Actualmente la deuda pública y privada del planeta alcanza 300% del PIB. Poco o nada se ha hecho para empezar a reducirla a niveles relativos sostenibles.

 

Uno de los impactos de tan elevada deuda es el de una caída de los precios de mercado de los activos. Ese proceso ya empezó con especial fuerza en los precios de la finca raíz en aquellos países sobre endeudados del primer mundo. También en los precios de las acciones y muy especialmente los de las entidades financieras. Con estos niveles de deuda es inevitable la contracción del crédito (de préstamos a gobiernos, empresas y hogares).

La reducción o repago de parte esta deuda tendrá un elevado costo político, porque implica recortar gasto a todos los niveles, incluidos beneficios a poblaciones acostumbradas a recibirlos sin generar la riqueza suficiente para merecerlos. Estas poblaciones, como en el caso patético de Grecia, se han acostumbrado a vivir más allá de sus medios, como si por arte de magia se hubieran hecho acreedores de ese “derecho”. Pero no fue por arte de magia, sino por la demagogia y populismo de políticos y autoridades monetarias irresponsables.

Y claro está, por las poblaciones que los han elegido y que han llegado a creerse el cuento que los recursos públicos son ilimitados y que alguien, en algún lugar, tiene la obligación de proveer por sus necesidades básicas. Por unas necesidades básicas cada vez más extendidas y desvinculadas de la contribución o aporte productivo que se haga a la sociedad.

Hace un año las autoridades de la Comunidad Europea no se soñaban que estarían en los líos actuales. Después de todo Grecia sólo representa 3% de la economía de la eurozona. Pero lo de Grecia fue apenas la punta del iceberg que sacó a relucir el increíble sobre endeudamiento de las demás economías. De Irlanda, Portugal, España, Italia, Bélgica y hasta Francia. Aún el de Alemania, que aunque no tan elevado como el de sus socios, es bastante elevado.

Algunos analistas como Criton Zoakos (citado por el columnista de The Weekly Standard David M. Smick) argumentan que la economía global llegó a un punto de no retorno. La excesiva deuda asfixia el crecimiento y destruye valores patrimoniales, lo que a su vez genera una disminución de la inversión y el consumo.

Sin embargo, algunos optimistas dicen que no hay que preocuparse. Que desde enero de 2008 cuando empezó la actual crisis global ha aumentado el ahorro y se ha producido una disminución de los niveles de deuda de gobiernos, empresas y hogares. Según estos optimistas, una vez que este proceso se complete el crecimiento económico volverá con renovado vigor.

Pero de acuerdo con Zoakos, desde enero de 2008 el endeudamiento global ha aumentado en 17% (y sin contabilizar el incremento de la deuda escondida de China). Los países se han embarcado en muy generosos programas de estímulo, al tiempo que el crecimiento económico ha sido un anémico 1,2% anual.

La fase de verdadera austeridad y de reducción de deuda a niveles relativos sostenibles ni siquiera ha empezado. Aún así, es ensordecedor el ruido de gemidos y lloriqueos en distintos sitios del planeta, como si la apretada del cinturón fuera ya excesiva. ¡Ni siquiera ha empezado! Falta por recorrer lo más difícil del camino.

Lo que han hecho hasta ahora políticos y autoridades monetarias es agravar el problema, aumentando el gasto público, manteniendo artificialmente bajas las tasas de interés y subsidiando a entidades financieras y deudores insolventes. El resultado neto ha sido el de un aumento de la deuda. Los recortes de gasto han sido de cosmética. Y sobretodo, ningún debate de fondo, ni mucho menos medidas específicas para propiciar entornos más favorables al crecimiento económico. Entornos sin la multiplicidad de impuestos, regulaciones, trabas y hostilidad permanente hacia aquellos que tienen la capacidad y la voluntad de crear riqueza.  

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