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Jorge Ospina Sardi

 

El tiempo va unido de modo inseparable a la esencia misma de la economía. Es la intensidad rítmica de los procesos económicos la que determina los resultados finales tanto para individuos como para sociedades.

 

Las teorías económicas tradicionales, como las socialistas y las neoclásicas, no capturan la verdadera esencia del rol que desempeña el tiempo en la actividad económica. Su énfasis ha sido en la medición y descripción de eventos o hechos que supuestamente “ocurren” a lo largo del tiempo. 

 

Por ejemplo, una mayor o menor producción de bienes o servicios durante un período determinado y su relación con un stock de capital y con una tecnología existente en cada punto de ese período. Pero nada de eso es de utilidad para entender el verdadero funcionamiento de una economía y el rol de los individuos en ella. 

 

Esas teoría llegan a conclusiones erradas sobre como alcanzar mejores resultados. Por ejemplo que para aumentar la tasa de crecimiento económico es suficiente con “invertir”. O que el progreso es cuestión de un “manipuleo” tipo juego de ajedrez realizado por unos personajes que supuestamente son expertos en “mover las fichas”. 

 

Son visiones basadas en conceptos planos y lineales sobre los procesos económicos y que atraen no solamente por su simpleza, sino también porque usualmente se refuerzan con argumentos que apelan a sentimientos y emociones primarias.

 

 

Rol del tiempo en los procesos económicos

 

Una forma alternativa es la de partir de la base que en un proceso económico histórico cada momento infunde una nueva intensidad rítmica. Los segmentos de tiempo que yacen entre cada acto económico y su repetición no son constantes, tal como lo sería en el caso una economía estacionaria. En un proceso económico histórico no existe un stock de capital o una tecnología inamovible e invariable que tengan un impacto predecible a lo largo del tiempo. 

 

No se trata de cantidades fijas o de un dato que tenga un valor determinado a medida que transcurre el tiempo y, por lo tanto, que se pueda calcular o medir en términos monetarios. Todo acto económico altera la intensidad rítmica con la cual una sociedad provee sus necesidades, y al hacerlo transforma la dimensión temporal que hace parte de su misma naturaleza. 

 

Como lo anota Eric Voegelin: “El tiempo no es un espacio vacío en el cual tiene lugar el proceso económico; en su lugar, el tiempo es una dimensión que el proceso crea en sí mismo en cada uno de los puntos de su variación” (“Time in the Economy”, en Published Essays 1022-1928, Collected Works, Volume 7, 2003). 

 

No es que la economía transcurra en el tiempo, sino que el tiempo es ese elemento en la economía que nace en cada punto y lugar del proceso económico. Visto así, diríamos que las duraciones se traslapan con duraciones y los eventos se traslapan con eventos en medio de una gran complejidad. Y podríamos agregar que la mayor intensidad rítmica de esa gran complejidad, o la creciente complejidad dentro de la complejidad, es lo que constituye el progreso económico propiamente dicho.  

 

Por otro lado, sabemos que el fin último del proceso económico es la satisfacción de necesidades de todo tipo, sean ellas materiales o espirituales. Esa satisfacción siempre será actual y en el presente, así no se traduzca en un consumo inmediato y se trate de una “inversión” supuestamente dirigida a obtener algún beneficio futuro. Pero finalmente es la apreciación o valoración en el presente de ese beneficio futuro lo que cuenta.

 

Se trata de una apreciación o valoración completamente subjetiva y nada sacamos con intentar medirla, ni a nivel personal ni a nivel de una sociedad (como si fuera la suma de las valoraciones personales). Lo único que interesa es que esa apreciación o valoración subjetiva de cada individuo es la que induce a su actividad económica con una determinada intensidad rítmica en cuanto a la satisfacción de sus necesidades, lo que a su vez altera e impacta la intensidad rítmica de la totalidad del proceso económico. 

 

En último término, todo esto significa que no se puede distinguir entre el valor futuro y el valor presente de los resultados de un acto económico, porque sencillamente ese acto no tiene lugar en un segmento de tiempo invariable y homogéneo. Podríamos citar a Henry Bergson: “Aquello que es real, es un intermedio entre una extensión que puede dividirse –intervalo de tiempo– y una pura inextensión –el instante–” (Matter and Memory, George Allen & Co, London, 1913).

 

Al ser el tiempo la esencia misma de la economía, impregna, en cada instante al proceso económico. Entonces, las cualidades económicas de los bienes y servicios –su capacidad de proporcionar satisfacciones– depende de su posición específica en la situación económica total, la cual no es la misma en cada uno de esos instantes.

 

 

Implicaciones sobre individuos y totalidades

 

¿Y qué le sucede a los individuos involucrados en la satisfacción de necesidades y en el tiempo que es la esencia misma del proceso económico? Con el progreso, con los avances científicos y tecnológicos, con la creciente división del trabajo, con la mayor interactividad y comercio, la intensidad rítmica del proceso económico se acelera, teniendo como resultado lo que hemos denominado la sociedad frenética.

 

Cada individuo es un empresario que le corresponde administrar alternativas de usos de un tiempo limitado frente a unas opciones de vida, así se trate de sus negocios, o sus servicios a terceros, o sus labores domésticas y recreacionales. Es un verdadero empresario por cuanto debe tomar decisiones sobre cómo gestionar su tiempo con los recursos (o capital) que dispone para obtener lo que considera sería la mejor atención a sus necesidades o las mayores satisfacciones posibles materiales o inmateriales. 

 

Todos quienes participan en los procesos económicos son entonces consumidores y a la vez empresarios en su esfera de acción. Al aumentar con el progreso económico el número de alternativas en cuanto a usos del tiempo, los individuos se enfrentan a decisiones empresariales cada vez más complicadas. Tienen que decidir a favor de unas actividades y sacrificar otras que consideran como “inferiores”. Las actividades “inferiores” serían aquellas a las cuales los individuos le dedican menos tiempo a medida que aumenta su ingreso real. 

 

Este proceso de toma de decisiones es uno de carácter netamente empresarial y ocasiona toda clase de tensiones entre muchos individuos que no lo perciben como tal y que no están preparados para asumirlo de una manera que sea conducente a buenos resultados. 

 

Por ejemplo, está el tema de quienes se consideran “trabajadores” en lugar de empresarios. Lo cierto es que no por llamarse "trabajadores" dejan de ser empresarios. Lo son en el manejo de sus propios riesgos y usos del tiempo y como tales habría que tratarlos. Esos "trabajadores" son empresarios que no asumen los riesgos de los resultados finales de los emprendimientos donde venden sus servicios porque básicamente reciben salarios o pagos que cubren sus contribuciones puntuales. 

 

Pero creen que solo por llamarse “trabajadores” poseen derechos especiales que no aplican al resto de empresarios. Consideran que una porción significativa de las utilidades les pertenece no obstante que no ponen ni arriesgan su capital, cualquiera que sea el que posean. Y hacen caso omiso cuando en lugar de utilidades se producen pérdidas. 

 

Por otro lado, cambiando de tercio, al incrementarse con el progreso económico el rango de alternativas, se modifica el valor del tiempo en sí mismo dentro de las totalidades. Una relevante diferencia entre una economía avanzada y una menos avanzada tiene que ver con el valor del tiempo. En la una el tiempo vale oro, por decirlo de alguna manera, mientras que en la otra el tiempo vale menos. Y el tiempo vale más en la sociedad avanzada precisamente porque hay una mayor culminación o realización de eventos y ocurrencias por cada unidad de tiempo en la totalidad del espectro económico. 

 

Dicho en otras palabras, en una economía mas avanzada se expande la capacidad de absorción por parte del tiempo de un volumen cada vez mayor de bienes y servicios. Así las cosas, para que el tiempo pueda asimilar “la creciente complejidad de una gran complejidad” se requiere de una exigente fluidez en el proceso económico, de manera que todo lo que la impida u obstaculice tiene un costo, mientras que todo lo que la facilite y favorezca genera una mayor productividad.