Jorge Ospina Sardi
Las políticas gubernamentales afectan la intensidad rítmica de las economías, la mayoría de las veces de manera negativa. Existen opciones para evitar que los perjuicios sean significativos.
Los impuestos y las regulaciones, al inducir conductas “defensivas” y postergaciones en las decisiones empresariales, disminuyen la intensidad rítmica, primero en algunos componentes de los procesos económicos y luego en las economías como un todo.
Tómese el caso de los impuestos y del gasto público: la expoliación de recursos de unos grupos de la población y su transferencia a otros grupos, no sólo altera las decisiones de gasto de los primeros a favor de los segundos, sino que opaca los resultados finales impidiendo que lleguen a quienes si están dispuestos a pagar y cubrir los costos. Lo mismo ocurre con permisos, prohibiciones y papeleos que enmarañan las actividades de quienes están “al pie del cañón” en los procesos económicos.
Entre otras, muchas políticas públicas presuponen el conocimiento por parte de gobiernos de la forma como su intervención afecta la conducta de individuos y empresas. Pero se sabe que es imposible conocer de antemano cómo esos individuos y empresas reaccionarán. Cada ocurrencia o evento –cada intervención gubernamental– modifica la esencia misma de la totalidad económica y cada cambio en la esencia induce respuestas diferentes e impredecibles que dependen de las percepciones subjetivas acerca de situaciones específicas en la totalidad económica. Por eso, lo mas que se puede llegar a prever es si los impactos de las políticas son negativos o positivos desde el punto de vista de la intensidad rítmica de las economías.
Igualmente es de interés destacar la importancia de que se conozcan y se distingan por su claridad las reglas de juego –las reglas de la justicia. Sin ese conocimiento y claridad se entorpece la buena marcha de los procesos económicos. O dicho de otra forma, sin la oportuna y correcta aplicación de reglas de justicia se dificulta aumentar la velocidad dentro de los procesos. El permanente cambio de las reglas también lleva a tropiezos y salidas en falso ocasionadas por desconocimientos y continuos replanteamientos en los procederes de individuos y empresas.
En términos generales, al definir progreso como aumentos en la intensidad rítmica de los procesos económicos se entienden mejor las razones de la superioridad de un sistema de libre mercado sobre otras alternativas de organización. Un sistema de libre mercado, guiado por unas conocidas y estables reglas de juego, constituye un insuperable marco de referencia para la toma descentralizada de decisiones por parte de individuos y empresas y como tal, es el más eficaz procedimiento de coordinación de las actividades entre ellos.
La aceleración de la intensidad rítmica de la economía constituye un gran desafío para muchas instituciones públicas que por su pesadez burocrática corren el riesgo de convertirse en anacrónicas y cuando poderosas, en omnipresentes lastres. Quienes las dirigen no poseen incentivos para operar y tomar decisiones oportunas y consecuentes con la velocidad y eficiencia que demanda la fluidez de un entorno caracterizado por una acelerada intensidad rítmica.
De hecho, en muchas de ellas el poder reside precisamente en su capacidad para alterar negativamente la fluidez de los procesos económicos. Ese poder termina siendo superior entre mayor sea el costo para el resto de la sociedad de su actuación negativa.
Muchos casos de “corrupción” se explican por presiones que empresarios enfrentan para sobreponerse a los efectos de políticas absurdas y trabas engorrosas impuestas por los gobiernos a sus actividades. Estas presiones se acrecientan con la aceleración de los procesos económicos y cuando los gobiernos no modifican sus procedimientos para adecuarse a una mayor complejidad en la totalidad económica.
Por otra parte, a veces se llega a una situación en la cual los grupos de la población que no poseen los medios o la capacidad para absorber la mayor intensidad rítmica de las economía utilizan a los gobiernos para frenar los avances en esa dirección y para impedir el surgimiento de grupos que les compiten con liderazgos positivos.
Las sociedades más atrasadas se distinguen precisamente por el predominio de liderazgos negativos –aquellos que expolian, obstaculizan y ahuyentan a la actividad generadora de riqueza– sobre los liderazgos positivos –aquellos que facilitan y propician un aumento en la fluidez de las intensidades rítmicas de las economías.
Lo cierto es que los poderes públicos son dados a conceder privilegios a grupos que no lo ameritan desde el punto de vista de su contribución a los procesos económicos. Sobran las racionalizaciones de tipo demagógico para obrar así. Se trata de comportamientos perversos, que se auto refuerzan con alianzas políticas con los favorecidos, pero que son altamente nocivos porque frenan el progreso económico y el bienestar de las comunidades que dependen de ese progreso para elevar sus condiciones de vida.
¿Qué hacer entonces con los gobiernos y quienes lo administran y que siempre encuentran las formas para acrecentar sus poderes hasta límites que van mucho mas allá de lo que mas conviene desde el punto de vista del progreso económico y de la protección de los derechos individuales básicos de quienes no pertenecen a grupos políticamente influyentes? El monopolio de la fuerza bruta del que disponen dificulta sobremanera una respuesta precisa y concreta a este interrogante.
En la práctica, solo en entornos en los que opera la libertad de mercados y se respetan las libertades individuales básicas, se pueden evitar la concentración de poderes en manos de quienes controlan las instituciones gubernamentales. Entonces, lo mas relevante desde el punto de vista de una organización política vanguardista y renovadora es el grado de descentralización en la toma de decisiones de carácter económico, a lo que habría que añadir lo que tiene que ver con la buena administración de un sistema de justicia que proteja las libertades que le son consubstanciales.
A medida que aumenta la intensidad rítmica de las economías –a medida que se expande el rango de alternativas de usos del tiempo para individuos convertidos en sofisticados empresarios– pierden operatividad y eficacia los sistemas más centralizados de toma de decisiones que son tan predominantes en los gobiernos.
En últimas, con la mayor intensidad rítmica de las economías adquiere una creciente importancia la eficiencia en el comercio de bienes y servicios. De ahí que buena parte de las innovaciones más valiosas en la economía post industrial hayan sido en áreas como el transporte, las comunicaciones, la intermediación financiera y los sistemas de mercadeo. Los avances en las tecnologías de información son un ejemplo de esa innovación.
Y es así como, por ello, grupos de la población que eran valorados como pilares de los procesos económicos –agricultores o trabajadores de fábricas, por ejemplo– ven su posicionamiento privilegiado como creadores de valor comprometido frente a otros grupos que son los coordinadores de los esfuerzos productivos en sus diferentes dimensiones.
Estamos hablando de quienes administran la creciente complejidad de la totalidad económica. De quienes añaden valores relacionados con una mayor intensidad rítmica en los procesos económicos y que con frecuencia son objeto de envidias e incluso persecuciones por parte de burocracias gubernamentales, comportamiento del cual se contagian poblaciones menos favorecidas.
Idealmente, las políticas públicas deben desalentar estas conductas y antes bien proteger y estimular los éxitos en la creación de cadenas de valor para que sirvan de punto de partida y referencia para un número ojalá por siempre ascendente de individuos y empresas.