Jorge Ospina Sardi
Al final de sus días el sicólogo Carl Jung proporcionó una controvertida explicación acerca de la naturaleza de coincidencias o sincronismos mentales. El carácter místico de las argumentaciones no impide reconocer la importancia del tema.
Siempre ha llamado la atención que varias cosas con un mismo sentido o significado suceden simultáneamente o muy cerca unas de otras sin mas relación entre ellas que poseer un sentido común. Según Jung, para explicar este misterio hay que aceptar la existencia en la mente humana de un principio de sincronicidad al lado de la ley de causalidad.
Felix Martí Ibáñez explica este principio de Jung, “por el cual cosas diferentes acaecen en el mismo momento, estando ligadas no por la relación de causa a efecto, sino por leyes que desconocemos derivadas de que la vida no es una sucesión de puntos en el espacio sino de momentos en el tiempo. Ese tiempo sería continuo y por tanto, las cosas se desarrollarían en él en momentos diferentes para nuestra limitada visión temporal, pero en el mismo instante para quien pudiera ver el tiempo en toda su continuidad.”
Para Martí Ibáñez esta teoría proyecta una nueva luz interpretativa sobre fenómenos como las premoniciones, telepatía, coincidencias y casualidades. “La visión del universo que Jung imagina para la mente humana es la de un cosmos liberado de la tiranía de la causalidad y el espacio. Para la mente humana no existen esas dos barreras y si así lo aceptamos, la vida individual y sus fenómenos inexplicados, y la propia historia, adquieren un nuevo y profundo sentido.” (“Nueva Teoría Psicológica de Jung”, febrero de 1953).
Ejemplo de sincronismo en ideas económicas
Quien haya estado involucrado en el análisis de la historia de las ideas económicas y políticas está familiarizado con el tema de las “modas”. En forma prácticamente simultánea se popularizan teorías acerca de la realidad y su manejo en lugares con características antropológicas y culturales muy diferentes. Son como ondas de creencias y de formas de mirar el mundo, por decirlo de alguna manera, que se propagan con una inusitada fuerza entre poblaciones enteras y sus liderazgos.
Son muchos los ejemplos. Las ideas liberales y anti monárquicas a finales del Siglo XVIII, las ideas socialistas a mediados del Siglo XIX, las ideas estatistas a mediados del Siglo XX, las teorías a favor de la globalización económica a finales del siglo XX, y así la lista podría hacerse interminable.
Pueden darse varias explicaciones a posteriori de cómo surgieron esas modas intelectuales y cómo se propagaron en forma tan rápida y con un alto grado de simultaneidad. “Las ideas estaban en el aire y solo hacían falta los mensajeros”, “las circunstancias económicas y políticas hicieron inevitable su surgimiento”, y otras por el estilo.
Aun así, hay unas coincidencias difíciles de explicar incluso a posteriori. En el caso del pensamiento económico una de las mas renombradas coincidencias fue la que se dio con la llamada revolución marginalista. Entre 1871 y 1874, Carl Menger en Austria, Stanley Jevons en Inglaterra y León Walras en Suiza, de manera completamente independiente resolvieron de una vez por todas el tema de cómo se origina el valor económico de los bienes y servicios, al referirlos a su utilidad marginal decreciente para quienes los consumen o usan.
La formulación de este concepto fue un golpe definitivo a la teoría que sostuvieron Adam Smith, David Ricardo y otros economistas clásicos según la cual ese valor económico dependía de los costos de producción (y en la que se basaron Karl Marx y otros socialistas para elaborar sus equívocas teorías de la explotación).
Pues resultó ser que estos autores, con formaciones intelectuales diferentes, sin comunicarse y casi simultáneamente, formularon una misma nueva interpretación de la realidad que rectificó errores conceptuales anteriores y que le dio un gran impulso al análisis económico.
Ejemplo de sincronismo en ideas políticas
Se puede hacer referencia a un ejemplo actual (de finales de la segunda década del Siglo XXI). Se trata de las ideas detrás de los movimientos políticos nacionalistas conservadores que han surgido a raíz del Brexit, de la elección como presidente de Estados Unidos de Donald Trump y del surgimiento electoral de estos movimientos tanto en países de Europa Occidental como de Europa del Este.
Se podría argumentar que se trata de una reacción contra políticas migratorias demasiado agresivas que han puesto en peligro las identidades culturales de comunidades enteras. O que se trata de un mecanismo de defensa frente a la intrusión de tecnologías y políticas económicas que favorecen intereses globales en detrimento de intereses locales.
También podría afirmarse que se trata de un inconformismo contra gobiernos caracterizados por unas excesivas regulaciones y tributaciones. O que se trata de una crisis existencial originada en el desencanto con la demagogia desbordada de los políticos y las irreales expectativas que ella ha generado.
Todas estas explicaciones pueden ser válidas, pero lo interesante del fenómeno es el sincronismo de su aparición en países con realidades y problemas muy diferentes. Por ejemplo, llama la atención en todos estos países el retroceso generalizado de las corrientes políticas auto denominadas de centro izquierda y de centro derecha.
Aparentemente pasó la moda política del “centro” que hasta hace poco obnubilaba a políticos tanto de la izquierda como de la derecha, para dar paso a otra moda, la de un nacionalismo que algunos tildan de populista y que ha recibido el apoyo de electores que pertenecían a todos los partidos tradicionales.
Sea como fuere, lo cierto es que la nueva moda política, la que se ha esparcido como pólvora a finales de la segunda década del Siglo XXI, la que los voceros de los partidos tradicionales llaman extrema derecha o derecha alternativa, no es un socialismo nacionalista totalitario como lo fueran el nazismo y el fascismo del siglo anterior.
Antes bien se aproxima a lo que podría catalogarse como un conservatismo nacionalista libertario que busca proteger las identidades culturales y religiosas y priorizar los intereses exclusivos de los países y su gente frente a causas planetarias, así como revertir políticas estatistas e intervencionistas que amenazan con coartar e inhibir las mas apreciadas libertades económicas y políticas.
Sincronismo en las mentes humanas
Como se insinuó al comienzo de este ensayo, Carl Jung fue muy criticado por acudir a explicaciones místicas en relación con un tema que debería analizarse bajo una óptica científica. Pero la verdad es que el conocimiento científico del que disponemos es muy parcial y este tema del principio de sincronicidad podría ser uno de esos que todavía no están al alcance de ese conocimiento.
Sin embargo, hay una evidencia indirecta que no fue analizada por Jung y es la que tiene que ver con la manifiesta tendencia de los seres humanos a favorecer un creciente sincronismo en los diferentes aspectos de sus vidas cotidianas.
De hecho, lo que llamamos progreso económico no es mas que el avance de ese sincronismo. Buscamos instintivamente encontrar los medios (accesorios e instrumentos de todo tipo) para realizar cada vez mas actividades por unidad de tiempo y para aumentar nuestra presencia también por unidad de tiempo en el espectro comunicativo.
Tendemos a nivel individual hacia una creciente simultaneidad en la realización de nuestras actividades, para lo cual requerimos de una cada vez mas exigente sincronización operativa u organizacional en todos los aspectos de la vida comunitaria.
Aquellas comunidades con el mayor grado de sincronismo al interior de cada individuo y entre individuos son las que tienden a ser las mas avanzadas tanto en términos económicos como de civilización en general. Es un fenómeno exclusivamente mental ese afán o propensión por un creciente sincronismo que busca romper con las limitaciones del tiempo y del espacio. Pero resulta que es solo de dioses trascenderlas.
Se trata pues de una pretensión sobre humana. La presencia de ese afán o propensión en los seres humanos –en unos mas y en otros menos, no importa– y el hecho de que no exista en el resto del reino animal, constituye una prueba ineludible de que hay un elemento de divinidad (un elemento que no es de este mundo) impreso en las mentes humanas. Difícil entonces no caer en este caso en razonamientos místicos, como le sucedió a Jung al final de su vida.