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La prensa ha endiosado a Barack Obama, hasta el punto de hacerle creer a la gente que con su sola llegada los problemas desaparecerán.
 
Obviamente ese endiosamiento no lleva a ningún sitio y antes bien lo perjudica. Para sorpresa de los periodistas —y de muchos pelmazos o bombetas— la situación económica ha seguido empeorando después de la posesión del nuevo Presidente de Estados Unidos. La bolsa de valores ha continuado deprimida y no ha mostrado el más mínimo entusiasmo por el paquete de estímulo fiscal por él propuesto.

Las políticas hasta ahora planteadas por Obama están dirigidas ante todo a engrandecer el sector público y a introducir en su país un sistema de bienestar similar al europeo. Ejemplo cuestionado porque las principales economías del viejo continente están postradas desde hace seis meses y estancadas en relación con Estados Unidos desde hace dos décadas.

Como buen político de centro izquierda, Obama es de la idea que las soluciones residen en una mayor intervención estatal en regulaciones a la actividad privada, en el fortalecimiento de los sindicatos y a través de un aumento del gasto público. Ello en momentos en que el déficit del gobierno federal amenaza con aproximarse a 10% del PIB y que el sector privado necesita de alicientes para levantar cabeza.  

En política energética, Obama ha rehusado impulsar el levantamiento de las restricciones a la exploración y explotación de hidrocarburos y al desarrollo de energía nuclear, que es el camino más confiable y expedito de ahorrarse costosas y crecientes importaciones de petróleo. Sus amigos los ambientalistas no lo permiten y él les está dando gusto destinando dinero federal a proyectos de energía alternativa que no tienen rentabilidad económica a corto plazo y que son de dudosa viabilidad a largo plazo.

En materia de comercio exterior hay confusión total en el resto del mundo sobre para dónde va. No se le ve entusiasmo por impulsar el libre comercio. Lo único cierto es que recibió el apoyo de los grupos más proteccionistas de Estados Unidos. Si recurre al proteccionismo, la crisis económica global se profundizará.

Como si lo anterior fuera poco, en política exterior ha recibido bofetadas en la mejilla después de gestos cordiales y amistosos que buscan mejorar la imagen de su país ante los críticos de siempre. Sus palabras reconciliadoras con el mundo musulmán fueron recibidas con pronunciamientos de Irán y de Hamas exigiendo que Estados Unidos se arrepintiera públicamente de sus “crímenes”. Después de anunciar el cierre de la prisión de Guantánamo, Cuba le demandó la pronta devolución del pedazo de territorio donde está localizada (entre otras, su gobierno no ha dicho cómo va a manejar los muy peligrosos terroristas que están en esa cárcel).

Obama es un político que llega a la Casa Blanca sin ninguna experiencia como gobernante. Es apenas lógico que haya incertidumbre al respecto. Es claro que hay que darle el beneficio de la duda en estos primeros meses de su administración. Pero eso no significa que haya que colocarlo en un pedestal como lo ha hecho la prensa, como si fuera “el elegido”, “el más inteligente”, “el que rebosa de sabiduría”, “el poseedor de la vara mágica que solucionará todos los problemas”, “el que reúne en sí lo mejor de Lincoln, Roosevelt, Kennedy y Reagan”.

La mayor parte de la prensa ensilló antes de tiempo. Sería sumamente peligroso que Obama se creyera estos cuentos sin haber salido airoso de las duras pruebas que le tocará enfrentar como gobernante. Muy difícil no creerse infalible y de otro planeta, ante semejante cantidad de elogios. Muy difícil darse cuenta que para subirse a un pedestal es aconsejable construir primero las bases que lo han de sostener.