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Es lo obvio. En todas partes del mundo la gente prefiere la libertad. Cuba no es la excepción.
 
En el "paraíso" no hay libertades políticas ni de expresión. Allá está prohibido responder a encuestas y manifestarse en contra del régimen. Por eso hacer una encuesta es un acto heroico. Sin embargo, a espaldas del régimen, el International Republican Institute le preguntó cara a cara a 432 cubanos adultos sobre esas libertades. Esta encuesta la realizó entre julio 4 y agosto 7 de 2009 y es la segunda en su género, puesto que a finales de 2008 había realizado otra con las dos mismas preguntas.

La primera pregunta fue: si tuviera la oportunidad de votar para cambiar el actual sistema político por uno democrático caracterizado por elecciones multipartidistas y libertad de expresión, ¿lo haría en contra o a favor de ese cambio? A favor el 75,2%, en contra el 5,8%, y sin respuesta el 19%. En noviembre de 2008, las respuestas fueron 63%, 32,4% y 4,6%, respectivamente. O sea que aumentó el número a favor y disminuyó la oposición al cambio.

La otra pregunta fue: si tuviera la oportunidad de votar para cambiar el actual sistema económico por un sistema de economía de mercado caracterizado por libertades económicas, incluidas la de poseer propiedades y administrar negocios propios, ¿lo haría a favor o en contra de ese cambio? A favor el 85,6%, en contra 3% y sin respuesta el 19%. En noviembre de 2008, las respuestas fueron 86,3%, 12,5% y 4,6%, respectivamente.

El "paraíso" está actualmente pasando por una de sus peores crisis económicas. Desde casi los inicios de "revolución" hace 51 años su economía ha transitado por dramáticos y generalizados racionamientos de todo tipo. Pero no sólo eso. Los cubanos no pueden expresarse. El único empleador es el Estado. Cualquier crítica es castigada severamente. Lo único que se escucha y se lee es la propaganda oficial, día y noche.

Ni siquiera en uno de los pocos sectores donde ha habido algo de apertura, el del turismo con la inversión extranjera, el gobierno cubano le ha permitido a la población recibir los correspondientes beneficios. Ahí, el gobierno le asigna al inversionista extranjero la mano de obra que necesita y le establece los salarios en moneda fuerte. El inversionista le paga la nómina al gobierno en moneda fuerte, y se queda con el 90% de lo recibido. El 10% restante se lo entrega a los trabajadores en pesos, cuyo poder de compra es un chiste, por decir lo menos.

En otras palabras, la inversión extranjera no ha resultado en más y mejores remuneraciones, sino que ha sido utilizada por el gobierno para financiarse y obtener divisas. En último término, la inversión extranjera, sin quererlo, se ha convertido en un instrumento adicional de expoliación de los frutos del trabajo de los cubanos.

Mientras que a los cubanos no se les permite votar ni expresarse, Fidel Castro dicta cátedra a sus admiradores de la izquierda en América Latina sobre lo divino y lo humano. Los cubanos obviamente ya no le creen, a diferencia de lo que sucede con algunos en otros países de la región. Entre ellos, algunos idealistas que todavía suspiran por un "paraíso" que nunca fue. Y algunos otros, expoliadores de corazón, que ven en el sistema cubano el modelo a seguir para apoderarse de riquezas y almas.  

Esa es la Cuba de los hermanos Castro: un "paraíso" del cual han escapado muchos y del cual otros muchos lo harían, si se les diera una mínima oportunidad.