El gobierno Conservador Liberal de David Cameron está en proceso de reformar el sistema de beneficios sociales que heredó del anterior gobierno Laborista.
Es cierto que en casi toda Europa se vienen realizando, por la gravedad de las circunstancias económicas, esfuerzos de reducción de privilegios fiscales a distintos grupos de la población que ya se habían acostumbrado a disfrutarlos.
Se reconoce en círculos gobernantes de la Comunidad Europea que el Estado del Bienestar se ha excedido en estos beneficios y como consecuencia, los déficit fiscales se han salido de control y las economías se han estancado. Que se corre el peligro de no retomar el sendero de un crecimiento mínimo aceptable.
En un mundo globalizado, hay un punto en el cual el costo de la mano de obra no puede superar al del resto del planeta. Nadie pone en duda que los trabajadores europeos son, en términos generales, más productivos que los trabajadores en Asia o América Latina. Sobretodo tienen a su disposición un stock de capital mayor.
Pero esa mayor productividad, que es una indudable ventaja a la hora de competir en los mercados globales, puede ser anulada por el impacto de una excesiva remuneración. En el caso de la Comunidad, más que compensada gracias a los innumerables beneficios sociales que recibe su población.
En otras palabras, la “bon vivre” de la que hablan los franceses tiene unos límites que se han vuelto más exigentes debido al fenómeno de la globalización.
Si en lugares como la Comunidad Europea el sistema de beneficios sociales excede por mucho a la de los demás lugares del planeta, pues termina resultando apenas normal que sean incontenibles las tendencias de migración hacía los países que la conforman. Por otro lado, si debido a esos beneficios los costos de la mano de obra, de la tributación y de las regulaciones se posicionan por las nubes, no es de extrañar que empresas y negocios, emprendimientos de todo tipo, emigren de ahí hacia tierras y lugares más acogedores.
Entonces, los ajustes se hacen inevitables. Y un ejemplo es la Inglaterra actual. El gobierno Conservador Liberal ha empezado a desmontar, a su ritmo, prebendas no prioritarias. El nuevo gobierno de Cameron heredó un déficit fiscal de 11% del PIB. Le ha correspondido al Ministro de Finanzas George Osborne manejar una difícil situación, en la que estaba amenazada la confianza interna y externa en la capacidad de Gran Bretaña para cumplir sus compromisos.
“Vivir a expensas del Estado ya no es posible”, sentenció Osborne. Y continuó: “Los gastos de redistribución representan un tercio de los gastos totales del Estado. No es posible reestructurar las cuentas públicas sin entrar ahí. El sistema de protección social debe recompensar el trabajo y buscar una solución al hecho de que cinco millones de británicos vivan de ayudas del Estado, incluso cuando la coyuntura es buena.”
Osborne ha cuestionado diferentes tipos de ayudas estatales. Por ejemplo, “Déjeme que le dé un ejemplo de lo que considero injusto. Algunas familias en Gran Bretaña reciben 100.000 libras (115.000 euros) al año por concepto de ayuda por alojamiento. Es totalmente inaceptable. Equivale a los impuestos pagados por 16 personas activas.”
El Ministro no ha parado ahí en sus declaraciones. Se refirió a la “profunda injusticia” de un sistema de ayudas sociales que “atrapa a millones de nuestros conciudadanos en la dependencia, mientras otros millones deben pagar la factura.” Y se reafirmó en su convencimiento de que el sistema de seguridad social sea uno en el cual “el trabajo siempre sea recompensado” y “el fraude no pueda esconderse detrás de la complejidad.”
Una de las medidas que se adoptarán será la de establecer un tope a las ayudas que puede recibir un hogar. Igualmente, se desmontarán las ayudas que reciben familias de relativamente altos ingresos. El 20 de octubre de 2010 Osborne dará a conocer un plan sin precedentes para eliminar en cinco años un déficit presupuestario que para 2010 se calcula en 10,1% del PIB.
En fin. Lo cierto es que Osborne le ha explicado con claridad el problema a los británicos. No ha pretendido tapar su gravedad, como sí lo ha intentado hacer José Luis Rodríguez Zapatero en España. “El déficit británico es uno de los más altos del mundo. Si no nos encargamos del problema no habrá crecimiento. Miren Irlanda, Grecia y Portugal, y verán que todavía hay peligros”. Aparentemente por deferencia el Ministro no incluyó a España.
Ahora bien, mientras Inglaterra –y los otros países de la Comunidad Europea, cada uno a su ritmo– se han dado a la ardua tarea de resolver sus problemas fiscales, en Estados Unidos Barack Obama todavía sueña con extender los beneficios sociales, aumentar el gasto público y el déficit fiscal, y llevar la deuda pública a la estratosfera.
Lo que conduce a la reflexión que en los próximos años se presentará un fortalecimiento económico de la Comunidad Europea frente a Estados Unidos (que irremediablemente se reflejará en el valor relativo del euro y la libra esterlina frente al dólar).
Se reconoce en círculos gobernantes de la Comunidad Europea que el Estado del Bienestar se ha excedido en estos beneficios y como consecuencia, los déficit fiscales se han salido de control y las economías se han estancado. Que se corre el peligro de no retomar el sendero de un crecimiento mínimo aceptable.
En un mundo globalizado, hay un punto en el cual el costo de la mano de obra no puede superar al del resto del planeta. Nadie pone en duda que los trabajadores europeos son, en términos generales, más productivos que los trabajadores en Asia o América Latina. Sobretodo tienen a su disposición un stock de capital mayor.
Pero esa mayor productividad, que es una indudable ventaja a la hora de competir en los mercados globales, puede ser anulada por el impacto de una excesiva remuneración. En el caso de la Comunidad, más que compensada gracias a los innumerables beneficios sociales que recibe su población.
En otras palabras, la “bon vivre” de la que hablan los franceses tiene unos límites que se han vuelto más exigentes debido al fenómeno de la globalización.
Si en lugares como la Comunidad Europea el sistema de beneficios sociales excede por mucho a la de los demás lugares del planeta, pues termina resultando apenas normal que sean incontenibles las tendencias de migración hacía los países que la conforman. Por otro lado, si debido a esos beneficios los costos de la mano de obra, de la tributación y de las regulaciones se posicionan por las nubes, no es de extrañar que empresas y negocios, emprendimientos de todo tipo, emigren de ahí hacia tierras y lugares más acogedores.
Entonces, los ajustes se hacen inevitables. Y un ejemplo es la Inglaterra actual. El gobierno Conservador Liberal ha empezado a desmontar, a su ritmo, prebendas no prioritarias. El nuevo gobierno de Cameron heredó un déficit fiscal de 11% del PIB. Le ha correspondido al Ministro de Finanzas George Osborne manejar una difícil situación, en la que estaba amenazada la confianza interna y externa en la capacidad de Gran Bretaña para cumplir sus compromisos.
“Vivir a expensas del Estado ya no es posible”, sentenció Osborne. Y continuó: “Los gastos de redistribución representan un tercio de los gastos totales del Estado. No es posible reestructurar las cuentas públicas sin entrar ahí. El sistema de protección social debe recompensar el trabajo y buscar una solución al hecho de que cinco millones de británicos vivan de ayudas del Estado, incluso cuando la coyuntura es buena.”
Osborne ha cuestionado diferentes tipos de ayudas estatales. Por ejemplo, “Déjeme que le dé un ejemplo de lo que considero injusto. Algunas familias en Gran Bretaña reciben 100.000 libras (115.000 euros) al año por concepto de ayuda por alojamiento. Es totalmente inaceptable. Equivale a los impuestos pagados por 16 personas activas.”
El Ministro no ha parado ahí en sus declaraciones. Se refirió a la “profunda injusticia” de un sistema de ayudas sociales que “atrapa a millones de nuestros conciudadanos en la dependencia, mientras otros millones deben pagar la factura.” Y se reafirmó en su convencimiento de que el sistema de seguridad social sea uno en el cual “el trabajo siempre sea recompensado” y “el fraude no pueda esconderse detrás de la complejidad.”
Una de las medidas que se adoptarán será la de establecer un tope a las ayudas que puede recibir un hogar. Igualmente, se desmontarán las ayudas que reciben familias de relativamente altos ingresos. El 20 de octubre de 2010 Osborne dará a conocer un plan sin precedentes para eliminar en cinco años un déficit presupuestario que para 2010 se calcula en 10,1% del PIB.
En fin. Lo cierto es que Osborne le ha explicado con claridad el problema a los británicos. No ha pretendido tapar su gravedad, como sí lo ha intentado hacer José Luis Rodríguez Zapatero en España. “El déficit británico es uno de los más altos del mundo. Si no nos encargamos del problema no habrá crecimiento. Miren Irlanda, Grecia y Portugal, y verán que todavía hay peligros”. Aparentemente por deferencia el Ministro no incluyó a España.
Ahora bien, mientras Inglaterra –y los otros países de la Comunidad Europea, cada uno a su ritmo– se han dado a la ardua tarea de resolver sus problemas fiscales, en Estados Unidos Barack Obama todavía sueña con extender los beneficios sociales, aumentar el gasto público y el déficit fiscal, y llevar la deuda pública a la estratosfera.
Lo que conduce a la reflexión que en los próximos años se presentará un fortalecimiento económico de la Comunidad Europea frente a Estados Unidos (que irremediablemente se reflejará en el valor relativo del euro y la libra esterlina frente al dólar).