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Desde su nacionalización, la producción de la gran siderúrgica venezolana va en vertiginoso descenso.
 
Las declaraciones al diario El Universal de Pablo Rendón, director laboral de la siderúrgica, no pueden ser más claras. En 2007 cuando se nacionalizó, Sidor cerró con una producción de 4.3 millones de toneladas de acero. En 2008, se contrajo a 3.5 millones de toneladas y en 2009 a 2.9 millones de toneladas.

Para 2010 el panorama luce desolador puesto que debido al racionamiento de energía eléctrica las industrias básicas de Guayana deben ahorrar 558MM, de los cuales 200MW deberán ser aportados por Sidor con el cese de funciones de dos hornos, uno de planchones y otro de palanquillas.

Como iban las cosas, en 2010 Sidor produciría menos de 2 millones de toneladas de acero, un nivel similar al de 1996, fecha previa a la privatización. Con el racionamiento eléctrico el desplome de la producción sería aún mayor.

Pablo Rendón se queja además de la pérdida del mercado andino, la salida del grupo del G-3 (que estaba conformado por México, Colombia y Venezuela) y la sustitución del mercado colombiano por el lejano y poco confiable mercado iraní. E igualmente se lamenta de que “anteriormente el liderazgo sindical era de vanguardia, cuestionador y luchador. Ahora avalan la ineficiencia y la incapacidad de las gestiones”.

El caso de Sidor se repite a lo largo y ancho de Venezuela con las distintas empresas nacionalizadas. La otrora gran siderúrgica venezolana es actualmente una sombra de lo que fue hace apenas unos años cuando estaba privatizada, cuando era administrada con eficiencia y cuando atendía a sus más rentables mercados naturales, incluido el de Colombia.

El dirigente laboral que se queja de la situación de Sidor, peca de ingenuo. ¿Qué esperaba que sucediera después de la nacionalización con sus compañeros sindicalistas? La visión de estos sindicalistas es completamente miope. Sólo les interesa ganar un “aguinaldo” o una “utilidad” adicional el próximo mes. No ven más allá de sus narices. Siempre culpan a terceros de los males que atraviesa su país, sin darse cuenta de la viga en los ojos propios.

La mayoría de los sindicalistas venezolanos son inmaduros. No han descubierto que para que una empresa funcione debe tener un dueño que la administre; un dueño al que le duelan las equivocaciones y las pérdidas. Que las empresas deben obtener utilidades para reinvertir, crecer y prosperar. Que lo que no es de nadie, lo que a nadie le duele, nunca llegará ser una unidad productiva viable. Las empresas sin responsables, caen en manos de los más irresponsables; en manos de a quienes menos les importa su porvenir.

Estos sindicalistas son tan ilusos como para creer que su suerte no está ligada a la suerte de las empresas donde laboran. Que el maná les caerá indefinidamente del cielo, sin importar la contribución o el aporte productivo que hagan. Se creen con el derecho a no padecer las funestas consecuencias de su irresponsable conducta. Pero van, como si estuvieran vendados, camino al despeñadero que ellos mismos han contribuido a forjar.

Antes rebeldes, son ahora zombies. Bailan al son de la demagogia oficial. Son los idiotas útiles del régimen de Hugo Chávez.