposiciones.
Solo en un capitalismo avanzado es posible extraerle a la codicia los mayores beneficios gracias a la competencia que ahí se da y al seguimiento de unas reglas de conducta general. Pero esto no quiere decir que en este sistema no se presenten excesos sino que allí, a diferencia de otros sistemas, tienden a ser de impacto limitado y más fácilmente controlados por el libre juego de diversas fuerzas contrapuestas. Cuando se salen de control es generalmente porque los gobiernos han limitado la competencia y porque han distorsionado los mercados con grandes excedentes de liquidez.
En el sistema capitalista quienes bien administran la codicia son a la vez admirados y envidiados. Es diciente, por ejemplo, que columnistas como Carlos Caballero Argáez y Lucy Nieto de Samper (diario El Tiempo 17 de noviembre de 2012) que se escandalizan con la codicia que llevó a la quiebra de la principal comisionista de Colombia, lo hacen desde un periódico que pertenece al empresario mas rico de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo, uno que sin duda ha sido motivado por ella, pero que lo ha hecho atinadamente y sin violentar normas establecidas. Un empresario que gracias a un muy desarrollado afán de poseer ha realizado toda clase de emprendimientos, muy especialmente en el área financiera. Y de paso ha contribuido a acrecentar la riqueza y el poderío económico de su país.
Así mismo se podría hacer referencia a todos los mas ricos del planeta. Bill Gates, para citar otro caso, solo se tornó complaciente con su riqueza cuando Microsoft alcanzó un indiscutible liderazgo en su campo y cuando él personalmente acumuló una fortuna de decenas de miles de millones de dólares. En el momento que perdió el incentivo de seguir acrecentando su fortuna porque ya era muy grande, dejó de impulsar a Microsoft hacia nuevas alturas.
Pero Bill Gates logró una aparente paz consigo mismo respecto a su codicia cuando ya poseía una inmensa riqueza. Otros dicen estar satisfechos con niveles menores de riqueza. Este es un tema completamente subjetivo. Pero quienes se muestran satisfechos con una reducida o mediana riqueza, con frecuencia no es porque no deseen poseer mas. Su aparente satisfacción es resultado de no tener los medios ni la capacidad para aumentarla y entonces racionalizan sobre lo sabio que es mantener a raya la codicia. ¡Ah, exclamó el poeta, si no estuviéramos contaminados de tanta hipocresía!
Es inútil lanzar juicios de valor sobre cuál es el nivel óptimo de riqueza al que deben aspirar los seres humanos. En realidad, casi por regla general, ese nivel de riqueza al que aspiramos tiende a ser mayor al que alcanzamos en la vida real. Y afortunadamente eso es así. Por cuanto si hubiere una complacencia a este respecto, como de hecho sucede en sociedades donde se imponen a la fuerza toda clase de barreras artificiales a la acumulación de riqueza, lo que resulta es el estancamiento económico y la pobreza generalizada.
También es inútil lanzar al aire advertencias como aquella de que “hacer dinero no puede ser un fin en sí mismo, al menos para alguien que no sufra de un desorden mental agudo”. En primer lugar no es el dinero en sí mismo del que estamos hablando. De lo que estamos hablando es del afán de poseer. Y, ¿poseer qué? De nuevo entramos a un terreno completamente subjetivo. A la pregunta, qué haría usted si se gana el premio gordo de una lotería, nunca habrá respuesta igual. Cada quien tiene una visión única y particular sobre el tipo de satisfacciones materiales y espirituales que buscaría comprar con ese dinero.
O sea que esa imagen de que lo que hay es una especie de enfermedad mental que conduce a un amor desaforado por el dinero es una burda distorsión de la verdadera realidad. Lo que hay es una gran cantidad de seres humanos con toda clase de aspiraciones sobre qué hacer con sus vidas. Puede que esas aspiraciones sean muy ambiciosas. Pero, ¿quién no tiene derecho a pensar en grande cuando de su vida se trata?
El problema radica en los medios para alcanzarlas. Porque todo ser humano se enfrenta a una dura realidad, cada quien en su contexto específico, en la que su afán de poseer tiende a superar sus posibilidades y capacidades. Así las cosas, todo el tiempo se ve forzado a revaluar y a reajustar sus aspiraciones a los medios a su disposición, en un proceso de nunca acabar.
Pero como ser humano que es, puede equivocarse en sus apreciaciones. Con frecuencia sobrestima sus posibilidades y capacidades. O acontecimientos que no controla toman un rumbo contrario al de sus previsiones. Lo que sea. Lo importante de destacar es que estos esfuerzos para satisfacer sus aspiraciones de poseer, tanto los que terminan en fracaso como los exitosos, son los que al final de cuentas señalan el camino hacia el progreso económico.
En el caso de Interbolsa hubo un éxito empresarial inicial seguido de un fracaso. Sus prácticas financieras siempre fueron consideradas como audaces. Siempre “en la línea” entre lo permitido y lo que no lo estaba. Siempre asumiendo elevados riesgos.
Pues bien, este esquema de manejo finalmente condujo a la quiebra. No fue sorpresa para varios analistas que tal fuese el resultado final. Hay empresarios que asumen grandes riesgos seducidos por la perspectiva de grandes utilidades. Algunos tienen éxito, pero la mayoría fracasan. ¿Que alguien tiene que prohibirles que asuman esos riesgos? ¿Qué alguien tiene que impedirles que fracasen? Pamplinadas otra vez.
Se necesita que haya estos fracasos como recordatorio acerca de la inviabilidad y costo de prácticas financieras de muy alto riesgo y de dudosa transparencia jurídica. Es la mejor medicina para evitar su frecuente recurrencia. Pero es una medicina que no evitará su eventual resurgencia. Porque siempre saltarán a la palestra seres humanos dispuestos a asumir el riesgo de darle a su codicia una rienda mas suelta de la que aconsejan las circunstancias o determinan las regulaciones vigentes.
Y entonces se repetirá la historia, como se ha venido repitiendo desde comienzos de la humanidad. La historia de quienes se extra limitan en su afán de poseer y terminan por estrellarse contra las paredes, así como la historia de aldeanos que desde diferentes púlpitos lanzan sermones sobre la necesidad de reprimir y hasta acabar con la codicia. Estos últimos no se percatan del todo que el inquieto e incesante afán de poseer es un componente integral de la naturaleza humana y aunque sea el culpable de estruendosos fracasos es también el que está detrás de grandes y admirados éxitos.
Cualquiera que sea el ordenamiento económico o social siempre aflorará la codicia. En las sociedades tribales el afán de poseer se manifiesta en forma violenta y salvaje. En las organizaciones feudales igualmente, aunque con reglas mas sofisticadas. En el socialismo, que no es otra cosa que la reimposición de valores tribales a sociedades extendidas y complejas, ese afán de poseer se disfraza de bien público y tiende a concentrarse y a no respetar oposiciones.
Solo en un capitalismo avanzado es posible extraerle a la codicia los mayores beneficios gracias a la competencia que ahí se da y al seguimiento de unas reglas de conducta general. Pero esto no quiere decir que en este sistema no se presenten excesos sino que allí, a diferencia de otros sistemas, tienden a ser de impacto limitado y más fácilmente controlados por el libre juego de diversas fuerzas contrapuestas. Cuando se salen de control es generalmente porque los gobiernos han limitado la competencia y porque han distorsionado los mercados con grandes excedentes de liquidez.
En el sistema capitalista quienes bien administran la codicia son a la vez admirados y envidiados. Es diciente, por ejemplo, que columnistas como Carlos Caballero Argáez y Lucy Nieto de Samper (diario El Tiempo 17 de noviembre de 2012) que se escandalizan con la codicia que llevó a la quiebra de la principal comisionista de Colombia, lo hacen desde un periódico que pertenece al empresario mas rico de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo, uno que sin duda ha sido motivado por ella, pero que lo ha hecho atinadamente y sin violentar normas establecidas. Un empresario que gracias a un muy desarrollado afán de poseer ha realizado toda clase de emprendimientos, muy especialmente en el área financiera. Y de paso ha contribuido a acrecentar la riqueza y el poderío económico de su país.
Así mismo se podría hacer referencia a todos los mas ricos del planeta. Bill Gates, para citar otro caso, solo se tornó complaciente con su riqueza cuando Microsoft alcanzó un indiscutible liderazgo en su campo y cuando él personalmente acumuló una fortuna de decenas de miles de millones de dólares. En el momento que perdió el incentivo de seguir acrecentando su fortuna porque ya era muy grande, dejó de impulsar a Microsoft hacia nuevas alturas.
Pero Bill Gates logró una aparente paz consigo mismo respecto a su codicia cuando ya poseía una inmensa riqueza. Otros dicen estar satisfechos con niveles menores de riqueza. Este es un tema completamente subjetivo. Pero quienes se muestran satisfechos con una reducida o mediana riqueza, con frecuencia no es porque no deseen poseer mas. Su aparente satisfacción es resultado de no tener los medios ni la capacidad para aumentarla y entonces racionalizan sobre lo sabio que es mantener a raya la codicia. ¡Ah, exclamó el poeta, si no estuviéramos contaminados de tanta hipocresía!
Es inútil lanzar juicios de valor sobre cuál es el nivel óptimo de riqueza al que deben aspirar los seres humanos. En realidad, casi por regla general, ese nivel de riqueza al que aspiramos tiende a ser mayor al que alcanzamos en la vida real. Y afortunadamente eso es así. Por cuanto si hubiere una complacencia a este respecto, como de hecho sucede en sociedades donde se imponen a la fuerza toda clase de barreras artificiales a la acumulación de riqueza, lo que resulta es el estancamiento económico y la pobreza generalizada.
También es inútil lanzar al aire advertencias como aquella de que “hacer dinero no puede ser un fin en sí mismo, al menos para alguien que no sufra de un desorden mental agudo”. En primer lugar no es el dinero en sí mismo del que estamos hablando. De lo que estamos hablando es del afán de poseer. Y, ¿poseer qué? De nuevo entramos a un terreno completamente subjetivo. A la pregunta, qué haría usted si se gana el premio gordo de una lotería, nunca habrá respuesta igual. Cada quien tiene una visión única y particular sobre el tipo de satisfacciones materiales y espirituales que buscaría comprar con ese dinero.
O sea que esa imagen de que lo que hay es una especie de enfermedad mental que conduce a un amor desaforado por el dinero es una burda distorsión de la verdadera realidad. Lo que hay es una gran cantidad de seres humanos con toda clase de aspiraciones sobre qué hacer con sus vidas. Puede que esas aspiraciones sean muy ambiciosas. Pero, ¿quién no tiene derecho a pensar en grande cuando de su vida se trata?
El problema radica en los medios para alcanzarlas. Porque todo ser humano se enfrenta a una dura realidad, cada quien en su contexto específico, en la que su afán de poseer tiende a superar sus posibilidades y capacidades. Así las cosas, todo el tiempo se ve forzado a revaluar y a reajustar sus aspiraciones a los medios a su disposición, en un proceso de nunca acabar.
Pero como ser humano que es, puede equivocarse en sus apreciaciones. Con frecuencia sobrestima sus posibilidades y capacidades. O acontecimientos que no controla toman un rumbo contrario al de sus previsiones. Lo que sea. Lo importante de destacar es que estos esfuerzos para satisfacer sus aspiraciones de poseer, tanto los que terminan en fracaso como los exitosos, son los que al final de cuentas señalan el camino hacia el progreso económico.
En el caso de Interbolsa hubo un éxito empresarial inicial seguido de un fracaso. Sus prácticas financieras siempre fueron consideradas como audaces. Siempre “en la línea” entre lo permitido y lo que no lo estaba. Siempre asumiendo elevados riesgos.
Pues bien, este esquema de manejo finalmente condujo a la quiebra. No fue sorpresa para varios analistas que tal fuese el resultado final. Hay empresarios que asumen grandes riesgos seducidos por la perspectiva de grandes utilidades. Algunos tienen éxito, pero la mayoría fracasan. ¿Que alguien tiene que prohibirles que asuman esos riesgos? ¿Qué alguien tiene que impedirles que fracasen? Pamplinadas otra vez.
Se necesita que haya estos fracasos como recordatorio acerca de la inviabilidad y costo de prácticas financieras de muy alto riesgo y de dudosa transparencia jurídica. Es la mejor medicina para evitar su frecuente recurrencia. Pero es una medicina que no evitará su eventual resurgencia. Porque siempre saltarán a la palestra seres humanos dispuestos a asumir el riesgo de darle a su codicia una rienda mas suelta de la que aconsejan las circunstancias o determinan las regulaciones vigentes.
Y entonces se repetirá la historia, como se ha venido repitiendo desde comienzos de la humanidad. La historia de quienes se extra limitan en su afán de poseer y terminan por estrellarse contra las paredes, así como la historia de aldeanos que desde diferentes púlpitos lanzan sermones sobre la necesidad de reprimir y hasta acabar con la codicia. Estos últimos no se percatan del todo que el inquieto e incesante afán de poseer es un componente integral de la naturaleza humana y aunque sea el culpable de estruendosos fracasos es también el que está detrás de grandes y admirados éxitos.