LaNota.com
 

–––––––––––––––––––––––––––––––––

  

 

RANKING DIGITAL DE MERCADOS DE COLOMBIA

 

INFORMES SECTORIALES DISPONIBLES

 

(HACER CLICK AQUÍ)

  

–––––––––––––––––––––––––––––––––

 

 

PROYECCIONES ECONÓMICAS DE COLOMBIA 2024-2028

 

VERSIÓN OCTUBRE 2024

 

(HACER CLICK AQUÍ)

 

–––––––––––––––––––––––––––––––––

 

EMPRESAS PROTAGONISTAS DE COLOMBIA 2023

 

GRAN INFORME: 103 SECTORES + 7.741 EMPRESAS LÍDERES + 2.564 MOVIDAS EMPRESARIALES

 

(HACER CLICK AQUÍ)

 

–––––––––––––––––––––––––––––––––

 

DIAGNOSTICENTRO EMPRESARIAL DE COLOMBIA

 

CONCEPTOS SOBRE LAS TRAYECTORIAS FINANCIERAS DE EMPRESAS

 

(HACER CLICK AQUÍ)

 

 –––––––––––––––––––––––––––––––––

 

 

Nunca le enseñaron que en economía para sumar hay que restar. El concepto de creación y destrucción de riqueza le es completamente ajeno.
 
Es la condición humana que para conseguir un beneficio se requiere incurrir en un costo (hacer un esfuerzo). Nada cae del cielo, ni siquiera la riqueza petrolera.

Hasta para ganarse la lotería hay que comprar el billete. El dinero del billete de lotería se hubiera podido gastar en comida, por ejemplo. Al comprar el billete se sacrifica el beneficio que ese dinero hubiera proporcionado si se hubiera utilizado en la compra de comida o en cualquier otro uso alternativo.

El costo de comprar el billete de lotería es el beneficio que se deja de percibir con la utilización alternativa del dinero. Ese beneficio que se deja  de percibir es lo que se llama costo de oportunidad y es fundamental para evaluar la bondad de cualquier decisión de gasto. El costo de oportunidad de comprar el billete de lotería hay que compararlo con su posible beneficio, que es el de la remota posibilidad de ganarse el premio.

Este ejercicio de comparar beneficios con costos es fundamental en toda decisión económica. Si los costos superan a los beneficios, entonces, la decisión es equivocada. Y si la gran mayoría de las decisiones producen pérdidas, entonces, lo que se da es una destrucción masiva de valor o de riqueza. Destruir riqueza a punta de malas decisiones es más fácil que crearla con decisiones acertadas.

Un ejemplo en el caso de Venezuela es el de Sidor. Si esta empresa siderúrgica tiene unos costos mayores que los beneficios que se obtienen con la venta de su producido, se convierte en una carga para todo el país. La pérdida debe ser pagada por alguien para que la planta siga en funcionamiento. Si ese alguien es el gobierno, serán los contribuyentes venezolanos los que cubran la diferencia.

Pero la historia no para ahí. Esos recursos que se destinan para cubrir las pérdidas de Sidor ya no podrán utilizarse, por ejemplo, en pagar por la educación, salud e infraestructura que necesitan los venezolanos. Es decir, esos recursos tienen un costo de oportunidad. El costo no solamente está representado en los millones de bolívares que se gastan en cubrir las pérdidas, sino que también en el beneficio que deja de recibir el país por no emplear esos recursos en actividades verdaderamente productivas.
 
Si el caso de Sidor se repite a todo lo largo y ancho del país con las diferentes empresas, entonces, lo que sucede es que la destrucción de riqueza se acelera y cada vez son menores los recursos disponibles para atender las necesidades básicas de la población.

La verdadera riqueza sólo se genera con los excedentes (o utilidades) de los diferentes emprendimientos productivos. Usualmente, una parte de esos excedentes van para el gobierno en forma de impuestos, otra parte para expansión mediante reinversión o inversiones adicionales, y una última parte para reposición o mantenimiento de la base productiva (maquinaria, equipo, capacitación de la mano de obra, etc).

Si no hay un buen cálculo del resultado neto de un emprendimiento productivo, nunca se sabrá si se está creando o destruyendo riqueza. Si, por ejemplo, no hay control de los costos laborales y se le paga a la mano de obra mucho más de lo que ella aporta, se está destruyendo valor o riqueza. Se podría argumentar que mejor le va a Venezuela si esos recursos se gastaran en otras actividades que si contribuyen a la conservación y creación de riqueza.

Por lo que se le oye a Chávez en sus intervenciones, da la impresión que no está enterado de esto, o que simplemente no le interesa. Para él no existe la dimensión de lo neto. Siempre habla de beneficios, pero nunca de los costos en los que hay que incurrir para obtenerlos.
 
Entre otras, Chávez ha distorsionado por completo, con sus políticas, la escala salarial en diversos sectores de la economía venezolana. La mayoría de los trabajadores reciben actualmente mucho más de lo que contribuyen. Pero no solamente es el tema del monto de los salarios. Simultáneamente se han inflado las nóminas de empresas y entidades públicas. Se ha llegado así a una situación en la cual el capital humano no solamente está sobre remunerado en comparación con lo que aporta, sino que se han perdido los incentivos para utilizarlo donde ese aporte puede ser el más productivo para el país.

Otro ejemplo interesante es el de PDVSA. Esta empresa genera excedentes decrecientes por el mal manejo y la elevación de sus costos en estos últimos tiempos. Es apenas obvio que para Venezuela lo más ventajoso es administrar lo mejor posible a PDVSA, de tal manera que genere el máximo de excedentes (o utilidades). Si eso se consigue con el aporte de compañías petroleras extranjeras, que a diferencia del gobierno si les duele el bolsillo, es perfectamente válido acudir a ellas.

Lo importante para Venezuela es que la creación de riqueza por parte de PDVSA sea la mayor posible para que se generen recursos que puedan emplearse en otros emprendimientos productivos como, por ejemplo, el desarrollo de la industria petroquímica, una actividad en la que supuestamente se dispone de ventajas comparativas.

Pero si los excedentes de PDVSA son cada vez menores por desgreño administrativo y porque no hay una adecuada reposición y mantenimiento de su infraestructura, disminuirán necesariamente las inversiones para su expansión, así como la transferencia de recursos a otros sectores. La gran perdedora es Venezuela como un todo.

Chávez podrá dárselas de las infinitas reservas de petróleo que posee Venezuela. No dice, sin embargo, que para que esas reservas se traduzcan en riqueza se necesita, primero, de una gran inversión cuya cuantía excede las posibilidades del gobierno; segundo, de una administración eficiente del petróleo extraído; y tercero, que los excedentes obtenidos sean empleados en emprendimientos que crean riqueza adicional, y no en emprendimientos que la destruyen.

Nada más contrario a la mentalidad de Chávez que los anteriores planteamientos. En su lenguaje (y en el de sus colaboradores) no existe el concepto de excedentes (o utilidades), que no es otro que el de la diferencia entre costos y beneficios. Considera que es suficiente con tener unos activos como maquinaria, equipo y tierra, al lado de unos trabajadores, para que se produzca el milagro de la creación de riqueza.

Ni Chávez ni sus colaboradores se percatan que lo más difícil no es poner a producir activos a la topa tolondra. Eso lo puede hacer cualquiera. Si fuera así, no habría pobreza en el planeta. Todo se arreglaría con un mandamás que impartiera órdenes a diestra y siniestra. Mandamases con estas pretensiones los ha habido desde siempre, con resultados funestos no solamente desde el punto de vista económico sino también de libertades políticas. 
 
Lo más difícil es acertar en el cómo y en el cuánto en relación con el empleo de los recursos existentes, de tal manera que los beneficios superen a los costos, tanto en el presente como en el futuro. Si un emprendimiento destruye riqueza en lugar de crearla, hay que hacerlo mejor la próxima vez, o que otros más capacitados lo hagan, o dejar de hacerlo para que los recursos disponibles se utilicen más ventajosamente en otras actividades.
 
Todo esto es complejo por cuanto requiere someterse a la disciplina de cuantificar costos y beneficios. Requiere asumir las consecuencias de las decisiones, cualesquiera que ellas sean. Requiere la libertad de modificar lo ya decidido. Eso sólo es posible en un entorno que se distinga por la flexibilidad en el uso de los recursos productivos y donde las responsabilidades están claramente establecidas.
 
En una gran mayoría de situaciones, es sólo a los dueños de los recursos a quienes les importa generar excedentes (o utilidades). Es sólo a ellos que les duele cuando pierden y son ante todo ellos los más incentivados en hacerlo bien.

Para que las equivocaciones económicas duelan y los aciertos incentiven, para que la actividad productiva rinda sus frutos, se necesita de la propiedad privada. Lo que es de todos y a la vez de nadie, no tiene dolientes, ni administradores que verdaderamente se responsabilicen por los resultados finales.  

Ahora bien, esa evaluación de los resultados finales es imposible sin un sistema de mercado. No se la puede realizar sin las señales que proporcionan los precios de mercado, con los cuales finalmente se establece si un emprendimiento es razonable o no lo es, desde el punto de vista de creación o destrucción de riqueza.

Obviamente la realidad humana es imperfecta y los mercados también lo son, pero han probado ser el mejor mecanismo para orientar la toma de este tipo de decisiones. Los países con las economías más avanzadas, sin excepción, han utilizado, utilizan y continúan utilizando intensivamente el sistema de mercado. De lo que se han preocupado es de perfeccionarlo, antes que de acabarlo como en el caso de Venezuela.

Sin una apropiada medición de costos, sin un verdadero y juicioso análisis costo beneficio, las decisiones se tornan erráticas y caprichosas. Sucede lo mismo cuando nadie es responsable de los resuiltados. En tales cirunstancias, las decisiones económicas terminan por subordinarse a objetivos políticos u otros, sin importar qué tan contraproducentes son en términos de conservación o creación de riqueza.

Y cuando este tipo de decisiones contraproducentes son el pan de cada día, el resultado es el que se observa actualmente en Venezuela. Allí nadie invierte y la producción retrocede. Allí los trabajadores cada vez exigen más por hacer menos, sin que haya un límite a sus aspiraciones. A nadie le importa cuantificar y controlar costos. Al no respetarse la propiedad privada, avivados utilizan impunemente el poder del gobierno para apropiarse de lo que no han ganado con el esfuerzo propio.
 
Chávez podrá asignarle pomposos calificativos a sus políticas, por ejemplo Socialismo del Siglo XXI o cualquier otro por el estilo. Pero eso no es suficiente para tapar la triste realidad: que su gobierno es primordialmente un contubernio entre funcionarios públicos y trabajadores para feriarse la riqueza del país.