El problema de Hugo Chávez es que, como dicen los estudiantes, “está ponchao”. La gran mayoría de los venezolanos están agobiados con la inseguridad, con el racionamiento de energía eléctrica y de agua, con los pésimos servicios de salud, con una desbordada inflación, con una justicia parcializada, con una libertad de expresión coartada, con un sistema financiero colapsado, con la falta de oportunidades de empleo productivo, y con una brutal represión dirigida por la inteligencia militar cubana contra todo lo que parezca oposición.
Todos esos problemas son culpa de Hugo Chávez. Él es el directo responsable del desastre en el que se ha convertido Venezuela. No hay otro inepto en el mundo, tal vez con la excepción de Fidel Castro en la Cuba de los años sesenta, que haya despilfarrado y destruido la riqueza de un país en tan corto tiempo.
Los problemas en los que está enredado Chávez, tales como la crisis eléctrica, la sorprendente quiebra de PDVSA y del gobierno central y la destrucción de las industrias básicas del país, son como un chicle pegado al zapato. Entre más patalea, y es experto en eso, más se le pega el chicle.
El personaje es tan inepto, y tan incapaz de rodearse medianamente bien, que ninguno de los problemas que le han ocasionado una erosión de su popularidad está en vías de solución. Al contrario, todos están empeorando. En lugar de gobernar para resolverlos, Chávez gobierna para esconderlos. Pero como el deterioro es cada vez más evidente, sus desesperados intentos de tapar el sol con las manos se han vuelto francamente ridículos (sólo aptos para retrasados mentales).
Todos esos problemas son culpa de Hugo Chávez. Él es el directo responsable del desastre en el que se ha convertido Venezuela. No hay otro inepto en el mundo, tal vez con la excepción de Fidel Castro en la Cuba de los años sesenta, que haya despilfarrado y destruido la riqueza de un país en tan corto tiempo.
Los problemas en los que está enredado Chávez, tales como la crisis eléctrica, la sorprendente quiebra de PDVSA y del gobierno central y la destrucción de las industrias básicas del país, son como un chicle pegado al zapato. Entre más patalea, y es experto en eso, más se le pega el chicle.
El personaje es tan inepto, y tan incapaz de rodearse medianamente bien, que ninguno de los problemas que le han ocasionado una erosión de su popularidad está en vías de solución. Al contrario, todos están empeorando. En lugar de gobernar para resolverlos, Chávez gobierna para esconderlos. Pero como el deterioro es cada vez más evidente, sus desesperados intentos de tapar el sol con las manos se han vuelto francamente ridículos (sólo aptos para retrasados mentales).
Ahora último, entonces, amenaza con que si algo le llegare a suceder, el este de Caracas se levantará. Su portavoz José Vicente Rangel, quien se enriqueció hasta más no poder durante su paso por el gobierno, escribe que “Si Chávez fuera derrocado, la sangre inundaría las calles venezolanas”. Sin duda, amenazan porque tienen miedo.
Al tiempo que amenaza con “sangre”, Chávez ha retado a la oposición, al menos en cuatro ocasiones, para que le inicie el proceso revocatorio. ¿Revocarlo? ¿Derrocarlo? La oposición no está en eso. Su mira la tiene puesta en las elecciones de septiembre para la Asamblea Nacional. Su actividad está dirigida a lograr el mayor número de escaños allí. No hay misterio al respecto.
Sin embargo, la situación se ha tornado incierta por culpa del propio Chávez, quien está haciendo hasta lo imposible para que se cumpla aquello de que “a toda enredadera le llega su tijera”.
Al tiempo que amenaza con “sangre”, Chávez ha retado a la oposición, al menos en cuatro ocasiones, para que le inicie el proceso revocatorio. ¿Revocarlo? ¿Derrocarlo? La oposición no está en eso. Su mira la tiene puesta en las elecciones de septiembre para la Asamblea Nacional. Su actividad está dirigida a lograr el mayor número de escaños allí. No hay misterio al respecto.
Sin embargo, la situación se ha tornado incierta por culpa del propio Chávez, quien está haciendo hasta lo imposible para que se cumpla aquello de que “a toda enredadera le llega su tijera”.