Las primeros y preocupantes indicios se dieron en la campaña presidencial de 2014. Posteriormente la caída en el precio internacional del petróleo cogió al gobierno por sorpresa.
Lo que sucedió en el primer semestre de 2014, en la campaña donde salió reelecto Juan Manuel Santos, fue realmente funesto para la situación fiscal de Colombia. El candidato ganador, angustiado con la posibilidad de perder, se paseó por todo el país ofreciendo la que en ese momento se denominó “mermelada” y que no era otra cosa que auxilios parlamentarios de todo tipo. A punta de “mermelada” consolidó una votación ganadora en lugares como la Costa Caribe, Valle del Cauca y otras regiones del país.
La sensación que quedó entre los colombianos, y muy especialmente entre la clase política, el mensaje irresponsable que dio Santos, era que en Colombia brotaban ríos de leche y miel. Dineros para este congresista, dineros para este otro, y así a lo largo y ancho del país. Tal vez desde las épocas de Ernesto Samper cuando el Proceso 8000, no se veía a un mandatario tan solícito y presuroso en atender las pequeñas demandas y caprichos de la clase política.
Se trataba de un mensaje irresponsable porque Santos ya sabía que se estaba apretando la situación fiscal. Que no existía el margen de maniobra que tuvo en 2011-2012. En la campaña, como sofisma de distracción, al único déficit fiscal al que se refirió era el que había heredado de Álvaro Uribe en 2010. Pero apenas quedó reelecto salió a la luz la existencia de un hueco fiscal $12.5 billones para 2015, sin que todavía se le haya dicho al país la verdad sobre el eventual faltante de 2014.
Al tiempo que se destapaba la realidad parcial de un hueco fiscal que requeriría de una nueva y draconiana reforma tributaria (de lo cual no hubo la mas mínima mención en la campaña) se presentó a finales de 2014 una inusitada caída en el precio internacional del petróleo. No muchos anticiparon la magnitud del desplome de este precio. Pero hacia septiembre ya se sabía que las perspectivas no eran las mejores. Los futuros en la bolsa de New York apuntaban a un aterrizaje de US$80 barril e incluso por debajo.
Increíble, pero en noviembre de este año el ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas salió con la siguiente perla en una reunión con representantes del sector de hidrocarburos en Villavicencio: “tenemos un referente que nos da un comité de expertos que nos dice: el precio de largo plazo en estos momentos es de US$97 barril y con eso guiamos nuestras finanzas públicas.”
¿Qué clase de expertos son estos? Pero esto es lo de menos. Lo de mas es que el faltante de $12.5 billones se quedó corto con precios entre US$60-70 barril, que parece ser el estimativo mas razonable para 2015 en los actuales momentos. Algunos analistas incluso hablan de que puede llegar a US$40 barril.
Santos y Cárdenas montaron a Colombia en un ritmo de gasto público solo sostenible con precios de US$97 barril, crecimientos económicos cercanos a 4,5% en los próximos años (según las alegres proyecciones de esos otros optimistas que se han vuelto los miembros de la Junta del Banco de la República) y adicionalmente dependiendo de la implementación de una reforma tributaria que afectará muy negativamente el clima de inversión.
En lugar de basarse en proyecciones conservadoras de un precio internacional sobre el cual no se tiene control alguno, en lugar de ser cautos y austeros en la campaña presidencial dado el hueco fiscal que se vislumbraba en el horizonte, lo único que se les escucharon a estos dos personajes fueron declaraciones de un optimismo rebosante pero irreal. Y da la impresión que todavía se creen su propio cuento.
Por ejemplo, se le ha transmitido la idea al país que hay recursos de sobra para financiar el llamado “postconflicto”. Que hay recursos para llenar el país de autopistas. Que hay recursos para elevar el nivel y la cobertura en el sector educación. Que hay recursos para el Metro de Bogotá. Que hay recursos para lo divino y lo humano.
La sensación que quedó entre los colombianos, y muy especialmente entre la clase política, el mensaje irresponsable que dio Santos, era que en Colombia brotaban ríos de leche y miel. Dineros para este congresista, dineros para este otro, y así a lo largo y ancho del país. Tal vez desde las épocas de Ernesto Samper cuando el Proceso 8000, no se veía a un mandatario tan solícito y presuroso en atender las pequeñas demandas y caprichos de la clase política.
Se trataba de un mensaje irresponsable porque Santos ya sabía que se estaba apretando la situación fiscal. Que no existía el margen de maniobra que tuvo en 2011-2012. En la campaña, como sofisma de distracción, al único déficit fiscal al que se refirió era el que había heredado de Álvaro Uribe en 2010. Pero apenas quedó reelecto salió a la luz la existencia de un hueco fiscal $12.5 billones para 2015, sin que todavía se le haya dicho al país la verdad sobre el eventual faltante de 2014.
Al tiempo que se destapaba la realidad parcial de un hueco fiscal que requeriría de una nueva y draconiana reforma tributaria (de lo cual no hubo la mas mínima mención en la campaña) se presentó a finales de 2014 una inusitada caída en el precio internacional del petróleo. No muchos anticiparon la magnitud del desplome de este precio. Pero hacia septiembre ya se sabía que las perspectivas no eran las mejores. Los futuros en la bolsa de New York apuntaban a un aterrizaje de US$80 barril e incluso por debajo.
Increíble, pero en noviembre de este año el ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas salió con la siguiente perla en una reunión con representantes del sector de hidrocarburos en Villavicencio: “tenemos un referente que nos da un comité de expertos que nos dice: el precio de largo plazo en estos momentos es de US$97 barril y con eso guiamos nuestras finanzas públicas.”
¿Qué clase de expertos son estos? Pero esto es lo de menos. Lo de mas es que el faltante de $12.5 billones se quedó corto con precios entre US$60-70 barril, que parece ser el estimativo mas razonable para 2015 en los actuales momentos. Algunos analistas incluso hablan de que puede llegar a US$40 barril.
Santos y Cárdenas montaron a Colombia en un ritmo de gasto público solo sostenible con precios de US$97 barril, crecimientos económicos cercanos a 4,5% en los próximos años (según las alegres proyecciones de esos otros optimistas que se han vuelto los miembros de la Junta del Banco de la República) y adicionalmente dependiendo de la implementación de una reforma tributaria que afectará muy negativamente el clima de inversión.
En lugar de basarse en proyecciones conservadoras de un precio internacional sobre el cual no se tiene control alguno, en lugar de ser cautos y austeros en la campaña presidencial dado el hueco fiscal que se vislumbraba en el horizonte, lo único que se les escucharon a estos dos personajes fueron declaraciones de un optimismo rebosante pero irreal. Y da la impresión que todavía se creen su propio cuento.
Por ejemplo, se le ha transmitido la idea al país que hay recursos de sobra para financiar el llamado “postconflicto”. Que hay recursos para llenar el país de autopistas. Que hay recursos para elevar el nivel y la cobertura en el sector educación. Que hay recursos para el Metro de Bogotá. Que hay recursos para lo divino y lo humano.
Pero con regalías e impuestos petroleros (y de carbón) decrecientes, con un sector importador que empezará a contraerse debido a la devaluación del peso, con un mayor servicio de la deuda externa en pesos que golpeará con especial dureza a los grandes grupos colombianos, con un menor ingreso de inversión extranjera, con una desaceleración inevitable del crecimiento económico, no se ve cómo se vaya achicar el hueco fiscal, así se recauden unos ingresos adicionales por concepto de impuestos.