El gobierno venezolano se quedó corto en el ajuste económico que necesitará hacer si el precio internacional del petróleo se mantiene en los niveles actuales.
La reducción anunciada para el gasto público de 2009 sería de un 18% en relación con lo efectivamente gastado en 2008, pero no se sabe si se cumplirá. Al tiempo que se hace este anuncio, Hugo Chávez afirma que se gastarán billones de dólares en unos programas de desarrollo no especificados, utilizando reservas que supuestamente se tienen en distintos fondos, incluido uno con el gobierno de China.
La verdad sea dicha, en Venezuela no hay claridad sobre la situación de las finanzas públicas. La falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos ha sido la constante durante los 10 años del gobierno de Chávez. Los indicios apuntan a que esa situación es más estrecha de lo que se cree. Chávez se ufana de la gran cantidad de dinero que le quedó de la bonanza petrolera, pero se vio forzado a aumentar el impuesto al valor agregado de 9% a 12% y a anunciar que colocará cerca de US$11.000 millones en bonos de deuda interna para financiar el gasto público.
Ninguna de estas medidas son las de un gobierno que está nadando en dinero. Como tampoco lo es el no pago de nacionalizaciones ya hechas, ni los incumplimientos a los proveedores del sector público.
En el paquete de medidas recién adoptadas el gobierno no incluyó la devaluación, ni aumentó el precio de la gasolina, ni eliminó una serie de subsidios sin impacto duradero sobre la economía. El país llegó al final de la mayor bonanza petrolera de su historia muy vulnerable a choques económicos externos: con grandes desfases en la tasa de cambio y en los precios de los productos de la canasta familiar; con una hiperinflación; con un sector público sobre extendido e incompetente; y con un sector privado debilitado sobre el que recaerá el mayor peso de los ajustes que ahora se anuncian.
Pasó la mayor bonanza petrolera de su historia sin que Venezuela la aprovechara para diversificar su economía y lograr aumentos significativos en su capacidad productiva. Algunos dólares fueron a parar a Cuba para sostener la ineficiente y miserable economía de la isla y otros terminaron en Rusia para sufragar el pago de sofisticados armamentos. Pero de muchos otros no se tiene la más remota idea de a dónde fueron a parar y a quién beneficiaron.
Luego de la bonanza, es mayor que nunca la dependencia de Venezuela en el petróleo: una dependencia que es la de una economía parásita, que baila al vaivén de los precios de la materia prima favorita de las economías que Chávez denomina “capitalistas”.
La verdad sea dicha, en Venezuela no hay claridad sobre la situación de las finanzas públicas. La falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos ha sido la constante durante los 10 años del gobierno de Chávez. Los indicios apuntan a que esa situación es más estrecha de lo que se cree. Chávez se ufana de la gran cantidad de dinero que le quedó de la bonanza petrolera, pero se vio forzado a aumentar el impuesto al valor agregado de 9% a 12% y a anunciar que colocará cerca de US$11.000 millones en bonos de deuda interna para financiar el gasto público.
Ninguna de estas medidas son las de un gobierno que está nadando en dinero. Como tampoco lo es el no pago de nacionalizaciones ya hechas, ni los incumplimientos a los proveedores del sector público.
En el paquete de medidas recién adoptadas el gobierno no incluyó la devaluación, ni aumentó el precio de la gasolina, ni eliminó una serie de subsidios sin impacto duradero sobre la economía. El país llegó al final de la mayor bonanza petrolera de su historia muy vulnerable a choques económicos externos: con grandes desfases en la tasa de cambio y en los precios de los productos de la canasta familiar; con una hiperinflación; con un sector público sobre extendido e incompetente; y con un sector privado debilitado sobre el que recaerá el mayor peso de los ajustes que ahora se anuncian.
Pasó la mayor bonanza petrolera de su historia sin que Venezuela la aprovechara para diversificar su economía y lograr aumentos significativos en su capacidad productiva. Algunos dólares fueron a parar a Cuba para sostener la ineficiente y miserable economía de la isla y otros terminaron en Rusia para sufragar el pago de sofisticados armamentos. Pero de muchos otros no se tiene la más remota idea de a dónde fueron a parar y a quién beneficiaron.
Luego de la bonanza, es mayor que nunca la dependencia de Venezuela en el petróleo: una dependencia que es la de una economía parásita, que baila al vaivén de los precios de la materia prima favorita de las economías que Chávez denomina “capitalistas”.