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En ese país la gasolina es prácticamente gratis. El costo para el gobierno del subsidio implícito es de US$21.000 millones anuales.
 
A la tasa de cambio oficial de 4.3 bolívares por dólar, el precio actual del galón de gasolina en Venezuela es de 8.5 centavos de dólar. En Colombia el precio es 3.90 dólares por galón, en tanto que en Europa es superior al de Colombia y en Estados Unidos es ligeramente inferior. Es decir, el precio en Venezuela es 46 veces más barato que en Colombia.

Llenar el tanque de un carro vale en Venezuela menos de un dólar. Vale menos que una botella grande de gaseosa. Sin duda un paraíso para los conductores de vehículos automotores.

Ahora bien, se trata de un subsidio que favorece más a los ricos que a los pobres. Estos últimos se transportan en buses. Además, el subsidio promueve el despilfarro en el consumo y la contaminación del medio ambiente. Por otro lado, tiende a desviarse masivamente hacía los países vecinos, especialmente Colombia. Desde cualquier punto de vista que se analice, es un subsidio poco transparente.

El costo de oportunidad (un concepto que aún no han asimilado los marxistas después de siglo y medio de descubierto) del subsidio de la gasolina en Venezuela se puede calcular teniendo en cuenta que allí el consumo de gasolina es de unos 500.000 barriles diarios. A ese consumo se le aplica la diferencia entre el precio interno del barril de gasolina de 3.50 dólares y su precio de venta en los mercados internacionales de 120 dólares. Se llega así al cálculo de un sacrificio de recursos de US$58 millones diarios de ingresos que deja de percibir el que vende la gasolina, en este caso el gobierno a través de PDVSA. Al año, el sacrificio de ingresos es US$21.000 millones anuales.

Se trata de US$21.000 millones anuales que bien pudieran destinarse a inversión social, obras de infraestructura, mantenimiento de las instalaciones petroleras existentes y desarrollo de nuevos proyectos petroleros. Pero en lugar de disponer de estos recursos para tales fines u otros igualmente prioritarios, se mal gastan o disipan en la distribución gratuita de gasolina entre venezolanos (y entre compradores de países vecinos).

Como el gobierno deja de recaudar US$21.000 millones que financiaría inversión prioritaria, entonces los recursos hay que buscarlos en otros lugares. Pero, ¿en dónde? ¿Cobrándole impuestos a quién? Lo más probable es que lo que se deja de recibir sólo pueda ser sustituido muy parcialmente y que, al final de cuentas, buena parte del gasto y la inversión que podría hacerse nunca se haga.

En otras palabras, el costo de regalar la gasolina es el beneficio que se deja de percibir de las inversiones prioritarias que se dejan de realizar por cuenta del subsidio. Ese es el costo de oportunidad del subsidio a la gasolina en Venezuela: el rendimiento o la contribución al desarrollo del país que hubieran generado US$21.000 millones bien invertidos cada año durante el período de existencia del subsidio. Tal es el verdadero costo social de regalar la gasolina, ya sea a los consumidores venezolanos o a compradores de otros países.

Sobra decir, para concluir, que el subsidio a la gasolina agrava la muy precaria situación financiera de PDVSA, una empresa que ya está sobre endeudada y que no ha cumplido con proyectos fundamentales para el futuro de la industria petrolera venezolana en los que se ha comprometido con distintos socios estratégicos extranjeros.

El precio interno actual de la gasolina de 3.50 dólares el barril está muy lejos de siquiera cubrir el costo para PDVSA de producirla, que es de por lo menos 30 dólares el barril. Una parte importante de las ganancias que la empresa obtiene de sus exportaciones debe destinarse a sufragar este diferencial entre el costo de producción y el precio de venta en el mercado venezolano.

Pero toda esta lógica económica y financiera escapa a la comprensión de los obtusos marxistas que gobiernan a Venezuela. Con sus políticas, no solamente se han dado a la tarea de acabar con las condiciones necesarias para la creación de nueva riqueza, sino que están dedicados a hacer fiesta con la riqueza ya creada, agotándola y destruyéndola.   

Muy al estilo de lo que sucedió en Cuba, que era uno de los países más ricos de América Latina antes de la llegada de Fidel Castro, y que ahora es uno de los más pobres y de los pocos en la región agobiados por una crisis financiera que no da tregua.