Propone cambios de gran fondo en la política de Estados Unidos. Algunos de ellos tendrían grandes repercusiones sobre el resto del planeta.
Algunas de sus propuestas serían importantes en Estados Unidos y no necesariamente trascenderían mas allá de las fronteras. Por ejemplo, defiende el porte de armas que en ese país es apreciado dentro de extensos grupos de la población. También es partidario de eliminar la injerencia del gobierno federal en temas relacionados con la educación. “La educación volverá a ser local”, ha repetido una y otra vez.
Pero hay otros temas de mucho mas impacto internacional. Por ejemplo, su mensaje en relación con el comercio es claramente proteccionista. Sostiene que países como China y últimamente México han saqueado a Estados Unidos. Se han llevado sus puestos de trabajo y sus negocios. Se dice partidario del libre comercio, pero siempre y cuando sea “justo” e “inteligente”.
Esta última es una discusión de muy vieja data entre los economistas. En el fondo lo que está cuestionando Trump son los tratados de libre comercio que tan de moda han estado en estos últimos años. Según el candidato y unos cercanos colaboradores como Stephen Miller, estos tratados básicamente le quitan margen de maniobra al gobierno de su país para evitar que otros países lo arrasen económicamente, tal como ha sido el caso especialmente con el sector manufacturero.
Pero la crítica a los tratados de libre comercio y otros tratados internacionales va más allá. A través de ellos se hacen concesiones inadmisibles en el manejo soberano del país en temas como regulaciones de todo tipo, asuntos impositivos y temas migratorios. Estados Unidos no tiene porque igualarse con otros países con culturas y economías muy diferentes acudiendo a unos tratados que están por encima de sus preceptos constitucionales y jurisprudencia.
Se trata sin duda de una postura nacionalista que se extiende a aspectos como el relacionado con la inmigración. Desde el inicio de su exitosa campaña Trump planteó el rescate de las fronteras y como emblema expuso la necesidad de construir un muro en la que colinda con México (cuya altura aumenta cada vez que un ex Presidente mexicano se manifiesta en contra de la iniciativa). “Si queremos un país tenemos que tener fronteras”, insiste en todos sus discursos. “Queremos que haya inmigración, pero tiene que ser legal”. “No vamos a aceptar inmigrantes cuyo origen y procedencia desconocemos”. Y otras declaraciones de este tenor.
Sostiene que bajo su mandato las fuerzas armadas serán tan fuertes y preparadas “que nadie va a meterse con nosotros”. Pero es claro en señalar que Estados Unidos no tiene porque convertirse en el policía del mundo. No entiende cómo todavía se protege a países ricos como Alemania, Japón y Corea del Sur sin que ellos contribuyan mayormente con los costos. Tampoco entiende la razón por la cual países ricos del Medio Oriente no contribuyen con mas recursos económicos al rescate de los damnificados de la guerra de Siria.
Propone bajar tarifas impositivas, balancear presupuestos y crear un entorno normativo favorable para la repatriación de los capitales que empresas y ciudadanos de Estados Unidos poseen en el exterior. Trump es escéptico acerca del cambio climático y considera como excesivas y muy nocivas para la actividad económica muchas de las regulaciones que últimamente se aplican para proteger el medio ambiente.
Pero hay otros temas de mucho mas impacto internacional. Por ejemplo, su mensaje en relación con el comercio es claramente proteccionista. Sostiene que países como China y últimamente México han saqueado a Estados Unidos. Se han llevado sus puestos de trabajo y sus negocios. Se dice partidario del libre comercio, pero siempre y cuando sea “justo” e “inteligente”.
Esta última es una discusión de muy vieja data entre los economistas. En el fondo lo que está cuestionando Trump son los tratados de libre comercio que tan de moda han estado en estos últimos años. Según el candidato y unos cercanos colaboradores como Stephen Miller, estos tratados básicamente le quitan margen de maniobra al gobierno de su país para evitar que otros países lo arrasen económicamente, tal como ha sido el caso especialmente con el sector manufacturero.
Pero la crítica a los tratados de libre comercio y otros tratados internacionales va más allá. A través de ellos se hacen concesiones inadmisibles en el manejo soberano del país en temas como regulaciones de todo tipo, asuntos impositivos y temas migratorios. Estados Unidos no tiene porque igualarse con otros países con culturas y economías muy diferentes acudiendo a unos tratados que están por encima de sus preceptos constitucionales y jurisprudencia.
Se trata sin duda de una postura nacionalista que se extiende a aspectos como el relacionado con la inmigración. Desde el inicio de su exitosa campaña Trump planteó el rescate de las fronteras y como emblema expuso la necesidad de construir un muro en la que colinda con México (cuya altura aumenta cada vez que un ex Presidente mexicano se manifiesta en contra de la iniciativa). “Si queremos un país tenemos que tener fronteras”, insiste en todos sus discursos. “Queremos que haya inmigración, pero tiene que ser legal”. “No vamos a aceptar inmigrantes cuyo origen y procedencia desconocemos”. Y otras declaraciones de este tenor.
Sostiene que bajo su mandato las fuerzas armadas serán tan fuertes y preparadas “que nadie va a meterse con nosotros”. Pero es claro en señalar que Estados Unidos no tiene porque convertirse en el policía del mundo. No entiende cómo todavía se protege a países ricos como Alemania, Japón y Corea del Sur sin que ellos contribuyan mayormente con los costos. Tampoco entiende la razón por la cual países ricos del Medio Oriente no contribuyen con mas recursos económicos al rescate de los damnificados de la guerra de Siria.
Propone bajar tarifas impositivas, balancear presupuestos y crear un entorno normativo favorable para la repatriación de los capitales que empresas y ciudadanos de Estados Unidos poseen en el exterior. Trump es escéptico acerca del cambio climático y considera como excesivas y muy nocivas para la actividad económica muchas de las regulaciones que últimamente se aplican para proteger el medio ambiente.
En general, Trump critica a la clase política de su país por su estupidez en los tratos con otros países y cita varios ejemplos como el reciente acuerdo de desmonte de las sanciones a Irán. Bajo su liderazgo Estados Unidos nuevamente recuperaría el respeto que hoy en día ha perdido debido a esas actuaciones incompetentes de sus gobernantes.
Parte del problema para Trump es que dichos gobernantes se han vendido a los lobistas que se han tomado Washington. El despilfarro y los sobrecostos, y la permanente burla a los intereses del americano medio, son el resultado de semejante contubernio del liderazgo político con los representantes de intereses económicos, gremiales y de países extranjeros. Se presenta como el único candidato que autofinancia su campaña y que por lo tanto no es controlado ni influenciable por esos intereses.
Se autodefine como un conservador con sentido común (“common sense conservative”). Pero el “establecimiento” republicano y los ideólogos conservadores que son financiados por ese establecimiento se han ido lanza en ristre contra su candidatura, en una forma agresiva y hostil. Estos ideólogos no lo consideran “uno de los suyos”. Argumentan que en el pasado Trump había adoptado “valores culturales” de su ciudad de origen New York.
En efecto, Trump ha sido en el pasado ambivalente en temas como el aborto y los matrimonios gay. Se ha casado tres veces. No se le conoce propiamente como un practicante religioso conocedor de la Biblia. Sin embargo, nada de eso ha impedido que sea el favorito entre los numerosos grupos de evangélicos, que en esta ocasión han optado por un práctico ejecutivo hombre de negocios que les ha prometido trabajar en el gobierno por las causas que ellos aprecian, antes que por políticos que se auto proclaman fieles seguidores de las enseñanzas bíblicas pero que “que son solo habladuría y nada de acción”.
Parte del problema para Trump es que dichos gobernantes se han vendido a los lobistas que se han tomado Washington. El despilfarro y los sobrecostos, y la permanente burla a los intereses del americano medio, son el resultado de semejante contubernio del liderazgo político con los representantes de intereses económicos, gremiales y de países extranjeros. Se presenta como el único candidato que autofinancia su campaña y que por lo tanto no es controlado ni influenciable por esos intereses.
Se autodefine como un conservador con sentido común (“common sense conservative”). Pero el “establecimiento” republicano y los ideólogos conservadores que son financiados por ese establecimiento se han ido lanza en ristre contra su candidatura, en una forma agresiva y hostil. Estos ideólogos no lo consideran “uno de los suyos”. Argumentan que en el pasado Trump había adoptado “valores culturales” de su ciudad de origen New York.
En efecto, Trump ha sido en el pasado ambivalente en temas como el aborto y los matrimonios gay. Se ha casado tres veces. No se le conoce propiamente como un practicante religioso conocedor de la Biblia. Sin embargo, nada de eso ha impedido que sea el favorito entre los numerosos grupos de evangélicos, que en esta ocasión han optado por un práctico ejecutivo hombre de negocios que les ha prometido trabajar en el gobierno por las causas que ellos aprecian, antes que por políticos que se auto proclaman fieles seguidores de las enseñanzas bíblicas pero que “que son solo habladuría y nada de acción”.
Trump ha aguantado todos los golpes imaginables y los ha devuelto con inusitada fiereza. Lo ha proclamado a los cuatro vientos: “para cada golpe que recibo, un contragolpe”. Y agrega que esta es la misma filosofía que debe aplicar Estados Unidos en el ámbito internacional para hacerse respetar.
En seis meses de campaña por la nominación del Partido Republicano Trump ha dejado tendidos en el camino a la familia Bush, a respetados gobernadores (Scott Walker, Rick Perry, Chris Christie y Bobby Jindal), a ilustres senadores (Rand Paul y Lindsay Graham), a otros avezados políticos (Mike Huckabee y Rick Santorum) y a la ex presidenta de Hewlett Packard Carly Fiorina. Y todo indica que se agregaran a la lista los senadores Marco Rubio y Ted Cruz, así como el gobernador John Kasich y el neurocirujano Ben Carson.
Se ha enfrentado abiertamente a Rupert Murdoch, dueño de los principales medios conservadores de Estados Unidos (Fox Cable, Wall Street Journal y Weekly Standard). Igualmente se ha enfrentado sin recato a todos los medios liberales y a sus presentadores. Los muy altos rating que consigue en sus intervenciones públicas y en estos enfrentamientos, le aseguran una permanente exposición mediática, de la cual se quejan sus opositores.
En seis meses de campaña por la nominación del Partido Republicano Trump ha dejado tendidos en el camino a la familia Bush, a respetados gobernadores (Scott Walker, Rick Perry, Chris Christie y Bobby Jindal), a ilustres senadores (Rand Paul y Lindsay Graham), a otros avezados políticos (Mike Huckabee y Rick Santorum) y a la ex presidenta de Hewlett Packard Carly Fiorina. Y todo indica que se agregaran a la lista los senadores Marco Rubio y Ted Cruz, así como el gobernador John Kasich y el neurocirujano Ben Carson.
Se ha enfrentado abiertamente a Rupert Murdoch, dueño de los principales medios conservadores de Estados Unidos (Fox Cable, Wall Street Journal y Weekly Standard). Igualmente se ha enfrentado sin recato a todos los medios liberales y a sus presentadores. Los muy altos rating que consigue en sus intervenciones públicas y en estos enfrentamientos, le aseguran una permanente exposición mediática, de la cual se quejan sus opositores.
Trump llama al fenómeno político que él encarna “un movimiento”. Ha tocado una fibra de descontento y ansiedad en el electorado, especialmente entre la población blanca. Promete restaurar el “sueño americano”. Devolverle la grandeza al país. Sin duda, muchos de sus temas son de carácter nacionalista, los que presenta con un tinte populista que despierta entusiasmos y lealtades.
De llegar Trump a la Presidencia (y últimamente le va bien en las encuestas frente a Hillary Clinton) Estados Unidos tendría en política internacional y comercial una postura mas firme y asertiva. Se replantearían alianzas que vienen de la época de la Guerra Fría.
Podría incluso ser el final del esquema de globalización que se ha instrumentado en las últimas cuatro décadas, y que ha implicado una creciente intervención estatal para asegurar a lo largo y ancho del planeta una igualación de reglas y regulaciones comerciales, financieras, tributarias, laborales y de protección al medio ambiente. Un tipo de globalización que ha menospreciado las soberanías nacionales en áreas criticas del manejo económico y político y que ha traído consigo una asfixiante injerencia de los gobiernos en lo divino y lo humano.
De llegar Trump a la Presidencia (y últimamente le va bien en las encuestas frente a Hillary Clinton) Estados Unidos tendría en política internacional y comercial una postura mas firme y asertiva. Se replantearían alianzas que vienen de la época de la Guerra Fría.
Podría incluso ser el final del esquema de globalización que se ha instrumentado en las últimas cuatro décadas, y que ha implicado una creciente intervención estatal para asegurar a lo largo y ancho del planeta una igualación de reglas y regulaciones comerciales, financieras, tributarias, laborales y de protección al medio ambiente. Un tipo de globalización que ha menospreciado las soberanías nacionales en áreas criticas del manejo económico y político y que ha traído consigo una asfixiante injerencia de los gobiernos en lo divino y lo humano.