En una entrevista que le dio a Yamit Amat, el arzobispo de Bogotá Rubén Salazar pontificó sobre lo humano antes que sobre lo divino.
En esa entrevista (diario El Tiempo del 11 de julio de 2010), le solicitó al Presidente electo Juan Manuel Santos que normalice relaciones con Venezuela, para lo cual, según él, es importante que Hugo Chávez venga a la posesión de Santos. A renglón seguido destacó la necesidad del diálogo para obtener consensos, caminos comunes y soluciones conjuntas.
Puesto así en abstracto, nadie duda de que el diálogo es un mecanismo que puede llevar a soluciones. Pero monseñor Salazar no indicó que para dialogar, igual que para bailar tango, se necesitan dos. Y que los diálogos pueden ser contraproducentes en determinadas circunstancias.
En este caso se trata de Chávez, el mismo que ha agredido a Colombia de distintas maneras y que no da señales de rectificación. El mismo que ha insultado repetidamente a la Iglesia de Venezuela, en cabeza del cardenal Jorge Urosa.
Las relaciones entre Chavéz y la iglesia venezolana están en su punto más bajo. No hay el más mínimo diálogo entre ambas partes. Monseñor Salazar, en lugar de preocuparse porque Chávez venga a Colombia, sin que se hayan agotado unas etapas previas diplomáticas que permitan reducir las diferencias que separan a ambos países, debería ofrecer sus servicios para lograr que el cardenal Urosa sea respetado por el mandatario de su país.
En otro aparte de la entrevista, monseñor Salazar le da la razón a los congresistas del Partido Demócrata de Estados Unidos que se oponen al TLC por la violación de los derechos humanos en Colombia. Dijo, palabras más palabras menos, que a diferencia de ese aliado incondicional de Colombia el ex Presidente Bush, el actual Presidente Barack Obama y el Partido Demócrata si respetan los derechos humanos y si son sensibles a la realidades sociales. Para nada menciona los avances de Colombia en los últimos años en derechos humanos. Deja entrever, de esta manera, que se justifica el rechazo al TLC de Colombia.
Puesto así en abstracto, nadie duda de que el diálogo es un mecanismo que puede llevar a soluciones. Pero monseñor Salazar no indicó que para dialogar, igual que para bailar tango, se necesitan dos. Y que los diálogos pueden ser contraproducentes en determinadas circunstancias.
En este caso se trata de Chávez, el mismo que ha agredido a Colombia de distintas maneras y que no da señales de rectificación. El mismo que ha insultado repetidamente a la Iglesia de Venezuela, en cabeza del cardenal Jorge Urosa.
Las relaciones entre Chavéz y la iglesia venezolana están en su punto más bajo. No hay el más mínimo diálogo entre ambas partes. Monseñor Salazar, en lugar de preocuparse porque Chávez venga a Colombia, sin que se hayan agotado unas etapas previas diplomáticas que permitan reducir las diferencias que separan a ambos países, debería ofrecer sus servicios para lograr que el cardenal Urosa sea respetado por el mandatario de su país.
En otro aparte de la entrevista, monseñor Salazar le da la razón a los congresistas del Partido Demócrata de Estados Unidos que se oponen al TLC por la violación de los derechos humanos en Colombia. Dijo, palabras más palabras menos, que a diferencia de ese aliado incondicional de Colombia el ex Presidente Bush, el actual Presidente Barack Obama y el Partido Demócrata si respetan los derechos humanos y si son sensibles a la realidades sociales. Para nada menciona los avances de Colombia en los últimos años en derechos humanos. Deja entrever, de esta manera, que se justifica el rechazo al TLC de Colombia.
Monseñor Salazar se involucra en un tema político muy controvertido. Toma partido a favor de Obama y los Demócratas en un tema sobre el cual los Republicanos y sus simpatizantes argumentan exactamente lo contrario. Estos últimos sostienen que Obama con sus políticas está destruyendo la economía de Estados Unidos y empeorando la situación de las clases sociales más vulnerables de ese país. Y que la no aprobación del TLC con Colombia va en detrimento de la creación de empleo productivo en ambos países y por lo tanto, de una solución más definitiva a problemas sociales.
Más adelante en la entrevista, monseñor Salazar da a entender que en Colombia ha crecido el PIB, pero que la gente común ha retrocedido y no ha avanzado. Se equivoca totalmente el arzobispo. Colombia ha progresado en lo social en la última década. Tal vez se olvida de cómo era la situación hace diez años para decir que Colombia ha retrocedido en lo social, en lugar de avanzar. Pontifica al respecto, sin sustentación estadística en la mano, como si sólo su arzobispal palabra fuera suficiente.
Detrás de estos comentarios de monseñor Salazar está esa vieja idea que tanto ha atraído a los políticos de izquierda según la cual existe una dicotomía entre lo económico y lo social. Que una cosa es el progreso económico y otra el progreso social. Creen que el crecimiento económico siempre favorece sólo a unos pocos y va en detrimento de la mayoría. Se hacen los de la vista gorda con la experiencia planetaria que indica que sólo los países con un elevado aumento del PIB son los que han logrado resolver los más apremiantes problemas que trae consigo la pobreza.
Puesto de otra manera, ningún país con un PIB per cápita reducido y estancado ha resuelto los problemas sociales que van de la mano de la pobreza. O visto también de otra forma, la efectividad de las políticas de desarrollo social es nula o casi nula en economías poco dinámicas, en las que no se generan excedentes para atender las necesidades sociales de la población, y en donde la cultura propia de la escasez tiende a convertirse en la principal enemiga del aprovechamiento de oportunidades de avance y progreso.
Es una lástima que monseñor Salazar no se haya referido a temas relacionados con su rancho, el cual está que arde. La Iglesia, tanto en Colombia como otros países está enredada en temas como el de la pederastia de sus miembros. En medio de esos problemas muy mundanos, Salazar pontifica sobre otros que no son de su directa responsabilidad. Peor aún, da recomendaciones para un mundo que no parece el terrenal, un mundo en el que no importa de dónde se viene, en el que los antecedentes no existen. Un mundo abstracto y sin historia, desde el cual se puede criticar cómodamente lo que no es perfecto.
Más adelante en la entrevista, monseñor Salazar da a entender que en Colombia ha crecido el PIB, pero que la gente común ha retrocedido y no ha avanzado. Se equivoca totalmente el arzobispo. Colombia ha progresado en lo social en la última década. Tal vez se olvida de cómo era la situación hace diez años para decir que Colombia ha retrocedido en lo social, en lugar de avanzar. Pontifica al respecto, sin sustentación estadística en la mano, como si sólo su arzobispal palabra fuera suficiente.
Detrás de estos comentarios de monseñor Salazar está esa vieja idea que tanto ha atraído a los políticos de izquierda según la cual existe una dicotomía entre lo económico y lo social. Que una cosa es el progreso económico y otra el progreso social. Creen que el crecimiento económico siempre favorece sólo a unos pocos y va en detrimento de la mayoría. Se hacen los de la vista gorda con la experiencia planetaria que indica que sólo los países con un elevado aumento del PIB son los que han logrado resolver los más apremiantes problemas que trae consigo la pobreza.
Puesto de otra manera, ningún país con un PIB per cápita reducido y estancado ha resuelto los problemas sociales que van de la mano de la pobreza. O visto también de otra forma, la efectividad de las políticas de desarrollo social es nula o casi nula en economías poco dinámicas, en las que no se generan excedentes para atender las necesidades sociales de la población, y en donde la cultura propia de la escasez tiende a convertirse en la principal enemiga del aprovechamiento de oportunidades de avance y progreso.
Es una lástima que monseñor Salazar no se haya referido a temas relacionados con su rancho, el cual está que arde. La Iglesia, tanto en Colombia como otros países está enredada en temas como el de la pederastia de sus miembros. En medio de esos problemas muy mundanos, Salazar pontifica sobre otros que no son de su directa responsabilidad. Peor aún, da recomendaciones para un mundo que no parece el terrenal, un mundo en el que no importa de dónde se viene, en el que los antecedentes no existen. Un mundo abstracto y sin historia, desde el cual se puede criticar cómodamente lo que no es perfecto.