La participación ciudadana en la elección del 29 de noviembre fue mayor que la que eligió por escaso margen a Manuel Zalaya.
A pesar de todos los intentos de sabotaje por parte de Zelaya y sus seguidores, cerca del 61% de los hondureños que podían votar acudió a las urnas a elegir a Porfirio “Pepe” Lobo del Partido Nacional. Lobo obtuvo alrededor del 57% de los votos frente a 33% de su más cercano rival Elvin Santos del Partido Liberal. En la anterior elección presidencial la participación fue de 55% y la victoria de Manuel Zalaya fue de apenas 60.000 votos.
Cuando Zelaya fue destituido en junio pasado, su aprobación en las encuestas estaba por el suelo (menos del 30%). En ese momento trató de imponer a las malas un referendo, con el cual quería iniciar un proceso para perpetuarse en el poder. El plan se frustró. Fue destituido por el Congreso, con apoyo de los demás poderes legítimos de su país.
Lo que vino después lo conoce todo el mundo. Zelaya y sus amigos del ALBA (incluidos los gobiernos de Argentina y Brasil, que bailan al son de Hugo Chávez cuando de asuntos hemisféricos se trata) intentaron por todos los medios reversar su destitución. ¿Quién sabe qué hubiera pasado si hubieran tenido éxito? Un Zelaya restituido en el poder, bajo cualquier pretexto, hubiera aplazado las elecciones que acaban de realizarse.
Viene al caso una reflexión. Hubo una época en que los países de Asía del Este se involucraban en los asuntos internos de los vecinos. Entre los años 40 y los años 70, las guerras estuvieron a la orden del día. Fue el período en que la llamada Guerra Fría estuvo en su esplendor. Pues bien, después de tantas guerras y miserias, estos países resolvieron respetarse los unos a los otros y lo que siguió fue un período de paz y prosperidad sin interrupciones hasta el día de hoy.
Eso no ha querido decir que no se hayan presentado destituciones de Presidentes y conflictos políticos en varios de estos países, pero los vecinos han mantenido una prudente posición de no intervención en la solución de esos conflictos. Cada país los ha resuelto a su manera y ningún otro país de la vecindad ha pontificado sobre cómo hacerlo.
Quizás América Latina deba aprender de Asia del Este. En este Continente cada uno de los países tiene sistemas de gobierno muy imperfectos, con una accidentada evolución hacia la democracia. Pero en todos estos países abundan los Presidentes pontífices. Son maestros en decirle al vecino cómo administrar sus asuntos, como si no tuvieran suficiente con los problemas que enfrentan ellos mismos.
¿Qué hace Brasil involucrado en los asuntos internos de Honduras? ¿Y qué hace Venezuela exportando un fallido modelo político y económico en distintos países de la región? ¿Con qué derecho unos países intervienen para alterar los procesos electorales de otros países? En Asia del Este esto no sucede desde hace ya varias décadas.
¡Qué difícil en América Latina lograr el respeto entre unos y otros! La tan anhelada unidad del continente, su estabilidad política y su progreso económico, tiene como punto de partida ese respeto. Sobran los Presidentes que pontifican acerca de sus vecinos y escasean los Presidentes que administran con decoro aquello para lo cual fueron elegidos.
Cuando Zelaya fue destituido en junio pasado, su aprobación en las encuestas estaba por el suelo (menos del 30%). En ese momento trató de imponer a las malas un referendo, con el cual quería iniciar un proceso para perpetuarse en el poder. El plan se frustró. Fue destituido por el Congreso, con apoyo de los demás poderes legítimos de su país.
Lo que vino después lo conoce todo el mundo. Zelaya y sus amigos del ALBA (incluidos los gobiernos de Argentina y Brasil, que bailan al son de Hugo Chávez cuando de asuntos hemisféricos se trata) intentaron por todos los medios reversar su destitución. ¿Quién sabe qué hubiera pasado si hubieran tenido éxito? Un Zelaya restituido en el poder, bajo cualquier pretexto, hubiera aplazado las elecciones que acaban de realizarse.
Viene al caso una reflexión. Hubo una época en que los países de Asía del Este se involucraban en los asuntos internos de los vecinos. Entre los años 40 y los años 70, las guerras estuvieron a la orden del día. Fue el período en que la llamada Guerra Fría estuvo en su esplendor. Pues bien, después de tantas guerras y miserias, estos países resolvieron respetarse los unos a los otros y lo que siguió fue un período de paz y prosperidad sin interrupciones hasta el día de hoy.
Eso no ha querido decir que no se hayan presentado destituciones de Presidentes y conflictos políticos en varios de estos países, pero los vecinos han mantenido una prudente posición de no intervención en la solución de esos conflictos. Cada país los ha resuelto a su manera y ningún otro país de la vecindad ha pontificado sobre cómo hacerlo.
Quizás América Latina deba aprender de Asia del Este. En este Continente cada uno de los países tiene sistemas de gobierno muy imperfectos, con una accidentada evolución hacia la democracia. Pero en todos estos países abundan los Presidentes pontífices. Son maestros en decirle al vecino cómo administrar sus asuntos, como si no tuvieran suficiente con los problemas que enfrentan ellos mismos.
¿Qué hace Brasil involucrado en los asuntos internos de Honduras? ¿Y qué hace Venezuela exportando un fallido modelo político y económico en distintos países de la región? ¿Con qué derecho unos países intervienen para alterar los procesos electorales de otros países? En Asia del Este esto no sucede desde hace ya varias décadas.
¡Qué difícil en América Latina lograr el respeto entre unos y otros! La tan anhelada unidad del continente, su estabilidad política y su progreso económico, tiene como punto de partida ese respeto. Sobran los Presidentes que pontifican acerca de sus vecinos y escasean los Presidentes que administran con decoro aquello para lo cual fueron elegidos.