Es realmente increíble que después de firmado el TLC entre el gobierno de Estados Unidos y el gobierno de Colombia y luego de años de cabildeo de los altos funcionarios colombianos y de firmas consultoras contratadas para tal propósito, el acuerdo esté en el limbo.
No tiene sentido que se siga con el cabildeo. Le corresponde al nuevo gobierno de Estados Unidos apoyarlo o rechazarlo. Ya hay suficiente ilustración. Hasta ahora lo que ha expresado el próximo presidente Barack Obama es que a estos tratados hay que agregarles toda clase de colgandejos ambientales, laborales, de derechos humanos, judiciales y de otra infinidad de temas. Por lo que habría que rehacer completamente lo ya firmado. Eso no es serio.
El gobierno de Estados Unidos ya firmó el acuerdo y después de eso se le hicieron algunos ajustes para complacer al Congreso de ese país. Si ahora viene una renegociación completa para modificarlo en lo sustancial, Colombia debería echar marcha atrás. Pero este se ha vuelto un país arrodillado frente a Estados Unidos, al punto que es prácticamente impensable que el actual gobierno adopte una posición digna en este y en otros asuntos bilaterales. Los burócratas de ambos gobiernos se las han arreglado para hacer de un tema de beneficio común, uno de procrastinación infinita.