Jorge Ospina Sardi
Al igual de lo que sucede con las múltiple variedades de gripes, los contagios de este coronavirus son inatajables. La buena noticia es que la gran mayoría de los contagiados se recuperan sin problema alguno.
Este coronavirus solo es fatal en el caso de personas en condiciones lamentables de salud y primordialmente las de edad mas avanzada. Y hay que repetirlo una y otra vez, no representa mayor riesgo de muerte para personas de edad avanzada que están en aceptables o controlados estado de salud.
El grupo de personas mas vulnerables lo constituye un porcentaje realmente pequeño de la población total. Los que al 14 de mayo de 2020 se habían muerto en todo el planeta por o con el coronavirus eran 302.000 personas, lo que apenas representa 39 muertes por millón de habitantes. Esta es una tasa de mortalidad muy inferior a la que proyectaron los auto llamados "expertos" en marzo de este año.
Hay que recalcar también una y otra vez que las epidemias estacionales de gripe ocasionan en el planeta entre 300.000 y 600.000 muertes cada año, y eso a pesar que hay unas vacunas que supuestamente evitan cifras superiores. Y no por eso los gobiernos paralizan económicamente al planeta y encarcelan a sus poblaciones en sus viviendas.
Este muy pequeño grupo de quienes corren peligro de muerte con el coronavirus tiene, por lo general, una corta expectativa de vida. Ello no quiere decir que no valga la pena hacer esfuerzos para mantenerlos con vida. O que ellos no estén en su total derecho de hacerlo con sus propios recursos.
Pero la sociedad no puede evitarles que no asuman los riesgos implícitos en sus condiciones de salud. Y dado que están en condiciones lamentables, esos riesgos pueden provenir de distintos lados y no solamente por la presencia del coronavirus.
No hace sentido que el resto de la sociedad asuma los costos de unos vanos intentos de eliminarles a estas personas los riesgos de contagio. El resto de la sociedad ya paga unos impuestos y otorga unos subsidios, según los niveles existentes de riqueza de cada país, para proporcionarles atención médica. Muchas de estas personas con salud comprometida ya reciben un aporte del resto de la sociedad.
El siguiente ejemplo ilustra lo inequitativo de estas transferencias de riesgos. Supóngase que la sociedad está compuesta por dos grupos: uno de ellos el de los "responsables", que con gran disciplina e inversión en tiempo y dinero, han logrado mantenerse bien de salud. Ejercicios constantes, dietas apropiadas, sistemas de vida sanos.
El otro grupo compuesto por los "irresponsables", que con gran indisciplina, sin los auto cuidados suficientes, han sufrido deterioros significativos en su salud. No se ejercitan, dietas inapropiadas y sistemas de vida malsanos.
Supóngase que llega un coronavirus que ataca a los dos grupos, pero con la siguiente diferencia: que con el grupo de los "responsables" se manifiesta de manera asintomática o con síntomas leves; y con el grupo de los "irresponsables" lo hace con síntomas mas evidentes hasta ocasionar la muerte, no de todos ellos, sino de unos muy pocos, los que están en condiciones descontroladas de salud.
La primera pregunta que surge es por qué hay que confinar en sus viviendas al grupo de los "responsables" durante semanas y semanas, prohibirles que trabajen, cercenarles sus fuentes de ingreso, aniquilarles sus emprendimientos y empresas, impedirles que sus hijos reciban educación, y dificultarles el acceso a la atención médica por problemas diferentes al coronavirus.
¿Cuál es la racionalidad detrás de semejante política? ¿Por qué sacrificar a la población de los "responsables" (a la población que ha administrado bien su salud), dizque para intentar evitar el contagio de un pequeño componente del grupo de los "irresponsables", el que está en condiciones lamentables de salud?
Los de mayores ingresos entre estos "irresponsables" que están en condiciones lamentables de salud pueden cuidarse por si solos, o al menos tienen los recursos para hacerlo. Allá ellos con sus problemas. Mientras tanto la atención debería enfocarse puntualmente en la protección de aquellos de menores ingresos que no tienen posibilidades de eludir las amenazas de contagio de este coronavirus.
La humanidad en su larga historia nunca tuvo la pretensión de contener o suprimir, mediante confinamientos (aislamientos sociales) y bloqueos económicos generalizados, los contagios de las distintas epidemias y variedades de gripe. Ni siquiera con vacunas lo ha podido hacer. Se había tenido el buen sentido hasta ahora de dejar la responsabilidad de su manejo al criterio de individuos y familias.
Es un reconocimiento que si bien las gripes, al igual que este coronavirus, complican la salud de personas con graves y descontroladas enfermedades subyacentes, es imposible detener su contagio, el que se propaga como consecuencia de contactos y relaciones que son componente integral de las vidas de los seres humanos y que solo podríamos evitar si nos transformáramos en robots.
Al final de cuentas, el costo social y económico de tratar de contener a un inatajable contagio es impredecible e infinito y los esfuerzos resultantes ni siquiera garantizan que se salven las muy pocas vidas que están en alto riesgo de perderse.