Las primeras declaraciones de la directora del Homeland Security Departament Janet Napolitano son para morirse de risa, sino fuera por la gravedad del asunto.
Después del intento de voladura de un avión que cubría la ruta Amsterdam–Detroit, y que por milagro y por la heroica actuación de unos pasajeros fracasó, Napolitano declaró que “el sistema de seguridad funciona”. ¡Qué gran tranquilidad para todo el mundo saber que Reno está a cargo del Homeland Security Department!
Un nigeriano de 23 años llamado Umar Farouk Abdulmutallab abordó un avión en Amsterdam con destino a Detroit forrado en explosivos. Ni allí, ni en la escala que hizo en Londres, le detectaron los explosivos. El personaje está en la lista de radicales islámicos. El gobierno inglés no le renovó su visa de estudiante. Su familia le había comunicado a la embajada de Estados Unidos en Nigeria que su hijo había desaparecido, que simpatizaba con grupos radicales islámicos y que podría estar tramando un ataque. A pesar de todo ello, Umar Farouk mantuvo vigente su visa de entrada múltiple a Estados Unidos.
Unos meses antes otro radical musulmán perteneciente al ejército de Estados Unidos, que a pesar de los peores indicios acerca de su odio a su país no fue dado de alta, le disparó a mansalva a sus compañeros de armas, matando e hiriendo a decenas.
Todo esto sucede en medio de la política del gobierno de Barack Obama de apaciguar a los enemigos de Estados Unidos no considerándolos como tales. Los terroristas no deben ser llamados terroristas. Con los enemigos hay que dialogar. Si uno trata bien al enemigo, su odio desaparecerá como por encanto.
Esta visión ingenua del mundo es recurrente en Estados Unidos, un país que vive arrepentido de ser la primera potencia militar del mundo. Por esos avatares de la historia, le correspondió serlo, pero no le gusta serlo. Muchos dirigentes de ese país no resisten ser objeto de envidias y odios en el resto del mundo. Se empeñan en propagar la imagen del “buen americano” (o del "americano huevón"), como ya sucedió con funestos resultados en los años setenta. Lo único que logran con eso es transmitir señales equívocas.
A lo largo de la historia humana, el único factor disuasivo para los enemigos de los países que han sido los más poderosos del planeta es el miedo o temor a sufrir las consecuencias de la utilización de ese poderío. Lo demás sólo logra impresionar a pelmazos o bombetas.
Un nigeriano de 23 años llamado Umar Farouk Abdulmutallab abordó un avión en Amsterdam con destino a Detroit forrado en explosivos. Ni allí, ni en la escala que hizo en Londres, le detectaron los explosivos. El personaje está en la lista de radicales islámicos. El gobierno inglés no le renovó su visa de estudiante. Su familia le había comunicado a la embajada de Estados Unidos en Nigeria que su hijo había desaparecido, que simpatizaba con grupos radicales islámicos y que podría estar tramando un ataque. A pesar de todo ello, Umar Farouk mantuvo vigente su visa de entrada múltiple a Estados Unidos.
Unos meses antes otro radical musulmán perteneciente al ejército de Estados Unidos, que a pesar de los peores indicios acerca de su odio a su país no fue dado de alta, le disparó a mansalva a sus compañeros de armas, matando e hiriendo a decenas.
Todo esto sucede en medio de la política del gobierno de Barack Obama de apaciguar a los enemigos de Estados Unidos no considerándolos como tales. Los terroristas no deben ser llamados terroristas. Con los enemigos hay que dialogar. Si uno trata bien al enemigo, su odio desaparecerá como por encanto.
Esta visión ingenua del mundo es recurrente en Estados Unidos, un país que vive arrepentido de ser la primera potencia militar del mundo. Por esos avatares de la historia, le correspondió serlo, pero no le gusta serlo. Muchos dirigentes de ese país no resisten ser objeto de envidias y odios en el resto del mundo. Se empeñan en propagar la imagen del “buen americano” (o del "americano huevón"), como ya sucedió con funestos resultados en los años setenta. Lo único que logran con eso es transmitir señales equívocas.
A lo largo de la historia humana, el único factor disuasivo para los enemigos de los países que han sido los más poderosos del planeta es el miedo o temor a sufrir las consecuencias de la utilización de ese poderío. Lo demás sólo logra impresionar a pelmazos o bombetas.