En 2015 se contrajo en 3,8%, su mayor desplome en 25 años. Se proyecta que en 2016 pueda caer nuevamente en 3,5%.
La definición de los economistas de depresión (algo mucho peor que una recesión) es la de una contracción que dura al menos dos años y que termina por reducir el PIB en mas de 10%. Como van las cosas, Brasil va camino a convertirse en un caso de texto sobre lo que constituye una economía grande en depresión.
La inflación anual está por encima de 10%. El déficit del sector público pasó de 6,1% del PIB en 2014 a 10,8% del PIB el año pasado. La amortización de la deuda pública se lleva el 45% del presupuesto. Las calificadoras de riesgo le quitaron al país el grado de inversión que con tanto esfuerzo había logrado.
Subsidios a granel, programas asistenciales irresponsables (dinero caído del cielo sin exigir contraprestación alguna), un sistema pensional mas costoso en términos relativos que los de Alemania y Suecia no obstante que la población de Brasil es mas joven, burocracia pública rampante, corrupción desbordada, proteccionismo excesivo que estimula la ineficiencia, todo esto fue presentado en su momento por la izquierda mundial, como el modelo económico de mostrar para países resueltos a superar la pobreza.
Durante tres o cuatro años los medios de comunicación de América Latina ensalzaron hasta mas no poder los avances de Brasil. Lula da Silva fue subido a un pedestal como ejemplo de mandatario progresista.
Pero resulta que el buen desempeño de unos años fue ante todo el resultado de una bonanza sin precedentes en los precios internacionales de los productos básicos de exportación y que esa bonanza solo sirvió para disfrazar el impacto de unas políticas económicas insostenibles. Cuando la burbuja de esos precios internacionales estalló, la burbuja en la que se había convertido la economía brasilera también lo hizo.
Con la inversión pública y privada paralizada, con un desempleo creciente y con un gobierno completamente desprestigiado, nadie se atreve a pronosticar cuándo saldrá Brasil de su hueco negro.
La inflación anual está por encima de 10%. El déficit del sector público pasó de 6,1% del PIB en 2014 a 10,8% del PIB el año pasado. La amortización de la deuda pública se lleva el 45% del presupuesto. Las calificadoras de riesgo le quitaron al país el grado de inversión que con tanto esfuerzo había logrado.
Subsidios a granel, programas asistenciales irresponsables (dinero caído del cielo sin exigir contraprestación alguna), un sistema pensional mas costoso en términos relativos que los de Alemania y Suecia no obstante que la población de Brasil es mas joven, burocracia pública rampante, corrupción desbordada, proteccionismo excesivo que estimula la ineficiencia, todo esto fue presentado en su momento por la izquierda mundial, como el modelo económico de mostrar para países resueltos a superar la pobreza.
Durante tres o cuatro años los medios de comunicación de América Latina ensalzaron hasta mas no poder los avances de Brasil. Lula da Silva fue subido a un pedestal como ejemplo de mandatario progresista.
Pero resulta que el buen desempeño de unos años fue ante todo el resultado de una bonanza sin precedentes en los precios internacionales de los productos básicos de exportación y que esa bonanza solo sirvió para disfrazar el impacto de unas políticas económicas insostenibles. Cuando la burbuja de esos precios internacionales estalló, la burbuja en la que se había convertido la economía brasilera también lo hizo.
Con la inversión pública y privada paralizada, con un desempleo creciente y con un gobierno completamente desprestigiado, nadie se atreve a pronosticar cuándo saldrá Brasil de su hueco negro.