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Jorge Ospina Sardi

 

En todos los órdenes de la vida se encuentran matones, pendencieros y bravucones. Disfrutan su rol de agresores. Se salen con la suya en entornos donde prospera la tesis de que lo importante es no provocarlos.

 

La política de apaciguamiento tiende a fracasar porque los matones se engrandecen y se nutren con sus agresiones. En el caso de Vladimir Putin y de su guerra contra Ucrania, hay una corriente de opinión que le echa la culpa a todo o a todos menos al agresor principal.

 

Argumentan que la culpa de la guerra la tuvieron los países de la OTAN, con Estados Unidos a la cabeza, por considerar la posibilidad de permitir el ingreso de Ucrania a esta organización. O la culpa es de los ucranianos por no someterse a la voluntad del matón. Argumentan los apaciguadores que la guerra se hubiera evitado si se hubieran atendido las exigencias de Putin. 

 

Lo cierto es que varios de los países vecinos de Rusia buscan ingresar a la OTAN no para atacar a Rusia sino para evitar horribles agresiones como la que sufre actualmente Ucrania. Con lo ocurrido allí, hasta Finlandia y Suecia han decidido reconsiderar la posibilidad de ingresar a la OTAN.

 

 

La respuesta a los matones por parte del resto de la humanidad siempre ha sido ambivalente. Nunca faltarán quienes prefieren el apaciguamiento por distintas razones. Una de ellas es el temor a enfrentarlo directamente y a convertirse en víctima de su venganza. 

 

Otra es creer que el matón hace lo que hace porque el destino le ha sido “injusto” y que lo que se requiere es “entender” las causas de su comportamiento y “no provocarlo” para evitar males mayores.

 

Lo que no entienden quienes adoptan la política de apaciguamiento es que el matón busca crear a su alrededor esa esfera de “no provocación”, como un mecanismo para neutralizar la oposición a su aberrante conducta. La no provocación infla su ego al reafirmar su convencimiento de que su causa es la “correcta”. 

 

La no provocación implica no enfrentar al matón por los daños y perjuicios que ocasiona a terceros. Las racionalizaciones que justifican esta política de apaciguamiento son música celestial para sus oídos. Alimentan su percepción de que es un ser tan especial que, a diferencia del resto de mortales, puede embarcarse en conductas reprochables e inapropiadas sin asumir consecuencias negativas.

 

 

Hay muchos matones frustrados que por distintas circunstancias no pueden hacer lo que se les viene en gana. Esos inmediatamente simpatizan con el matón exitoso. Con el matón que impunemente logra irrespetar normas y violar los derechos de terceros.

 

No hay que hacerse ilusiones sobre la modificación de conducta por parte de un matón porque siempre se justificará a sí mismo aferrándose a la idea que está haciendo “lo correcto”. Por ejemplo, el agresor de mujeres es un tipo de matón que lo será por el resto de su vida activa porque piensa que esa es la forma como ellas merecen ser tratadas. Y así con otros ejemplos.

 

Quien piense que Putin dejará de matonear una vez cumplidos sus planes en Ucrania está pensando con el deseo. Siempre encontrará excusas para continuar con su trayectoria de matón destructor y asesino, ya sea con el pueblo ruso o con otros pueblos. 

 

¿Qué puede inducir a Putin frenar la orgía de destrucción y sangre con la que busca subyugar a Ucrania? De manera temporal y por algún tiempo, ganar o ganar. Lograr que se imponga una política de apaciguamiento que haga posible el logro de sus objetivos. Perder la guerra en condiciones de superioridad militar nunca será una opción válida. Esta alternativa ni siquiera se le pasa por la mente.

 

Las sanciones económicas que afectan negativamente las condiciones de vida del pueblo ruso no le harán variar su comportamiento. Como buen matón que es, Putin no solamente lo ha sido con países vecinos sino también con su propio pueblo. Si es del caso, hundirá a Rusia con él, como lo hizo por ejemplo con Alemania ese otro matón con poder, Adolfo Hitler. 

 

Es mas, en este caso de la guerra de Ucrania no podía haber dos personalidades mas incompatibles que el matón Putin y el efusivo Zelenski. Son como el agua y el aceite.

 

Como se puede apreciar no hay una “salida” a esta guerra, mas aun si se tiene en cuenta que Putin está a punto ser humillado por la falta de resultados y que los ucranianos con su heroísmo y resiliencia han hecho méritos de sobra para mantener su independencia. 

 

Entonces lo previsible es que el matón se incline a favor de decisiones militares extremas para asegurar la derrota de su adversario. A menos que el destino, que a veces suele ser juguetón, le tenga reservado un revés del cual no se pueda recuperar.