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Jorge Ospina Sardi 
 
Muchos nostálgicos acusan al Internet de promover la superficialidad en las comunicaciones humanas. Esta si que es a todas luces una opinión muy superficial.
 
Uno de esos nostálgicos es el columnista del diario El Tiempo Gabriel Silva Luján. En un aparte de su última columna (10 de diciembre de 2012) graciosamente anota: “Ahora, la doctrina divina nos llegará en trinos de 140 caracteres. Me imagino a Benedicto XVI, sentado en el trono de san pedro, frotándose las manos porque a él lo siguen mas tuiteros que a Cirilo I, cabeza de la Iglesia Ortodoxa”.

En otro aparte mas serio de su columna Silva Luján señala: “Ese mundo donde los líderes públicos tenían la obligación de pronunciarse con sindéresis y sustancia ha sido reemplazado por uno en el que el liderazgo se gana disparando desorbitados escupitajos digitales.” Mas adelante: “Ese mundo en el que la reflexión sesuda era el camino al reconocimiento está dando paso a uno en el que se entroniza a la frasecita incisiva o la mordacidad banal”. Posteriormente: “Acomodarse en un sillón con el peso y la textura de un libro de verdad, para leer por horas interminables, será muy pronto un pasatiempo remoto”. Y concluye: “Va a desaparecer ese mundo donde existían la individualidad, la intelectualidad, la responsabilidad, la decencia y el decoro”.

Este escepticismo sobre el efecto civilizador del Internet y sus redes sociales se le ha escuchado también a escritores como Mario Vargas Llosa. Es claro que lo que se transmite por el Internet es muchas veces superficialidades e incluso, insultos de la peor calaña. Por ejemplo, esto último sucede con inusitada frecuencia en los comentarios a columnas o noticias en los distintos medios digitales de comunicación. Muchos de ellos solo expresan resentimientos u opiniones salidas de tono y contexto.

Igualmente es claro que mucho de lo que se encuentra en redes sociales como Facebook son noticias banales, trascendentes solo para quienes ahí levantan la información y su círculo social mas íntimo. Son básicamente chismes que van y vienen sin que realmente signifiquen mayor cosa para el futuro de la humanidad, pero que constituyen la comidilla diaria de las comunicaciones entre seres humanos.

Los políticos y gente con arrastre público utilizan redes como Twitter para expresar su opinión en pocas palabras o para rectificar informaciones con la que no están de acuerdo. Pero igual hay una cantidad de gente que las usa para también expresar su opinión sobre acontecimientos de resonancia o para redirigir a sus lectores a sitios que ocupan mas espacio que 140 caracteres.

En realidad nada de lo que pasa en Internet impide que haya lectura de sillón o análisis detallado de temas y situaciones. Al contrario, es evidente que el Internet facilita un mas profundo y extenso conocimiento. Es de una gran ayuda para todo aquel que esté dedicado a quehaceres académicos o periodísticos. Pero además le permite a los estudiosos transmitir mas fácilmente su producción intelectual. Su existencia ha destruido odiosos monopolios que limitaban con parroquiales criterios el espacio de opinión, tal como en el caso de los periódicos y revistas de papel.

No se entiende bien el argumento de que una mas abundante y ilustrada comunicación entre seres humanos sea peor que una mas estrecha y limitada comunicación. Ahora bien, lo que quizás desilusiona a Silva Luján, Vargas Llosa y a otros nostálgicos es que la mayor parte de la copiosa conversación por Internet no tenga la altura literaria e intelectual que la de unos pocos distinguidos pelagatos que se expresaban en los medios tradicionales. Pero nunca la ha tenido en el caso de la gran mayoría de la población. La mayor parte de la comunicación entre humanos siempre ha sido muy prosaica, repleta de escupitajos, y sobre temas que no trascienden mas allá del día al día de las personas.

La diferencia con el ayer de los nostálgicos es que las comunicaciones de los seres humanos simplemente no eran por el altoparlante del Internet. La mayoría de ellas no se reproducían más allá del alcance de la voz. Pero que eran igual o mas prosaicas, menos ilustradas y con peor sintaxis a lo que hoy en día se ve en Internet, de eso que no quepa la menor duda.

Lo que si agrega el Internet son mayores motivos de distracción y de dispersión en los usos del tiempo de las personas. Pero esto no es necesariamente negativo en el sentido de la productividad de esos usos.

Lo cierto es que uno de los grandes retos que enfrentan los seres humanos en la civilización moderna es escoger entre crecientes alternativas disponibles para el empleo de sus limitados tiempos. Hay mas alternativas que en el pasado. Cada quien se ve presionado para medir y programar mejor su tiempo. Ciertas actividades intensivas en tiempo, como la lectura en el sillón, bajan en la escala de preferencias en esta cada vez mas intensa competencia por el uso del tiempo. Incluso se llega a un punto en el cual para aliviar la presión que trae consigo dicha competencia muchos terminan por embarcarse en actividades simultáneas, algo en lo cual el género femenino posee ventajas comparativas.

Y el Internet es un instrumento para hacer mas eficiente el uso del tiempo, no solamente por el acceso y transmisión de una mayor y mas oportuna información, sino por cuanto facilita dicha simultaneidad. Gracias a su existencia es menor el peligro que muchos pelagatos gasten su tiempo pensando en los huevos del gallo o mirando al techo, tal como era de lo mas común en las épocas añoradas por los nostálgicos.