Para dialogar se necesitan dos. Con las dictaduras es imposible dialogar sencillamente porque nunca cederán en punto alguno que comprometa su control sobre el poder.
El “diálogo” que tuvo lugar el 10 de abril de 2014 entre el gobierno y la oposición fue patético. Lo primero que llamó la atención fue la defensa que hicieron todos los voceros del gobierno de las bandas armadas de malandros, los llamados colectivos, que son los culpables de la mayor parte de las muertes y de los destrozos a la propiedad privada y pública desde que empezaron las protestas hace mas de dos meses.
Estas bandas armadas de malandros son las que controlan los barrios populares de las principales ciudades a base de la fuerza bruta, el amedrentamiento y el manejo de la delincuencia común. Son verdaderas mafias o grupos paramilitares, como se quiera llamarlos. Son las que administran las ayudas del gobierno que se destinan a estos barrios y como contraprestación son las que ahí compran y presionan por el voto a favor de los candidatos oficialistas en las diferentes elecciones, incluidas las presidenciales.
Es indicativo de su gran importancia para el gobierno, y de las complicidad con altos funcionarios, que todos sus voceros en el "diálogo", incluido el Presidente Nicolás Maduro, las defendieran como grupos al servicio de la comunidad conformados por unas “inocentes palomas”. Pero el tema no paró ahí: en lo que puede considerarse una gran desfachatez, un representante de estas bandas intervino a nombre del gobierno.
En el “diálogo” no se avanzó mayormente en otros temas clave como la separación de poderes públicos, incluida la independencia de la rama judicial, así como la conformación de un tribunal electoral que ofrezca garantías de neutralidad. Es de una gran ingenuidad pensar que una dictadura cederá en estos puntos, que son vitales para mantenerse en el poder.
Tampoco nada en el “diálogo” sobre las libertades económicas básicas, sin las cuales no hay libertades políticas. Muy poco sobre la libertad de expresión. El modelo comunista que quiere profundizar la dictadura significa un control absoluto de todos los aspectos de la vida económica y social de los venezolanos. No hay el mas mínimo indicio de que el gobierno, con diálogos o sin diálogos, vaya a dar marcha atrás en este empeño. Sobre esto no hay que engañarse.
Solo alusiones indirectas en el “diálogo” acerca de los casos de Leopoldo López y María Corina Machado. ¿Qué les pasa a los miembros de la oposición que asistieron ahí y que ni siquiera se atrevieron a mencionar por sus nombres a dos de sus mas destacados dirigentes?
La pregunta de fondo es para qué sirven estos diálogos. Las dictaduras nunca renuncian por las buenas al poder que disfrutan. Si algo las distingue es el estricto control que ejercen sobre todas las instancias institucionales que garantizan la continuidad de su poder.
En el caso de Venezuela un aspecto importante, por la legitimidad que otorga, es el de las elecciones. Maduro y su camarilla de avivados sostienen que fueron electos por las mayorías. Sin embargo, la autoridad electoral está enteramente en sus manos. Los reclamos de la oposición nunca son atendidos. Hay serias dudas sobre votantes inexistentes que milagrosamente sufragan en las elecciones. Y está el tema de la incidencia electoral en los barrios populares de las bandas de malandros y del apoyo logísitco que han recibido de las Fuerzas Armadas Bolivarianas y del resto del gobierno los días de votación.
Es llover sobre mojado dialogar con una dictadura. Lo único que la afecta en sus cimientos, lo único que la resquebraja, son las protestas populares continuadas. Por ellas es que generalmente han caído en distintos lugares del planeta. De manera que quienes argumentan que son inoficiosas, le hacen un flaco servicio a la democracia. De hecho, sin ellas Maduro y su camarilla, en medio de la prepotencia que los caracteriza, nunca hubieran aceptado un evento como el “diálogo” del 10 de abril.
Aquel lema según el cual “el que se cansa pierde” sigue vigente. Ahora mas que nunca la juventud venezolana ha de continuar, con su demostrado heroísmo y desprendimiento, la noble lucha por recuperar el futuro que les ha sido vilmente arrebatado.
Es indicativo de su gran importancia para el gobierno, y de las complicidad con altos funcionarios, que todos sus voceros en el "diálogo", incluido el Presidente Nicolás Maduro, las defendieran como grupos al servicio de la comunidad conformados por unas “inocentes palomas”. Pero el tema no paró ahí: en lo que puede considerarse una gran desfachatez, un representante de estas bandas intervino a nombre del gobierno.
En el “diálogo” no se avanzó mayormente en otros temas clave como la separación de poderes públicos, incluida la independencia de la rama judicial, así como la conformación de un tribunal electoral que ofrezca garantías de neutralidad. Es de una gran ingenuidad pensar que una dictadura cederá en estos puntos, que son vitales para mantenerse en el poder.
Tampoco nada en el “diálogo” sobre las libertades económicas básicas, sin las cuales no hay libertades políticas. Muy poco sobre la libertad de expresión. El modelo comunista que quiere profundizar la dictadura significa un control absoluto de todos los aspectos de la vida económica y social de los venezolanos. No hay el mas mínimo indicio de que el gobierno, con diálogos o sin diálogos, vaya a dar marcha atrás en este empeño. Sobre esto no hay que engañarse.
Solo alusiones indirectas en el “diálogo” acerca de los casos de Leopoldo López y María Corina Machado. ¿Qué les pasa a los miembros de la oposición que asistieron ahí y que ni siquiera se atrevieron a mencionar por sus nombres a dos de sus mas destacados dirigentes?
La pregunta de fondo es para qué sirven estos diálogos. Las dictaduras nunca renuncian por las buenas al poder que disfrutan. Si algo las distingue es el estricto control que ejercen sobre todas las instancias institucionales que garantizan la continuidad de su poder.
En el caso de Venezuela un aspecto importante, por la legitimidad que otorga, es el de las elecciones. Maduro y su camarilla de avivados sostienen que fueron electos por las mayorías. Sin embargo, la autoridad electoral está enteramente en sus manos. Los reclamos de la oposición nunca son atendidos. Hay serias dudas sobre votantes inexistentes que milagrosamente sufragan en las elecciones. Y está el tema de la incidencia electoral en los barrios populares de las bandas de malandros y del apoyo logísitco que han recibido de las Fuerzas Armadas Bolivarianas y del resto del gobierno los días de votación.
Es llover sobre mojado dialogar con una dictadura. Lo único que la afecta en sus cimientos, lo único que la resquebraja, son las protestas populares continuadas. Por ellas es que generalmente han caído en distintos lugares del planeta. De manera que quienes argumentan que son inoficiosas, le hacen un flaco servicio a la democracia. De hecho, sin ellas Maduro y su camarilla, en medio de la prepotencia que los caracteriza, nunca hubieran aceptado un evento como el “diálogo” del 10 de abril.
Aquel lema según el cual “el que se cansa pierde” sigue vigente. Ahora mas que nunca la juventud venezolana ha de continuar, con su demostrado heroísmo y desprendimiento, la noble lucha por recuperar el futuro que les ha sido vilmente arrebatado.