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En Venezuela la gasolina es casi gratis, mientras que en su vecino Colombia es de las más caras del mundo.
 
En Venezuela el galón de gasolina vale 12 centavos de dólar (3 centavos de dólar el litro). En Iran vale 39 centavos de dólar, en Arabia Saudita 60 centavos de dólar y en Iraq 1.50 dólares.

Mantener la gasolina prácticamente gratis ha sido determinante en la popularidad del Presidente Hugo Chávez. A Carlos Andrés Pérez, el último Presidente que trató de ajustarla de verdad, le hicieron una asonada que posteriormente llevó a su remoción. En la mente de los venezolanos la gasolina debe valer menos que el agua de lluvia (a esa hay que recogerla y guardarla para que sea útil y eso vale). Los venezolanos se sienten tan ricos con su petróleo, y aprecian tanto conducir vehículos automotores sin pagar por el combustible, que lo último que se les ocurriría seria venderla a un precio razonable para darle a entender a la población que se trata de un recurso no renovable costoso de extraer.

Por algo será que a Venezuela se la llama la Arabia Saudita de América Latina. Sin embargo, ni siquiera en ese país árabe, que es por lejos el de mayor riqueza petrolera del mundo, se dan el lujo de regalar la gasolina. 
 
Naturalmente que una gasolina gratis genera toda clase distorsiones en el uso de los recursos energéticos. Es un inmenso desestímulo para el empleo de energía renovable alternativa. Pero además está el impacto ambiental de subsidiar en gran escala el uso de vehículos automotores y muy especialmente de aquellos grandes y lujosos que más gasolina consumen. De hecho, Venezuela acaba de pasar por una bonanza sin precedentes en la venta de vehículos automotores propiciada, entre otros factores, por la distribución de gasolina gratis en todo el territorio nacional.

Los beneficiados con el gigantesco subsidio al consumo de gasolina —estimado en US$8.000 millones por la firma consultora Ecoanalítica— no solamente han sido los vendedores y consumidores de vehículos automotores sino también todos los procesos productivos que emplean este insumo y, por supuesto, su vecino Colombia. Ahí la gasolina es actualmente una de las más caras del mundo. El precio de un galón supera los 3 dólares. El gobierno colombiano reajustó el precio interno hasta acercarlo al precio internacional y cuando ese preció cayó a partir de septiembre de 2008, resolvió mantenerlo en su alto nivel anterior.

El gobierno colombiano ha sido duramente criticado por utilizar un control de precios al revés. Generalmente los controles de precios se utilizan para mantener artificialmente bajos los precios al consumidor, pero en este caso es para que el consumidor pague un precio artificialmente alto por la gasolina. En Colombia, la tradición es la de proteger a los productores y sacrificar a los consumidores. En este caso se trata de favorecer financieramente a la empresa estatal Ecopetrol y a los productores de etanol que proporcionan el 10% en la mezcla de gasolina que se vende en las estaciones de servicio.

Tal la situación a un lado y al otro lado de la extensa y porosa frontera que une a los dos países. El resultados de semejante disparidad de precios ha sido un contrabando masivo de gasolina desde Venezuela a Colombia, del que se benefician comerciantes, funcionarios públicos de ambos lados de la frontera y consumidores colombianos. La gasolina venezolana llega hasta Medellín y Bogotá, ciudades situadas muy al interior del país. Y abunda en las zonas cerca de la frontera. Nadie sabe para quien trabaja. Uno de los gobiernos regala un producto y el otro se asegura de mantener un precio artificialmente alto. Es como si ambos se hubieran puesto de acuerdo para hacer de ese contrabando uno de los mejores negocios del mundo.