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Jorge Ospina Sardi

 

Estados Unidos bajo el gobierno de Trump está utilizando la imposición de aranceles como carta de negociación para lograr acuerdos favorables en distintos frentes de las relaciones bilaterales.

 

Hay una premisa básica detrás de los planteamientos de Trump y es la de que su país ha sido económicamente explotado en distintas áreas. Una de ellos la del comercio exterior. Otra tiene que ver con las corrientes migratorias. Una tercera con el tráfico de estupefacientes. 

 

Igualmente según Trump Estados Unidos ha contribuido desproporcionadamente con ayudas a otros países en temas militares y en la financiación de programas e iniciativas multilaterales de distinta índole.

 

Esta posición va en contra de la tesis según la cual Estados Unidos, la gran potencia capitalista del planeta, es el que explota al resto de la humanidad apropiándose de sus recursos naturales y obteniendo toda clase de ventajas indebidas en negociaciones y transacciones comerciales. 

 

Trump argumenta que la situación de Estados Unidos es exactamente la opuesta. Que viene siendo abusado por el resto del planeta debido a la incompetencia y corrupción de su dirigencia política. Argumenta que esa dirigencia se ha preocupado mas por defender intereses supranacionales que los de su país. 

 

Para Trump Estados Unidos ha sido víctima de la codicia y avidez de otros países y grupos que llevan años ‘saqueando’ su riqueza y succionando su energía vital en temas relacionados con el comercio exterior, la propiedad industrial, la política migratoria, y la desviación de recursos presupuestales para la financiación de causas ajenas a sus intereses.

 

Su agenda de gobierno está precisamente dirigida a asignarle la primera prioridad a los intereses de Estados Unidos. De ahí su lema ‘America first’. Y para lograrlo está decidido a utilizar el amplio portafolio de instrumentos que tiene a su disposición como primera potencia económica y militar del planeta. 

 

 

Uno de esos instrumentos son los aranceles. Hay otros como los relacionados con el otorgamiento de visas y los accesos al sistema financiero de Estados Unidos y todo lo que eso implica. Pero volvamos al tema de los aranceles.

 

Trump admira esa época de Estados Unidos entre aproximadamente 1870 y 1915 cuando la principal fuente de ingresos del gobierno eran los aranceles. Según su apreciación en esos años Estados Unidos se consolidó como una potencia económica a nivel global, desarrolló su sector manufacturero y creó mucha riqueza. 

 

Según su apreciación, esos aranceles eran pagados principalmente por extranjeros y la economía interna no estaba sometida a inmensos e intrusivos impuestos como el de renta. 

 

Trump ha dicho que los aranceles motivan a los empresarios a producir en Estados Unidos, le generan ingresos al gobierno y pueden utilizarse como carta en negociaciones de acuerdos con otros países. Tienen la ventaja adicional que se pueden imponer inmediatamente sin la aprobación del Congreso. 

 

Serían tres las razones esenciales que justifican el uso de aranceles: 1) Para defenderse de competencias desleales en actividades o sectores específicos. 2) Para recaudar mayores ingresos tributarios y reducir déficit comerciales. 3) Como carta de negociación para lograr acuerdos bilaterales favorables en áreas como políticas migratorias y combate al tráfico de estupefacientes. 

 

 

Sobre los dos primeros usos no hay mucha controversia. Actualmente todos los países usan aranceles para protegerse de prácticas comerciales desleales que afectan actividades o sectores específicos. La Organización Mundial del Comercio (OMC) suele ser el árbitro en estas y otras disputas. 

 

El problema fundamental es que muchos países violan las condiciones con las que se comprometieron cuando ingresaron a la OMC. Uno de los peores violadores en todas las áreas ha sido China, un país que no respeta la propiedad industrial y que impone toda clase de trabas a quienes intentan exportar allá, especialmente si se trata de productos manufacturados. 

 

En cuanto al segundo punto, se ha hablado que Trump hará un incremento generalizado de los niveles arancelarios, no solo con el objeto de reducir el déficit comercial sino también para compensar los ingresos tributarios que se dejarían de recibir con la reducción que ha propuesto del impuesto a la renta. 

 

El déficit de la balanza comercial de Estados Unidos (exportaciones de bienes menos importaciones de bienes) se aproximó en 2024 a US$1.500 trillones, mas o menos 5% del PIB. De hecho este déficit ha oscilado en estos últimos años entre 4% y 5% del PIB. En cuenta corriente de la balanza de pagos el déficit ha sido ligeramente inferior. 

 

Dado el tamaño de la economía de Estados Unidos, estos deficit son gigantescos en términos absolutos y muy especialmente porque han sido recurrentes año tras año durante décadas. Trump equipara estos déficit con subsidios a otros países: son la evidencia que demuestra que Estados Unidos ha venido siendo ‘explotado’ desde hace mucho tiempo.

 

Son los que le han permitido a bancos centrales de países como China, Japón y otros a acumular cuantías considerables de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Y simultáneamente, agravan las presiones fiscales al aumentar los pagos por concepto de intereses de la deuda. 

 

 

Por otro lado, la imposición de aranceles cono carta para obtener beneficios específicos en negociaciones no necesariamente directamente relacionadas con el comercio formal, hace parte de una estrategia que es muy de Trump y que desde su campaña fue anunciada. 

 

Esta carta de negociación no la puede utilizar cualquier país. Solamente le puede producir resultados a un país cuando su contraparte tiene mas que perder en términos relativos. Ahí no hay lugar a dudas que la voluntad del que tiene menos que perder es la que se impone, a menos que el que tenga mas que perder sea ‘irracional’ y actúe en contra de sus propios intereses. 

 

En el caso actual de Estados Unidos y sus países vecinos, México, Canadá y otros de la región, es esperable que las negociaciones lleguen a buen término, así sea a regañadientes. El tema aquí es que el objeto de la negociación no implique, por ejemplo, violaciones de las soberanías nacionales. Además, que las exigencias que invoca el país que tiene menos que perder sean ‘razonables’, como mas o menos lo han sido hasta ahora.

 

Ahora bien, se podría argumentar que ningún país, por mas poderoso que sea, tiene derecho a amenazar a otro con la imposición unilateral de aranceles. Sin embargo, el problema es que los gobiernos de los países solo actúan bajo presión y mas cuando hay un status quo que los favorece. Entonces la única alternativa en estos casos que tiene el mas poderoso para alcanzar algún resultado es utilizar instrumentos como el de la amenaza de imposición temporal de aranceles. 

 

 

Mucho mas complejas serán la negociaciones con China y la Unión Europea, por el poderío de estas contrapartes. Trump ha sido claro que les impondrá aranceles para reducir los enormes déficit que vienen de tiempo atrás. En estos dos casos hay un mayor peligro que la imposición unilateral de aranceles culmine en ‘guerras comerciales’ interminables que conduzcan a recesiones en las principales economías del planeta.

 

Sin embargo, dado que China y la Unión Europea actualmente son las partes mas favorecidas en los flujos comerciales, es posible que negocien concesiones, lo que al final de cuentas es el objetivo de Trump. La alternativa de no llegar a acuerdos sería muy costosa para ambas partes, pero lo sería en mayor proporción para China y la Unión Europea. Eso inclinaría la balanza a favor de la firma de eventuales acuerdos.