Las encuestas de marzo y abril de 2017 sitúan la imagen favorable del Presidente Santos en el horizonte del 25% y la desfavorable en 70%.
Sin duda la opinión pública le está cobrando el desconocimiento que hizo del resultado del Plebiscito que él mismo convocó para aprobar el Acuerdo de Paz con las Farc, así como el golpe de Estado que dio al concederse a sí mismo facultades dictatoriales para cambiar la Constitución. También el crecimiento explosivo de los cultivos de coca, la corrupción asociada con la financiación de sus campañas presidenciales y con el reparto de dineros públicos para obtener apoyos políticos, y una dura situación económica que el país todavía no ha superado ocasionada principalmente por la caída de los precios internacionales del petróleo y del carbón y por la recesión de países vecinos.
La forma como Santos manejó el tema del Plebiscito desdice de la seriedad del sistema democrático colombiano. Toda una burla fue aquello. Mientras que en democracias mas serias del planeta los resultados electorales tienen consecuencias, los perdedores renuncian y las decisiones son consistentes con el resultado, en la Colombia de Santos sucede todo lo contrario.
Después del resultado electoral adverso, nadie renunció (ni siquiera los arquitectos de ese galimatías llamado Acuerdo de Paz, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo). Mucho menos los ministros encargados de promover la causa gubernamental. Tampoco los políticos que apoyaron la tesis que fue derrotada en las urnas.
A todas estas, ¿qué pasó con el Presidente? A la semana de la derrota la burocracia noruega lo premió otorgándole el premio Nobel de Paz (Noruega es uno de los países garantes del Acuerdo). Unas pocas semanas después decidió que lo perdido en el Plebiscito lo recuperaría asumiendo poderes de dictador gracias a sus mayorías parlamentarias y a una obsecuente Corte Constitucional nombrada por él mismo.
El Acuerdo de Paz sería aprobado a pupitrazo limpio en el Congreso sin posibilidades de enmiendas. Todas las formas democráticas fueron violentadas en este proceso de imponer por las malas un Acuerdo de Paz que fue rechazado en el Plebiscito. Francamente, ¿para qué tanto ritual y tanto saludo a la bandera si el Presidente, según sus palabras, “hace lo que se le da la gana”?
La forma como Santos manejó el tema del Plebiscito desdice de la seriedad del sistema democrático colombiano. Toda una burla fue aquello. Mientras que en democracias mas serias del planeta los resultados electorales tienen consecuencias, los perdedores renuncian y las decisiones son consistentes con el resultado, en la Colombia de Santos sucede todo lo contrario.
Después del resultado electoral adverso, nadie renunció (ni siquiera los arquitectos de ese galimatías llamado Acuerdo de Paz, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo). Mucho menos los ministros encargados de promover la causa gubernamental. Tampoco los políticos que apoyaron la tesis que fue derrotada en las urnas.
A todas estas, ¿qué pasó con el Presidente? A la semana de la derrota la burocracia noruega lo premió otorgándole el premio Nobel de Paz (Noruega es uno de los países garantes del Acuerdo). Unas pocas semanas después decidió que lo perdido en el Plebiscito lo recuperaría asumiendo poderes de dictador gracias a sus mayorías parlamentarias y a una obsecuente Corte Constitucional nombrada por él mismo.
El Acuerdo de Paz sería aprobado a pupitrazo limpio en el Congreso sin posibilidades de enmiendas. Todas las formas democráticas fueron violentadas en este proceso de imponer por las malas un Acuerdo de Paz que fue rechazado en el Plebiscito. Francamente, ¿para qué tanto ritual y tanto saludo a la bandera si el Presidente, según sus palabras, “hace lo que se le da la gana”?
Al tiempo que Santos engañó a mas de la mitad del electorado desconociendo olímpicamente el resultado del Plebiscito, salió la noticia que el área sembrada de coca creció de 45.000 hectáreas hace cuatro años a 180.000 hectáreas actualmente. Colombia medalla de oro en cultivo de coca. La pesadilla de un narcotráfico desbordado convertida en realidad. Y el gobierno y los políticos como el avestruz, subestimando el problema. Un ridículo Ministro de Defensa diciendo que a punta de erradicación manual y con ayuda de las Farc se va controlar la situación.
Sencillamente este muy grave problema se le salió de las manos a un gobierno que se convirtió en cómplice pasivo de las Farc en el negocio del cultivo de la coca. Porque la verdad es que con la disculpa del Acuerdo de Paz dejó de combatir este delito. Se fue por lo fácil. No pasará mucho tiempo antes que el poder financiero de las mafias que controlan este negocio contamine todos los ámbitos de la vida económica y social de Colombia, como ya sucedió en el pasado.
Luego le cayó a este gobierno el tema Odebrecht y en general el de la financiación de unas campañas presidenciales donde se rebasaron los límites autorizados por ley. Apareció en escena un curioso personaje: Roberto Prieto. Dijo que había trabajado tan duro en la campaña de Santos que mereció haber sido nombrado como embajador de Colombia ante el BID. Pero no solo mereció este nombramiento. La firma de publicidad de su familia, Marketmedios Comunicaciones, recibió decenas de miles de millones de pesos en contratos con entidades públicas.
Nadie sabe muy bien a dónde fue a parar todo ese dinero. Porque fueron decenas de miles de millones en contratos de publicidad sin ton ni son la mayor parte de ellos. A lo que se agrega el tema, que viene de atrás, de la llamada “mermelada”, o sea de la compra de apoyos políticos por parte del gobierno de Santos a través de un descarado sistema de reparto de dineros públicos.
Luego hay que destacar la compleja situación económica que ha enfrentado Colombia recientemente. Aquí vale la pena hacer una breve mención a esos analistas que salieron con el absurdo cuento de que una vez firmado el Acuerdo de Paz el PIB de Colombia crecería dos o tres puntos porcentuales mas que su tendencia histórica (que ha sido cercana al 4% anual). Como si la desmovilización de 6.000 o 7.000 miembros de las Farc que delinquían en apartadas zonas rurales hicieran una diferencia significativa en el crecimiento económico de un país de 48 millones de habitantes.
Lo cierto es que ante la caída de los precios internacionales del petróleo y del carbón, el derrumbe de la economía venezolana y la recesión de otros mercados regionales, el crecimiento económico de Colombia cayó a 2% en 2016 y se proyecta que a 1% en el primer semestre de 2017.
Ahora bien, la respuesta de las autoridades económicas frente a la magnitud del choque externo que sufrió Colombia a partir de finales de 2014 ha sido acertada y se puede decir que después de dos años y medio se ha avanzado en equilibrar las cuentas externas y fiscales, sin comprometer el grado de inversión de las calificadoras internacionales, manteniendo a la vez bajo control la inflación y alcanzando una estabilidad en la tasa de cambio que lleva ya casi un año.
Sin embargo, el grueso de la opinión pública no entra en consideraciones sobre la forma correcta como se hizo el ajuste económico requerido, sino sobre su impacto negativo en el bolsillo. Y ese ha sido significativo, y todavía no ha terminado. De manera que este frente no le ayudará a Santos a recuperar su imagen o favorabilidad sino que por el contrario, al menos por ahora, seguirá constituyendo un factor negativo adicional.
Da la impresión que se le cayó el escaparate al Presidente y que ya no tenga las fuerzas necesarias para levantarlo un año y tres meses antes de la terminación de su gobierno. Hay cansancio con su estilo. Se ha perdido la paciencia con sus mentirillas y con sus insultos a la inteligencia de los colombianos. Melancólico final para tan auspicioso inicio. Pero, ¿no es esa acaso la suerte que corren la mayoría de los gobernantes?
Sencillamente este muy grave problema se le salió de las manos a un gobierno que se convirtió en cómplice pasivo de las Farc en el negocio del cultivo de la coca. Porque la verdad es que con la disculpa del Acuerdo de Paz dejó de combatir este delito. Se fue por lo fácil. No pasará mucho tiempo antes que el poder financiero de las mafias que controlan este negocio contamine todos los ámbitos de la vida económica y social de Colombia, como ya sucedió en el pasado.
Luego le cayó a este gobierno el tema Odebrecht y en general el de la financiación de unas campañas presidenciales donde se rebasaron los límites autorizados por ley. Apareció en escena un curioso personaje: Roberto Prieto. Dijo que había trabajado tan duro en la campaña de Santos que mereció haber sido nombrado como embajador de Colombia ante el BID. Pero no solo mereció este nombramiento. La firma de publicidad de su familia, Marketmedios Comunicaciones, recibió decenas de miles de millones de pesos en contratos con entidades públicas.
Nadie sabe muy bien a dónde fue a parar todo ese dinero. Porque fueron decenas de miles de millones en contratos de publicidad sin ton ni son la mayor parte de ellos. A lo que se agrega el tema, que viene de atrás, de la llamada “mermelada”, o sea de la compra de apoyos políticos por parte del gobierno de Santos a través de un descarado sistema de reparto de dineros públicos.
Luego hay que destacar la compleja situación económica que ha enfrentado Colombia recientemente. Aquí vale la pena hacer una breve mención a esos analistas que salieron con el absurdo cuento de que una vez firmado el Acuerdo de Paz el PIB de Colombia crecería dos o tres puntos porcentuales mas que su tendencia histórica (que ha sido cercana al 4% anual). Como si la desmovilización de 6.000 o 7.000 miembros de las Farc que delinquían en apartadas zonas rurales hicieran una diferencia significativa en el crecimiento económico de un país de 48 millones de habitantes.
Lo cierto es que ante la caída de los precios internacionales del petróleo y del carbón, el derrumbe de la economía venezolana y la recesión de otros mercados regionales, el crecimiento económico de Colombia cayó a 2% en 2016 y se proyecta que a 1% en el primer semestre de 2017.
Ahora bien, la respuesta de las autoridades económicas frente a la magnitud del choque externo que sufrió Colombia a partir de finales de 2014 ha sido acertada y se puede decir que después de dos años y medio se ha avanzado en equilibrar las cuentas externas y fiscales, sin comprometer el grado de inversión de las calificadoras internacionales, manteniendo a la vez bajo control la inflación y alcanzando una estabilidad en la tasa de cambio que lleva ya casi un año.
Sin embargo, el grueso de la opinión pública no entra en consideraciones sobre la forma correcta como se hizo el ajuste económico requerido, sino sobre su impacto negativo en el bolsillo. Y ese ha sido significativo, y todavía no ha terminado. De manera que este frente no le ayudará a Santos a recuperar su imagen o favorabilidad sino que por el contrario, al menos por ahora, seguirá constituyendo un factor negativo adicional.
Da la impresión que se le cayó el escaparate al Presidente y que ya no tenga las fuerzas necesarias para levantarlo un año y tres meses antes de la terminación de su gobierno. Hay cansancio con su estilo. Se ha perdido la paciencia con sus mentirillas y con sus insultos a la inteligencia de los colombianos. Melancólico final para tan auspicioso inicio. Pero, ¿no es esa acaso la suerte que corren la mayoría de los gobernantes?