Jorge Ospina Sardi
No obstante que el “tercer camino” fue el causante de la crisis económica de 2008-2009, es presentado como un ideal punto medio entre capitalismo y socialismo.
Ni los excesos del capitalismo ni los excesos del socialismo. Eso es lo que le han hecho creer a la gente que significa el “tercer camino”. Así lo promulgaba la Doctrina Social de la Iglesia. Así también la social democracia europea y la de otras latitudes. Igualmente se convirtió en mote de los liberales de centro izquierda y de los conservadores corporatistas.
Aunque de muy diferentes pelambres y orígenes, todos los políticos y sus burócratas encontraron en el “tercer camino” la fórmula mágica para impimirle legitimidad a sus programas y proyectos. Mezclemos lo mejor del capitalismo y lo mejor del socialismo en una olla, revolvamos la mezcla, y el resultado final será una pócima cuyo consumo le traerá la felicidad a la doliente humanidad.
Los europeos occidentales, que reconstruyeron con inusitada rapidez sus economías después de la Segunda Guerra Mundial gracias a políticas de corte netamente capitalista (inspiradas en la experiencia alemana bajo la batuta de Ludwig Erhard), resolvieron darle la espalda a esa experiencia e introdujeron dosis crecientes de socialismo, y de un hirsuto intervencionismo burocrático estatal, hasta el punto que sus economías perdieron su dinamismo y entraron en la trayectoria de un relativo estancamiento.
En el caso de Estados Unidos, cuando llegó a la presidencia Barack Obama el gobierno federal ya era un actor significativo en la economía, lo cual no fue óbice para que el nuevo mandatario resolviera acrecentar aún más esa presencia. No solamente la economía no se recuperó mayormente después del bajonazo de finales de 2008 y primer semestre de 2009, sino que su gobierno se sobre endeudó, al tiempo que el desánimo se extendió entre su otrora pujante clase empresarial.
Luego está el caso de la comunista China. Su economía no iba para ningún lado bajo los preceptos de Mao. Entonces le introdujo capitalismo al sistema. China progresó inicialmente gracias a torrentes de inversión extranjera que se localizaron en unas zonas francas creadas para tal efecto. Los buenos resultados de esta experiencia llevaron al gobierno chino a convertir a todo el país en una gran zona franca. El tamaño de su mercado, una mano de obra barata y no sindicalizada y una tributación relativamente baja, fueron y constituyen aún hoy las principales atracciones para que productores de Estados Unidos y Europa trasladaran allá sus fábricas.
Ni cortos ni perezosos, estos productores norteamericanos y europeos simplemente huyeron de los altos impuestos, de las innumerables trabas burocráticas, y de sindicatos intransigentes, hacia un entorno que le ofrecía al extranjero las ventajas de un sistema económico capitalista, dentro de un régimen político comunista. Sobra decir que con este modelo China progresó hasta el punto de que su PIB per cápita pasó de ser uno de los más bajos del planeta a uno intermedio, similar al de El Salvador en Centroamérica y Ecuador en Suramérica.
Ahora bien, en el “tercer camino” los gobiernos están llamados a intervenir para evitar las recesiones que ellos mismos ocasionan con sus política monetarias y fiscales irresponsables. En el caso de China, a raíz de la crisis de la economía global que empezó en 2008, el gobierno adoptó un gran plan de estímulo que no fue otra cosa que un frenesí de inversión por parte de empresas estatales y gobiernos locales dirigido a contrarrestar el impacto de una desaceleración económica global. Y efectivamente tuvo éxito a corto plazo, pero creando una burbuja de inmensas proporciones en el sector de la construcción y un aumento considerable de la deuda pública que afectará gravemente el potencial de crecimiento futuro, en especial si la inversión extranjera se retrae.
Lo que ha pasado con las economías de Estados Unidos, con las europeas y con la de China ahora último, es sencillamente la crisis del modelo del “tercer camino”. Un modelo que lleva a excesos de intervención estatal en política monetaria, en gasto público y en regulaciones burocráticas, lo que a su vez produce ciclos de sobre expansión y de contracción económica. Intervención estatal esta que al final de cuentas trastorna el funcionamiento y la operación del sistema capitalista de producción. Lo castra y lo convierte en zombi.
El “tercer camino”, en lugar de ser fórmula para que los gobiernos sean copartícipes en los procesos creación de riqueza, lo es para quebrarlos y volverlos lastre de la economía. Con su implementación la población termina creyéndose el cuento de que es posible repartir indefinidamente más de lo que produce. Con este sistema, los políticos y sus burócratas se dedican a practicar su juego favorito, el de la piñata, o sea el de distribuir prebendas y beneficios a diestra y siniestra sin deparar en el esfuerzo productivo que se requiere para producirlos. Para ello, acuden a deuda y más deuda hasta el día del juicio final.
El “tercer camino” es la disculpa ideal de la clase política para apropiarse de poder y recursos frente a la población productiva. Con el “tercer camino” todo es permitido en materia de impuestos, gasto y endeudamiento. De lo que se trata es de quedar bien con la mayoría de los electores sin importar las consecuencias a largo plazo. Sin importar que se rompa el vínculo entre esfuerzo y remuneración y que constituye una de las bases de un sistema capitalista bien entendido.
Y así ha sucedido en Estados Unidos, Europa y hasta en China. Políticos y burócratas subordinaron al sistema capitalista a las exigencias del “tercer camino”. Produjeron inicialmente toda clase de expansiones artificiosas en sectores y regiones, basadas todas ellas en intervenciones estatales con fines de promoción política. Acostumbraron a la población a recibir mucho más allá de lo que produce. Con la banca central y su manipulación de las tasas de interés, con crecientes impuestos, con un gasto público desbordado, con incontables regulaciones, y con endeudamientos sin respaldo, alteraron por completo el funcionamiento de las economías. Crearon burbujas como no se veían en décadas, las que ahora estallan en sus caras.
Y en lugar de darse golpes en el pecho, en lugar de enfrentar su responsabilidad con lo sucedido, estos políticos y sus burócratas culpan a un capitalismo que nunca fue. A un capitalismo que nunca existió debido a que ellos mismos lo reprimieron y alteraron en forma radical para dar paso al “tercer camino”.
Aunque de muy diferentes pelambres y orígenes, todos los políticos y sus burócratas encontraron en el “tercer camino” la fórmula mágica para impimirle legitimidad a sus programas y proyectos. Mezclemos lo mejor del capitalismo y lo mejor del socialismo en una olla, revolvamos la mezcla, y el resultado final será una pócima cuyo consumo le traerá la felicidad a la doliente humanidad.
Los europeos occidentales, que reconstruyeron con inusitada rapidez sus economías después de la Segunda Guerra Mundial gracias a políticas de corte netamente capitalista (inspiradas en la experiencia alemana bajo la batuta de Ludwig Erhard), resolvieron darle la espalda a esa experiencia e introdujeron dosis crecientes de socialismo, y de un hirsuto intervencionismo burocrático estatal, hasta el punto que sus economías perdieron su dinamismo y entraron en la trayectoria de un relativo estancamiento.
En el caso de Estados Unidos, cuando llegó a la presidencia Barack Obama el gobierno federal ya era un actor significativo en la economía, lo cual no fue óbice para que el nuevo mandatario resolviera acrecentar aún más esa presencia. No solamente la economía no se recuperó mayormente después del bajonazo de finales de 2008 y primer semestre de 2009, sino que su gobierno se sobre endeudó, al tiempo que el desánimo se extendió entre su otrora pujante clase empresarial.
Luego está el caso de la comunista China. Su economía no iba para ningún lado bajo los preceptos de Mao. Entonces le introdujo capitalismo al sistema. China progresó inicialmente gracias a torrentes de inversión extranjera que se localizaron en unas zonas francas creadas para tal efecto. Los buenos resultados de esta experiencia llevaron al gobierno chino a convertir a todo el país en una gran zona franca. El tamaño de su mercado, una mano de obra barata y no sindicalizada y una tributación relativamente baja, fueron y constituyen aún hoy las principales atracciones para que productores de Estados Unidos y Europa trasladaran allá sus fábricas.
Ni cortos ni perezosos, estos productores norteamericanos y europeos simplemente huyeron de los altos impuestos, de las innumerables trabas burocráticas, y de sindicatos intransigentes, hacia un entorno que le ofrecía al extranjero las ventajas de un sistema económico capitalista, dentro de un régimen político comunista. Sobra decir que con este modelo China progresó hasta el punto de que su PIB per cápita pasó de ser uno de los más bajos del planeta a uno intermedio, similar al de El Salvador en Centroamérica y Ecuador en Suramérica.
Ahora bien, en el “tercer camino” los gobiernos están llamados a intervenir para evitar las recesiones que ellos mismos ocasionan con sus política monetarias y fiscales irresponsables. En el caso de China, a raíz de la crisis de la economía global que empezó en 2008, el gobierno adoptó un gran plan de estímulo que no fue otra cosa que un frenesí de inversión por parte de empresas estatales y gobiernos locales dirigido a contrarrestar el impacto de una desaceleración económica global. Y efectivamente tuvo éxito a corto plazo, pero creando una burbuja de inmensas proporciones en el sector de la construcción y un aumento considerable de la deuda pública que afectará gravemente el potencial de crecimiento futuro, en especial si la inversión extranjera se retrae.
Lo que ha pasado con las economías de Estados Unidos, con las europeas y con la de China ahora último, es sencillamente la crisis del modelo del “tercer camino”. Un modelo que lleva a excesos de intervención estatal en política monetaria, en gasto público y en regulaciones burocráticas, lo que a su vez produce ciclos de sobre expansión y de contracción económica. Intervención estatal esta que al final de cuentas trastorna el funcionamiento y la operación del sistema capitalista de producción. Lo castra y lo convierte en zombi.
El “tercer camino”, en lugar de ser fórmula para que los gobiernos sean copartícipes en los procesos creación de riqueza, lo es para quebrarlos y volverlos lastre de la economía. Con su implementación la población termina creyéndose el cuento de que es posible repartir indefinidamente más de lo que produce. Con este sistema, los políticos y sus burócratas se dedican a practicar su juego favorito, el de la piñata, o sea el de distribuir prebendas y beneficios a diestra y siniestra sin deparar en el esfuerzo productivo que se requiere para producirlos. Para ello, acuden a deuda y más deuda hasta el día del juicio final.
El “tercer camino” es la disculpa ideal de la clase política para apropiarse de poder y recursos frente a la población productiva. Con el “tercer camino” todo es permitido en materia de impuestos, gasto y endeudamiento. De lo que se trata es de quedar bien con la mayoría de los electores sin importar las consecuencias a largo plazo. Sin importar que se rompa el vínculo entre esfuerzo y remuneración y que constituye una de las bases de un sistema capitalista bien entendido.
Y así ha sucedido en Estados Unidos, Europa y hasta en China. Políticos y burócratas subordinaron al sistema capitalista a las exigencias del “tercer camino”. Produjeron inicialmente toda clase de expansiones artificiosas en sectores y regiones, basadas todas ellas en intervenciones estatales con fines de promoción política. Acostumbraron a la población a recibir mucho más allá de lo que produce. Con la banca central y su manipulación de las tasas de interés, con crecientes impuestos, con un gasto público desbordado, con incontables regulaciones, y con endeudamientos sin respaldo, alteraron por completo el funcionamiento de las economías. Crearon burbujas como no se veían en décadas, las que ahora estallan en sus caras.
Y en lugar de darse golpes en el pecho, en lugar de enfrentar su responsabilidad con lo sucedido, estos políticos y sus burócratas culpan a un capitalismo que nunca fue. A un capitalismo que nunca existió debido a que ellos mismos lo reprimieron y alteraron en forma radical para dar paso al “tercer camino”.