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Al inicio de la crisis económica global la mayoría de los gobiernos adoptaron paquetes de estímulo. Dos años después los están reemplazando por paquetes de austeridad.
 
Los paquetes de estímulo, con los cuales se pretendía sacar a las economías de la recesión a punta de gasto público desfinanciado, eran una apuesta desesperada. Después de todo, en países como Estados Unidos y varios de Europa, los niveles de deuda pública eran ya excesivos cuando estalló la crisis económica a mediados de 2008. No se entendía, entonces, que la solución fuera más gasto y más deuda pública.

Un análisis desapasionado de cómo y en dónde empezó la crisis económica global lleva inexorablemente a Estados Unidos, donde la política monetaria fue muy laxa durante muchos años. Donde se estimuló irresponsablemente a millones de hogares de bajos ingresos a adquirir préstamos hipotecarios que no podían pagar. Donde se le permitió a la banca de inversión toda clase de operaciones crediticias sin respaldo alguno. Donde el gobierno federal se excedió en gastos y deuda.

La crisis económica global no fue otra cosa que el final de una burbuja producida por muchos años de dinero y deuda fácil. El sector financiero se sobre comprometió. Empezó a prestar sin consideración al riesgo implícito. Y los gobiernos gastaron desorbitadamente porque obtuvieron sin problema la financiación para hacerlo.

El estallido de la crisis, que fue un aterrizaje forzoso al mundo real de los límites y del riesgo, no fue interpretado como tal por los políticos. Resucitaron unas desprestigiadas teorías keynesianas, según las cuales la forma de salir de una recesión es con incrementos adicionales de gasto público.

Esas teorías keynesianas habían sido rechazadas desde los años setenta cuando su aplicación no rescató a los países de las recesiones en las que se encontraban sino que, por el contrario, las ahondaron con una creciente inflación, fenómeno este que se llamó estanflación.

Se reconfirmó en ese entonces que el desbordamiento del gasto público terminaba por asfixiar al sector privado y que una alta deuda pública generaba zozobra financiera y parálisis de la inversión productiva. Que los gobiernos eran ineficientes y despilfarradores cuando de gastar se trata, y que aumentar su gasto era fácil, pero disminuirlo o controlarlo era muy difícil debido a los poderosos intereses políticos que se creaban alrededor de ese mayor gasto.

Resulta verdaderamente sorprendente que estas viejas lecciones se olvidaran durante los primeros dos años de la actual crisis económica global. Por ejemplo, que gobiernos desfinanciados o sobre endeudados, como hoy en día es el caso de varios de Europa, y como lo fue en América Latina durante los años ochenta, son los directos responsables de las crisis económicas y no poseen la capacidad de rescate que los políticos les atribuyen. De hecho, que la inestabilidad que producen es, al final de cuentas, la peor enemiga del crecimiento económico y de la creación de empleo.

El hecho es que ya la mayoría de los gobiernos se dieron cuenta que ahondar los huecos fiscales no son la solución. Con los paquetes de estímulo, los gobiernos de Estados Unidos y Europa han gastado trillones de dólares y al hacerlo, han comprometido su futuro, sin que se vean resultados significativos en el presente en términos de reactivación económica y reducción en el desempleo.

A esos gobiernos ya se les agotó las posibilidades de acceder a dineros ajenos para continuar con su frenesí de gasto. Con la olla completamente raspada, han decidido aplicar paquetes de austeridad para rectificar, por fin, los excesos del pasado.

Y es así como las teorías de John Maynard Keynes están en proceso de recibir nuevamente cristiana sepultura, a los dos años de su inusitada resurrección.