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La crisis de Grecia es emblemática. Para todos los efectos prácticos su gobierno se quebró y financiarlo no resuelve el problema. ¿Qué hacer?
 
Hasta ahora no se ha inventado el sistema de gobierno que garantice que quienes lo administran no gasten más de lo que reciben. El sistema democrático no es la excepción a esta regla. En las campañas electorales los políticos ofrecen el cielo y la tierra. Cuando llegan al gobierno descubren lo que ya sospechaban: que el cielo no existe y que la tierra no es tan prolífica como pensaban.  

Entonces las estrategia de los políticos es la de sacar conejos del cubilete, con tal de darle gusto al mayor número posible de electores. Sacan dinero del aire: emiten y se endeudan más allá de todo límite razonable, y gastan y distribuyen riqueza que no es de ellos. Así, logran poder y popularidad y si están de buenas, le trasladan el problema de la quiebra a sus sucesores.

Naturalmente que el problema no es sólo de los políticos. El exceso de gasto público es un tema que tiene que ver con los apetitos desmedidos de la población en general, la misma que elige a sus gobernantes. La gran mayoría de la población ve al gobierno como un botín. Consideran que la financiación no es con ellos, pero la distribución de los bienes y servicios que administra el gobierno si es con ellos. Incluso los que no aportan nada, se sienten con el derecho a recibir toda clase de prebendas por parte del gobierno.

Con esta mentalidad es imposible evitar que los gobiernos dejen de gastar lo que no tienen. Tanto gobernantes como gobernados, cómplices los unos de los otros y los otros de los unos, asisten a un bacanal en donde se tira por la ventana lo que no es ni de los unos ni de los otros. Se tira por la ventana recursos que pertenecen al futuro: gastan en el presente lo que pertenece a quienes han de pagar la cuenta más adelante.

Grecia es un país que lleva años viviendo como rico y produciendo como pobre. Su deuda pública acumulada supera por lejos lo que produce durante un año. Pero el problema no es sólo eso: su gasto público cada año es muy superior a los ingresos que percibe el gobierno. Puesto de manera sencilla, Grecia no sólo está sobre endeudada sino que sigue gastando mucho más de la riqueza que genera. Y buena parte de ese gasto consiste en innumerables beneficios sociales a una población que poco o nada le aporta a la economía.

Ahora bien, no es sólo Grecia la que está en esta situación. También lo están Portugal, España, Irlanda y Bélgica. Y no están lejos Inglaterra, Estados Unidos y Francia. De hecho, todos los gobiernos del mundo sufren del mismo mal endémico, en mayor o menor grado (China, que tiene una mano de obra esclavizada, no enfrenta estos problemas).

La solución parecería obvia: dejar que el mercado opere. Es decir, que si el gobierno de Grecia se quebró, quienes le prestaron deben pagar los platos rotos. Así dejarían de ser prestamistas ingenuos la próxima vez.

Por otro lado, habría que forzar a Grecia a ajustar sus cuentas fiscales de tal manera que sólo gaste lo que tiene, que no es mucho. Lo traumático de este ejercicio serviría, por lo menos durante un tiempo, para que los griegos se den cuenta de que su nivel de vida debe guardar alguna relación con lo que producen (que la riqueza no es maná que cae del cielo).

Pero ningún gobierno está interesado en esta solución. Perderían su encanto los políticos y la actividad política se volvería muy aburrida. Sin la magia de distribuir lo que no se tiene, el show de los ilusionistas dejaría de serlo. Por eso hay que mantener la discusión de estos temas en un plano metafísico. Hay que mantener el mito de los poderes milagrosos de los gobiernos y de los gobernantes. En eso consiste el arte democrático de la política.  

Y tampoco los gobernados están interesados en dicha solución. A nadie le gusta que le digan que no se merece lo que gana o lo que le pagan. Nadie está dispuesto a renunciar a lo que considera son “derechos adquiridos”. Todo las personas, hasta las más perezosas y vagabundas, creen que aportan más a la sociedad de lo que reciben de ella.

Así las cosas, el pronóstico es que el tema de Grecia se diluirá en el tiempo sin una solución clara. Sin embargo, últimamente, en todas partes del mundo, los excesos de gobernantes y gobernados respecto al uso de los recursos públicos han alcanzado tan absurdas proporciones, que parecería inevitable un replanteamiento a fondo del contenido del actual debate político.