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Algunos economistas consideran que si en un país del tamaño de Colombia la actividad manufacturera no avanza, el modelo económico que se aplica es un fracaso.
 
Los índices de la producción real manufacturera muestran caídas interanuales continuadas desde noviembre de 2012 hasta febrero de 2013. Es posible que el primer trimestre de este año cierre con un descenso superior a 3%, lo que constituiría el sexto trimestre consecutivo de pérdida de dinamismo.

El rebote que se presentó en la producción de la industria manufacturera después de la gran recesión global de 2008-2009 fue poco vigoroso, por decirlo de alguna manera. Los niveles actuales de producción y empleo no superan aún a los que se alcanzaron en 2007 antes del inicio de dicha recesión.

Se argumenta que la falta de dinamismo industrial se debe a factores como la revaluación del peso originada en la bonanza del sector petrolero y minero, la caída de las exportaciones a Venezuela, e incluso los tratados de libre comercio. Pero estas explicaciones son de dudosa validez.

La revaluación del peso abarata los costos de importar bienes de capital y tecnología, los que se requieren para elevar la productividad y competitividad de la industria; la bonanza petrolera y minera abre oportunidades para el desarrollo de sectores industriales complementarios; las exportaciones industriales a Venezuela, aunque no se han recuperado del todo y en los primeros meses de 2013 han caído, podrían haber sido ya sustituidas por las dirigidas a otros mercados regionales más dinámicos; y los tratados de libre comercio traen no solo mas competencia en el mercado doméstico sino más oportunidades en mercados externos, así como mayores posibilidades de inversión y de abaratamiento de costos de producción.

A su vez, el mercado interno ha crecido desde 2008 a un promedio anual de casi 4% y que es levemente superior al de la tendencia de largo plazo; la disponibilidad de crédito ha sido amplia y las tasas de interés han estado en un punto histórico bajo; la inflación se ha mantenido bajo un estricto control lo que ha facilitado los acuerdos laborales; y delitos como los secuestros y las extorsiones se han reducido en forma considerable.

De manera que es apresurado concluir que el entorno en el que se ha desarrollado la actividad manufacturera en estos últimos años ha sido especialmente adverso. Entonces, ¿qué es lo que falta para que Colombia explote plenamente su supuesta vocación industrial? Algunos dirían que se requiere una mejor infraestructura vial o unas reglas de juego tributarias mas estimulantes. Y es cierto, ambos factores podrían ayudar en el empeño de consolidar el desarrollo industrial colombiano.

Pero no hay que hacerse ilusiones acerca de que estén dadas las condiciones para que Colombia se convierta en una importante potencia industrial. La llamada gran industria, con algunas notables excepciones, es en su mayor parte extranjera. Si bien a Colombia se la considera un actor importante a nivel de la región Andina y en algunos mercados centroamericanos y del Caribe, y mas ahora que Venezuela está en declive industrial, no hace parte de las plataformas escogidas por las multinacionales para atender grandes y sofisiticados mercados.  

En América Latina, Colombia enfenta la fuerte competencia de México y Brasil como centro de producción y comercialización de productos manufacturados de todo tipo. Y Chile y últimamente Perú en todo lo que tiene que ver con la agroindustria. A estas alturas del paseo, no son claras sus ventajas comparativas en materia industrial.

La principal razón de que esto último sea así no es tan misteriosa. La economía colombiana ha sido relativamente cerrada. Para decirlo de manera simple, ha producido de todo un poquito, a unos costos relativamente altos y con una calidad bastante deficiente. Solo a partir de los años noventa empezó a abrirse a la competencia externa, un proceso duramente criticado por políticos de todas las pelambres, por ciertos círculos empresariales y sindicales en situación de confort, y por los académicos izquierdistas en pleno, no obstante que esta es la única forma posible de identificar ventajas comparativas y de profundizar su aprovechamiento.
 
O sea que Colombia lleva menos de dos décadas en el esfuerzo de adaptar su sector productivo a las exigencias de un mercado interno mas globalizado y competido. Por otro lado, la mayor parte de los actores industriales, y muy especialmente los de origen colombiano, con excepciones que se cuentan en los dedos de la mano, no disponen de una tradición exportadora digna de mención. Varios a duras penas se las han arreglado para elevar en algo su eficiencia y resistir los embates de la competencia externa en su anteriormente protegido mercadito. Otros ni siquiera eso. Y mucho menos son los que se han lanzado a la conquista de mercados externos.

Y es que Colombia, precisamente por su alto grado de proteccionismo económico, no ha sido propiamente un país cosmopolita. El conocimiento del inglés y de otros idiomas es de los mas bajos en América Latina. Los consumidores colombianos son de los menos exigentes en lo relativo a la calidad de los productos que adquieren. Los empresarios medianos y pequeños casi en su totalidad, aunque hábiles para manejar el día a día y apagar incendios, no administran el largo plazo. Han sido relativamente lerdos en el aprendizaje y adopción de las últimas tecnologías digitales, por ejemplo. Son defensivos antes que proactivos en la promoción de sus intereses.

Así las cosas, no parecerían que estén dadas las condiciones para que la industria colombiana se expanda en forma sostenida y vigorosa, impulsada por las exportaciones que son la única palanca que garantiza la consolidación de un proceso de esta naturaleza.

Un primer paso sería el de un cambio de mentalidad, que partiría de reconocer las grandes limitaciones propias actuales. Para empezar, habría que botar a la caneca esa idea de que Colombia es un país de empresarios. De que allí los empresarios se dan silvestres cuando la realidad es que son patéticamente escasos los que realmente están en capacidad de sobresalir en el exigente entorno de la economía globalizada.

También habría que botar a la caneca esa otra idea tan culturalmente arraigada de que el éxito pasado es garantía de éxito futuro. De que lo conveniente para el país es resguardar el éxito pasado como si se tratara de un derecho adquirido, tal como lo pretendía el modelo proteccionista. El dicho “el rey ha muerto, viva el rey” es el predominante en el mundo empresarial actual donde la velocidad de los cambios es creciente e implacable. Uno en el cual la complacencia se paga cara.

Solo a partir de este cambio de mentalidad se empezarían a generar modificaciones de conducta por parte de los actores involucrados, y particularmente empresarios y trabajadores, que eventualmente harían posible un desarrollo industrial mas agresivo que el de los últimos años.