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En la historia de la humanidad, los libros han tenido muchos enemigos. Actualmente lo son las Aduanas.
 
Nadie da razón de quién lo hace. No se sabe a ciencia cierta si el acto de barbarie ocurre en la Aduana de Colombia o en la de Estados Unidos. Lo cierto es que al mandar un libro por DHL Colombia a Estados Unidos es inminente el riesgo de que lo desencuadernen y lo partan con una navaja. No basta abrir el paquete, ojearlo y revisarlo en detalle. No basta con que el libro esté en perfectas condiciones, sin alteraciones. Para los agentes de aduana nada de eso es suficiente. Hay que destrozarlo y rajarlo con una navaja.

Un scanner bastaría para revisar mejor a los libros que despierten sospechas. Pero aún sin scanner, quien conozca como está hecho un libro se puede dar cuenta de alguna alteración sospechosa. Pero, además, ¿cuánta cocaína han decomisado rajando cubiertas de libros? ¡Por Dios!

Parece ser que estos actos vandálicos ocurren en la Aduana de Colombia, antes de salir los libros hacía Estados Unidos. Si ese es el caso, su director Miguel Coco y los demás funcionarios altos de la entidad deberían avergonzarse. Y ante todo, remediar la situación. No importa el valor comercial de los libros: merecen todo el respeto. Tienen dueño. Ningún funcionario debe abrogarse la autoridad de destruirlos sin evidencia seria. El derecho a revisar mercancías no les confiere a las Aduanas la atribución de destruirlas por capricho, y menos aún si se trata de libros, por lo que ellos simbolizan.