Las encuestas mas recientes le dan motivo de preocupación, especialmente por las tendencias a la baja en su caso y al alza en el caso de Oscar Iván Zuluaga. Cada vez mas se le nota el miedo a perder.
Se pensaría que un Presidente debe mantener una cierta altura en sus actuaciones públicas, así esté en campaña. Esa investidura hay que hacerla respetar, no importa que se esté ante circunstancias adversas o no tan favorables. Pero en medio del nerviosismo que lo carcome, Santos ha empezado a actuar en forma errática.
Lo primero son las “órdenes” que últimamente le ha impartido al Fiscal General de la Nación. Santos debería ser el primero en respetar la separación de poderes en un país donde muchos pontifican sobre el tema pero pocos lo respetan. Da tristeza el ejemplo de un Presidente diciéndole al Fiscal qué hacer y qué no hacer, y mas aún si se tiene en cuenta los inmensos poderes que tiene esta figura en Colombia.
La Fiscalía actúa como juez de primera instancia, lo cual es una extralimitación de sus funciones que no ha podido ser corregida. Y si a lo anterior se agrega que esta entidad se ha convertido en un apéndice de la Presidencia, entonces se está ante una muy grave deformación en el ordenamiento jurídico del país.
Que en plena campaña Santos utilice a la Fiscalía para promover sus intereses electorales y perjudicar a sus rivales, y que lo haga a través de discursos de plaza pública, constituye el peor de los precedentes para el futuro de la golpeada democracia colombiana.
Otro indicio de lo “paniquiado” que está Santos son sus desaforadas promesas de gasto público, como si el país estuviera en medio de una bonanza económica. Por donde pasa en campaña promete lo divino y lo humano. Sin embargo, todo apunta a que en estos próximos años la situación fiscal se apretará, en parte porque el sector externo no será la fuente de crecimiento y de excedentes que fuera en el cuatrienio que está por terminar.
Hace poco en un evento público Santos le dijo a una alcaldesa que le traía un regalo: la apropiación de unos recursos para la construcción de un hospital. Habla como si esos recursos fueran suyos. No los son. Son recursos provenientes de los múltiples impuestos que el gobierno le cobra a todos los colombianos. Sería mejor que hubiera dicho que se trata de un regalo de todos los colombianos. Pero así son los políticos: se creen dueños de lo que no es de ellos.
Santos traicionó a un componente sustancial de los electores que por él votaron hace cuatro años, especialmente los de centro derecha. Terminó de aliado de sus rivales. Ahora último, se le ve en la búsqueda de los votos de Gustavo Petro que representa una izquierda radical, la antítesis de sus banderas políticas iniciales. Todo en su gobierno han sido alianzas de conveniencia a diestra y siniestra, como si la política fuera solo eso.
Lo primero son las “órdenes” que últimamente le ha impartido al Fiscal General de la Nación. Santos debería ser el primero en respetar la separación de poderes en un país donde muchos pontifican sobre el tema pero pocos lo respetan. Da tristeza el ejemplo de un Presidente diciéndole al Fiscal qué hacer y qué no hacer, y mas aún si se tiene en cuenta los inmensos poderes que tiene esta figura en Colombia.
La Fiscalía actúa como juez de primera instancia, lo cual es una extralimitación de sus funciones que no ha podido ser corregida. Y si a lo anterior se agrega que esta entidad se ha convertido en un apéndice de la Presidencia, entonces se está ante una muy grave deformación en el ordenamiento jurídico del país.
Que en plena campaña Santos utilice a la Fiscalía para promover sus intereses electorales y perjudicar a sus rivales, y que lo haga a través de discursos de plaza pública, constituye el peor de los precedentes para el futuro de la golpeada democracia colombiana.
Otro indicio de lo “paniquiado” que está Santos son sus desaforadas promesas de gasto público, como si el país estuviera en medio de una bonanza económica. Por donde pasa en campaña promete lo divino y lo humano. Sin embargo, todo apunta a que en estos próximos años la situación fiscal se apretará, en parte porque el sector externo no será la fuente de crecimiento y de excedentes que fuera en el cuatrienio que está por terminar.
Hace poco en un evento público Santos le dijo a una alcaldesa que le traía un regalo: la apropiación de unos recursos para la construcción de un hospital. Habla como si esos recursos fueran suyos. No los son. Son recursos provenientes de los múltiples impuestos que el gobierno le cobra a todos los colombianos. Sería mejor que hubiera dicho que se trata de un regalo de todos los colombianos. Pero así son los políticos: se creen dueños de lo que no es de ellos.
Santos traicionó a un componente sustancial de los electores que por él votaron hace cuatro años, especialmente los de centro derecha. Terminó de aliado de sus rivales. Ahora último, se le ve en la búsqueda de los votos de Gustavo Petro que representa una izquierda radical, la antítesis de sus banderas políticas iniciales. Todo en su gobierno han sido alianzas de conveniencia a diestra y siniestra, como si la política fuera solo eso.
Pero, como cosa curiosa, a pesar de que por esas alianzas contó con unas grandes mayorías en el Congreso, no logró sacar adelante la reforma a la justicia, ni la reforma a la educación, ni la reforma a la salud, ni el fuero militar, ni otras iniciativas importantes de la agenda legislativa que se propuso. Tampoco logró avanzar mayormente en programas de inversión pública en sectores estratégicos como el de la infraestructura vial.
En términos generales, sus realizaciones no se compadecen con los recursos y con los apoyos que tuvo a su disposición. Por eso, sus promesas en esta campaña se ven con escepticismo, como actos de desesperación de un candidato en problemas, y no como las de un Presidente que requiere de unos años mas para completar su obra de gobierno.
En términos generales, sus realizaciones no se compadecen con los recursos y con los apoyos que tuvo a su disposición. Por eso, sus promesas en esta campaña se ven con escepticismo, como actos de desesperación de un candidato en problemas, y no como las de un Presidente que requiere de unos años mas para completar su obra de gobierno.