Es natural e importante que los padres valoren a sus hijos. Pero eso no es lo mismo que los padres, sin fundamento alguno, crean que sus hijos son especiales y que lo que hacen sea fuera de serie.
Según Eddie Brummelman, este concepto fue introducido en la sicología por Sigmund Freud quien interpretó la sobrevaloración de los hijos por parte de los padres como el reflejo y la reproducción del narcisismo de los padres que los lleva a atribuirle toda clase de perfecciones a los hijos, no obstante que bajo una observación imparcial no existan razones de peso para hacerlo (“Your Children Aren’t Extraordinary”, The Conversation, diciembre 8 de 2014).
Brummelman cita los resultados de seis estudios realizados con sus colegas entre 1.700 padres americanos y holandeses y publicados en el Journal Of Personality and Social Psychology. De ahí seleccionaron a aquellos padres que mas sobrevaloraban a sus hijos al mostrarse de acuerdo con afirmaciones tales como “mi hijo merece un trato especial” o “mi hijo es un gran ejemplo a seguir para otros niños”.
Luego le solicitaron a estos padres valorar la inteligencia de sus hijos y la compararon con una medición objetiva de la inteligencia de éstos. Poca relación entre las dos: la sobrevaloración de los padres predecía qué tan inteligentes los padres creían que eran sus hijos, pero para nada qué tan inteligentes eran éstos en la vida real.
Entre los padres de la muestra no todos registraron la misma inclinación para sobrevalorar a los hijos. Los mas inclinados a hacerlo fueron los mas narcisistas, aquellos que se creían superiores a los demás padres o que buscaban ser admirados por los demás padres.
Brummelman cita los resultados de seis estudios realizados con sus colegas entre 1.700 padres americanos y holandeses y publicados en el Journal Of Personality and Social Psychology. De ahí seleccionaron a aquellos padres que mas sobrevaloraban a sus hijos al mostrarse de acuerdo con afirmaciones tales como “mi hijo merece un trato especial” o “mi hijo es un gran ejemplo a seguir para otros niños”.
Luego le solicitaron a estos padres valorar la inteligencia de sus hijos y la compararon con una medición objetiva de la inteligencia de éstos. Poca relación entre las dos: la sobrevaloración de los padres predecía qué tan inteligentes los padres creían que eran sus hijos, pero para nada qué tan inteligentes eran éstos en la vida real.
Entre los padres de la muestra no todos registraron la misma inclinación para sobrevalorar a los hijos. Los mas inclinados a hacerlo fueron los mas narcisistas, aquellos que se creían superiores a los demás padres o que buscaban ser admirados por los demás padres.
Brummelman sugiere que los padres narcisos están todo el tiempo buscando colocarse en un pedestal. Miran a sus hijos como si fueran una parte de ellos mismos y entonces al admirar a sus hijos lo que indirectamente están haciendo es admirándose a si mismos. U otra manera posible de verlo es que los padres narcisos simplemente creen que sus hijos han heredado sus “excepcionales” cualidades. Que son una especie de extensión de lo “maravilloso” que ellos son.
Narciso, el del mito griego, se la pasaba admirando su propia imagen en el agua que le servía de espejo. Estos padres narcisos se la pasan admirando lo que creen es su imagen de carne y hueso: sus hijos.
Surge la pregunta de cuál es la consecuencia sobre los hijos de esta sobrevaloración. Por ejemplo, es frecuente que los padres narcisos se la pasen elogiando a sus hijos. Tienden a creer que estos infundados elogios son positivos para el desarrollo de las personalidades de sus hijos. Sin embargo, nada confirma semejante hipótesis. Por el contrario, algunos estudios sugieren que pueden ser funestos en el caso de niños con problemas de baja auto estima.
Los padres narcisos tienden a socavar los juicios de las instituciones encargadas de evaluar el desempeño de sus hijos en diferentes áreas. Generan confusión entre sus hijos acerca de los esfuerzos que deben realizar para salir adelante con sus vidas. En último término, juegan irresponsablemente con el futuro de sus hijos, al supeditarlo al vano engrandecimiento de sus YO.