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Una de las promotoras del concepto de mercados de carbono sostiene que la economía extractiva no le sirve a Colombia.
 
Graciela Chichilnisky es investigadora de la Universidad de Columbia. En una entrevista que concedió a UNPeriódico (12 de diciembre de 2010) reafirmó su propuesta de que Colombia debería buscar que el mundo le pagara por preservar su patrimonio natural, en lugar destruirlo con la explotación del petróleo y la minería (carbón y oro).

En primer lugar “el mundo” no está pagando mayor cosa por la no explotación de los recursos naturales. Chichilinsky pone como ejemplo la iniciativa Yasuní de Ecuador, sin mencionar que ha sido un rotundo fracaso. El gobierno de ese país esperaba recaudar del resto del planeta miles de millones de dólares por no explotar las supuestas inmensas reservas de petróleo que se encuentran en ese parque natural. Después de años, es insignificante lo que Ecuador ha recibido por este concepto.

En cambio, Ecuador está sacrificando la posibilidad de hacer una explotación responsable de ese petróleo y hacerse a miles de millones de dólares que le serían de gran utilidad para proporcionarle salud, educación e infraestructura a su empobrecida población. Igual suerte correría Colombia en el caso de acogerse la propuesta de la investigadora.  

El mercado internacional de carbono es prácticamente inexistente. Académicos como Chichilinsky les parece fascinante que los países más pobres permanezcan pobres viviendo de la caridad de los países del primer mundo. No hay un solo ejemplo de un país que haya superado los problemas de la pobreza extrema sin la explotación de sus recursos naturales.

Chichilinsky parte del supuesto no probado de que la emisión de dióxido de carbono (CO2) es la principal causante de un eventual catastrófico cambio climático, el cual ha sido profetizado desde hace décadas, sin que haya indicios serios de su llegada.

Por otro lado, la no explotación de un recurso natural en países como Colombia y Ecuador estimula su explotación en otros lugares del planeta ávidos de atender la demanda que queda insatisfecha.

Al final de cuentas, la única apuesta válida sobre el futuro del planeta es la de elevar el nivel de vida de la población que lo habita y, mediante el avance científico y las innovaciones tecnológicas, encontrar formas menos contaminantes de producir. Sólo con el progreso económico es que se puede sufragar el costo de la investigación y de  la  experimentación que este proceso requiere.

De hecho, gracias al dinamismo económico de las últimas décadas es que el mundo está en la antesala de descubrir y emplear novedosas fuentes de energía, menos contaminantes que las existentes.

Ambientalistas como Chichilinsky adoptan una visión simplista de la vida de los seres humanos en este planeta. Extrapolan las tendencias actuales, sin tener en cuenta que una de las áreas de avance exponencial en la historia de la humanidad es precisamente el de las ciencias aplicadas a los diferentes aspectos que afectan la vida humana.

Estos ambientalistas no se percatan que el avance exponencial de las ciencias, tanto en sus formulaciones como en sus implementaciones, depende crucialmente del progreso económico. Que ese progreso está subordinado a una explotación masiva de los recursos naturales del planeta. Y que la creación e introducción de tecnologías viables menos contaminantes tiene como su punto de partida dicha explotación masiva.