Jorge Ospina Sardi
En 2005 Steve Jobs pronunció un célebre discurso a los graduados de la Universidad de Stanford. Sin demeritar sus grandes logros, lo cierto es que sus recomendaciones basadas en su trayectoria son muy cuestionables.
¿Qué fue lo que le dijo el cerebro detrás de Apple a los recién graduados de esa universidad? “No pierdan la fe. Estoy convencido que lo único que me hizo continuar con lo que estaba haciendo era que amaba lo que hacía. Ustedes tienen que encontrar lo que aman… Su trabajo será una parte muy importante de sus vidas, y la única forma como pueden estar realmente satisfechos es hacer lo que consideran que será un grandioso trabajo. Y la única manera de hacer un grandioso trabajo es amar lo que se hace. Si no lo han encontrado (ese amor), sigan buscando. No sean conformistas. Como todo lo que es del corazón, ustedes sabrán cuando lo habrán encontrado. Y como cualquier gran relación, solamente se vuelve mejor y mejor a medida que los años pasan. De manera que sigan buscando hasta que lo encuentren. No se detengan.”
De acuerdo con el columnista de Forbes Kyle Smith, cuando se trata de buscar empleo este es un pésimo consejo para la gran mayoría de las personas. Smith tiene toda la razón. Buscar lo perfecto y para ello deambular de puesto en puesto sólo funciona para quienes ya han llegado a la meta. Es decir, para quienes desde una alta posición miran hacía abajo.
Si usted está empezando los consejos tendrían que ser otros. Por ejemplo, sea confiable en lo que hace, trabaje con perseverancia, aprenda de su experiencia, busque buenos consejos y otros por el estilo. Las abrumadoras probabilidades son las de que usted ni tiene el talento ni se le presentarán unas circunstancias excepcionalmente favorables para convertirse en el gran inventor y creador de la humanidad. Ese personaje es uno entre millones de individuos.
Para Smith, el consejo de Jobs a los graduados de Stanford es un síntoma del problema que afecta a la generación Apple. Veneran a las grandes individualidades sin entender que no todo el mundo es una gran individualidad. Las grandes individualidades pueden enfrentar solos el mundo, hasta cierto punto. Alcanzan el éxito sin tanta ayuda de terceros, aunque siempre con mucho esfuerzo y dedicación y en medio de un entorno muy favorable. Por ejemplo, Jobs no hubiera obtenido sus maravillosos logros si hubiera nacido 20 años antes. Pero para la gran mayoría de la humanidad, para el 99,99% de ella, lo del esfuerzo y dedicación aplica, pero aquello de buscar permanentemente como lobo estepario la tierra prometida, el grandioso trabajo que llena todas las expectativas, es una gran necedad.
Las expectativas de convertirse en un próximo Jobs (aquello de que “yo aspiro a ser como Bill Gates”) es poner la mira en lo inalcanzable, en lo que no es real. Sólo frustración puede traer semejante actitud. Esas expectativas desaforadas llevan a despreciar los trabajos disponibles, a hacerlos mal o de mala gana, a creerse el cuento de que es por culpa de algo o de alguien que el genio no sale de la botella. Lleva a no enfrentar las verdaderas causas por las cuales no se tiene un razonable nivel de éxito.
Incluso el propio Jobs fue víctima de su propia actitud. Aunque ignorar el consejo de expertos le dio resultados en su trabajo, y probó tener la razón en su visión sobre las grandes tendencias del mundo digital, se equivocó dramáticamente con su cáncer de páncreas. El consejo que dio en Stanford de “no dejarse atrapar por los dogmas que no son otra cosa que los resultados del pensamiento de otras personas”, o aquel otro de “no dejar que el ruido de las opiniones ajenas ahoguen la voz interior”, lo llevó a una equivocación fatal.
En la mayoría de las circunstancias de la vida, las opiniones de personas que más saben sobre temas específicos tienden a ser mejores guías que las “voces interiores”. Jobs, contra el consejo de todos los médicos que analizaron su cáncer, resolvió no operarse sino tratárselo con dietas especiales. Siguió con fe su intuición. Sólo se lo operó nueve meses después de descubierto. Pero ya fue tarde.
En el discurso de Stanford mintió sobre su cáncer. Dijo que una vez descubierto se hizo operar. No mencionó el fatal retraso de nueve meses. Si en ese momento hubiera reconocido su error, sus consejos a los estudiantes probablemente hubieran sido otros.
Uno de los más exitosos mortales se equivocó en una de las decisiones más importantes de su vida. Pensó que los criterios que utilizó exitosamente en sus negocios funcionarían en el tema de su cáncer. Así también en sus recomendaciones a los estudiantes: enfatiza lo que no es útil para terceros de su propia experiencia.
Aquello de seguir las voces interiores, de menospreciar la opinión de los demás, de pensar que la gloria está a la vuelta de la esquina sin deparar que es el resultado de circunstancias especialísimas, de embarcarse en una incansable búsqueda de mejores horizontes y originales propuestas, de estar permanentemente inconforme con el trabajo que se tiene, no es propiamente la fórmula del éxito para la mayor parte de la humanidad, incluidos los graduados de Stanford.
De acuerdo con el columnista de Forbes Kyle Smith, cuando se trata de buscar empleo este es un pésimo consejo para la gran mayoría de las personas. Smith tiene toda la razón. Buscar lo perfecto y para ello deambular de puesto en puesto sólo funciona para quienes ya han llegado a la meta. Es decir, para quienes desde una alta posición miran hacía abajo.
Si usted está empezando los consejos tendrían que ser otros. Por ejemplo, sea confiable en lo que hace, trabaje con perseverancia, aprenda de su experiencia, busque buenos consejos y otros por el estilo. Las abrumadoras probabilidades son las de que usted ni tiene el talento ni se le presentarán unas circunstancias excepcionalmente favorables para convertirse en el gran inventor y creador de la humanidad. Ese personaje es uno entre millones de individuos.
Para Smith, el consejo de Jobs a los graduados de Stanford es un síntoma del problema que afecta a la generación Apple. Veneran a las grandes individualidades sin entender que no todo el mundo es una gran individualidad. Las grandes individualidades pueden enfrentar solos el mundo, hasta cierto punto. Alcanzan el éxito sin tanta ayuda de terceros, aunque siempre con mucho esfuerzo y dedicación y en medio de un entorno muy favorable. Por ejemplo, Jobs no hubiera obtenido sus maravillosos logros si hubiera nacido 20 años antes. Pero para la gran mayoría de la humanidad, para el 99,99% de ella, lo del esfuerzo y dedicación aplica, pero aquello de buscar permanentemente como lobo estepario la tierra prometida, el grandioso trabajo que llena todas las expectativas, es una gran necedad.
Las expectativas de convertirse en un próximo Jobs (aquello de que “yo aspiro a ser como Bill Gates”) es poner la mira en lo inalcanzable, en lo que no es real. Sólo frustración puede traer semejante actitud. Esas expectativas desaforadas llevan a despreciar los trabajos disponibles, a hacerlos mal o de mala gana, a creerse el cuento de que es por culpa de algo o de alguien que el genio no sale de la botella. Lleva a no enfrentar las verdaderas causas por las cuales no se tiene un razonable nivel de éxito.
Incluso el propio Jobs fue víctima de su propia actitud. Aunque ignorar el consejo de expertos le dio resultados en su trabajo, y probó tener la razón en su visión sobre las grandes tendencias del mundo digital, se equivocó dramáticamente con su cáncer de páncreas. El consejo que dio en Stanford de “no dejarse atrapar por los dogmas que no son otra cosa que los resultados del pensamiento de otras personas”, o aquel otro de “no dejar que el ruido de las opiniones ajenas ahoguen la voz interior”, lo llevó a una equivocación fatal.
En la mayoría de las circunstancias de la vida, las opiniones de personas que más saben sobre temas específicos tienden a ser mejores guías que las “voces interiores”. Jobs, contra el consejo de todos los médicos que analizaron su cáncer, resolvió no operarse sino tratárselo con dietas especiales. Siguió con fe su intuición. Sólo se lo operó nueve meses después de descubierto. Pero ya fue tarde.
En el discurso de Stanford mintió sobre su cáncer. Dijo que una vez descubierto se hizo operar. No mencionó el fatal retraso de nueve meses. Si en ese momento hubiera reconocido su error, sus consejos a los estudiantes probablemente hubieran sido otros.
Uno de los más exitosos mortales se equivocó en una de las decisiones más importantes de su vida. Pensó que los criterios que utilizó exitosamente en sus negocios funcionarían en el tema de su cáncer. Así también en sus recomendaciones a los estudiantes: enfatiza lo que no es útil para terceros de su propia experiencia.
Aquello de seguir las voces interiores, de menospreciar la opinión de los demás, de pensar que la gloria está a la vuelta de la esquina sin deparar que es el resultado de circunstancias especialísimas, de embarcarse en una incansable búsqueda de mejores horizontes y originales propuestas, de estar permanentemente inconforme con el trabajo que se tiene, no es propiamente la fórmula del éxito para la mayor parte de la humanidad, incluidos los graduados de Stanford.