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Este economista, celebridad internacional y asesor de gobiernos y entidades multilaterales, no tuvo mayores resultados con su Millennium Village Project.
 
La idea era seleccionar unas aldeas en situación de pobreza extrema en distintos lugares de África para proporcionarles lo básico en educación, salud, fertilizantes, net protectoras de zancudos contra la malaria, agua, vías y técnicas de emprendimiento. La meta era la de, mediante un tratamiento de choque en el que 1.000 aldeas recibirían todo de uno solo golpe, convertirlas al poco tiempo en prósperas comunidades auto suficientes.

El proyecto se lanzó en 2006 y era consistente con las tesis expuestas en su libro The End of Poverty. Y al cabo de unos años, en el informe anual 2011 de Millenniun Village Project, Sachs señaló triunfante que su experimento había conducido “a la sorprendente transformación de 500.000 vidas”.

Sin embargo, Nina Munk, una periodista que ha seguido de cerca el desarrollo del proyecto, acaba de publicar el libro The Idealist: Jeffrey Sachs and the Quest to End Poverty en el que contradice abiertamente las conclusiones de Sachs. Tal como lo reporta Margaret Wente del Globe and Mail, el libro de Munk es lectura obligada para todos aquellos que piensan que existen unos tecnócratas brillantes que tienen la varita mágica en sus manos para salvar al mundo.

Munk ilustra con una gran cantidad de ejemplos los fracasos del proyecto de Sachs y que se originan ante todo en diferencias culturales en aspectos elementales como la valoración del tiempo y la priorización de las urgencias. Por ejemplo, la net para protegerse contra los zancudos transmisores de la malaria terminaron siendo utilizadas en otros fines. Muchos de los objetos y utensilios que recibieron los aldeanos fueron vendidos o saqueados. Los intentos por crear mercados y emprendimientos locales tampoco resultaron.

Pero el principal problema fue que muchas de esas aldeas favorecidas con la inyección de recursos del proyecto atrajeron una significativa inmigración. Varias aldeas pasaron de cientos de pobladores a miles. Aparecieron nuevos cinturones de miseria. En último término, las aldeas quedaron mas expuestas a los problemas de pobreza: con mas gente y con unos recursos transitorios que desaparecerían al finalizar el proyecto.

Y la verdad es que África está repleta de escombros de proyectos que supuestamente la iban a rescatar de sus problemas económicos. En el fondo son proyectos idealistas que subestiman las dificultades implícitas en las metas que se proponen. Sobretodo parten del supuesto que los seres humanos son maleables a gusto de algún gran profesor benefactor. Que sus racionalidades se ajustarán como por arte de magia a la que busca imponer el benefactor.

Pero la realidad es tozuda. Los cambios duraderos en las comunidades, para bien o para mal, son los que provienen de su interior y no pueden ser impuestos desde afuera a voluntad de un agente externo. Por eso son relativamente lentos. Requieren de trabajos e iniciativas solo viables cuando provienen directamente de los pobladores de las comunidades. Los trasplantes de una cultura, de unas ideas y de unas maneras distintas de enfrentar los desafíos de la vida caen en terreno estéril si arrojados desde un helicóptero, por decirlo de alguna manera.

De todas maneras, es interesante señalar que, tal como no se le escapa a Munk, el crecimiento económico de África en las dos últimas décadas ha sido importante. A su manera, sin grandes esquemas salvadores, varios países africanos han ingresado a la trayectoria de un crecimiento económico sostenido, que de mantenerse los llevará a niveles de riqueza impensados hace apenas unos años.