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Jorge Ospina Sardi

 

La aceleración en la intensidad rítmica de los procesos económicos y de las economías tiene notables impactos sociológicos y culturales. El tema despierta interrogantes sobre qué somos y para dónde vamos. 

 

Lo primero es reconocer que el progreso económico amplía el rango de opciones de vida disponibles para los individuos. La mayor parte de la gente prefiere poder escoger entre varias opciones en lugar de no hacerlo. 

 

La disponibilidad de opciones de vida depende básicamente de la capacidad de gasto y consumo de bienes y servicios. Quienes poseen una escasa capacidad disfrutan de un horizonte limitado en cuanto a esas opciones. 

 

Es curioso cómo diversas escuelas de pensamiento filosófico y sociológico se van lanza en ristre contra sociedades y culturas donde, debido al progreso económico, se ha ampliado la gama de opciones de vida. Califican de excesivo e innecesario el mayor gasto y consumo de bienes y servicios y lo tildan con el nombre peyorativo de “consumismo”.

 

Estos críticos pasan por alto que en estas sociedades y culturas “consumistas” existe la opción de renunciar a esa extensa y diversificada materialidad. Ellos en lo personal no lo hacen, como buenos fariseos intelectuales que son.

 

En realidad no hace sentido condenar el “consumismo” como tal porque su presencia es una manifestación de las preferencias e inclinaciones de los seres humanos en su búsqueda por mejores condiciones de vida. ¿Con cuál autoridad moral salen estos filósofos y sociólogos a decirle a la gente que sus luchas y esfuerzos por elevar sus estándares de vida son despreciables?

 

Lo mas razonable es esclarecer y analizar los retos y desafíos que plantea la materialidad del progreso económico en aspectos relacionados con la espiritualidad de los seres humanos. Por ejemplo, cómo se alteran los patrones de vida con la mayor intensidad rítmica de los quehaceres diarios y cuáles son sus efectos sobre la psiquis humana. 

 

 

Una primera aproximación a este tema es señalar que el progreso económico, al generar mayores oportunidades de gasto y consumo, agudiza los conflictos entre alternativas de utilización del tiempo. Surge la disyuntiva entre trabajar más tiempo y tener menos tiempo para disfrutar el mayor ingreso resultante de trabajar más tiempo, o trabajar menos tiempo y tener más tiempo para disfrutar un menor ingreso resultante de trabajar menos tiempo. 

 

Esta disyuntiva es resultado principalmente de la creciente remuneración al tiempo de trabajo (la creciente productividad del trabajo) y del creciente abaratamiento relativo de los bienes y servicios producidos frente al ingreso disponible. Ambos fenómenos son consecuencia directa del progreso económico.

 

Es interesante lo que sucede con el tiempo de labores domésticas: el que se emplea en la provisión de bienes y servicios para el cuidado personal y de la familia (comer, higiene personal  y limpieza, cuidado de los niños o de los ancianos, arreglos de la vivienda y otros por el estilo). A medida que aumenta el nivel de ingresos, una mayor proporción de estos servicios personales se vuelven intensivos en el uso de bienes y servicios de toda clase y tienden a ser suministrados por unidades especializadas en su producción. 

 

Con el tiempo libre, que podría definirse como tiempo de recreación + tiempo de ocio, al igual de lo que acontece con el tiempo de labores domésticas, entre mas económicamente avanzada una sociedad mayor su intensidad en la utilización de bienes y servicios. En otras palabras, en las sociedades que se distinguen por su progreso económico el tiempo libre tiende a estar sujeto a unas crecientes alternativas de gastos y consumos. 

 

Igual sucede con el tiempo de trabajo. Las valoraciones negativas del tiempo de trabajo en las viejas teorías sociológicas y económicas se originaban en la percepción de que se trataba de actividades rutinarias que tenían lugar en entornos restrictivos y poco creativos. 

 

Pero esa percepción pierde fuerza a medida que se progresa económicamente. Los atractivos del tiempo de trabajo aumentan por sus mayores remuneraciones, sus mas intensas utilizaciones de bienes y servicios complementarios que facilitan las faenas diarias y que lo hacen mas llamativo e interesante y en últimas, porque se convierte en activador de realizaciones personales. 

 

Es así entonces que con el progreso económico los seres humanos empiezan a enfrentarse a la realidad de que si bien pueden disfrutar de mas materialidad por unidad de tiempo, los días constan de solo 24 horas (de las cuales un componente se destina a dormir) y eso conduce a lo que suele llamarse la “tiranía del reloj”. 

 

 

Hay en el ser humano unas inclinaciones que se refieren a un sentido de trascendencia que en cierta manera es inexplicable desde el punto de vista de las exigencias para su supervivencia en este mundo. La espiritualidad y la religiosidad sólo podrían explicarse en términos de ese sentido tan fuerte de trascendencia que se encuentra incrustado en la naturaleza humana. 

 

A título de ilustración, muchos de quienes persiguen la fama en esta vida niegan que estén buscando la inmortalidad y sin embargo, ¿qué sentido tienen todos esos esfuerzos encaminados a lograr recordaciones entre amigos, familiares y desconocidos después de la muerte? En el resto del reino animal, que está fuertemente impregnado de un instinto de supervivencia inmediato, no existe esa pretensión de buscar que sus vecinos animales guarden un buen recuerdo de su paso por este mundo.

 

Lo cierto es que nos incomodan las limitaciones de tiempo y espacio. Nunca hemos estado muy a gusto con los entornos en donde nos movemos y nos aqueja una insidiosa insatisfacción con lo que hemos logrado y con lo que somos. 

 

Todos los avances en la tecnología de los últimos tiempos en campos como el de las comunicaciones y los medios de transporte, han estado dirigidos a eliminar esas limitaciones con la mira puesta en lo inalcanzable. Nos embarcamos en investigaciones sobre los fundamentos de la vida y los orígenes del universo. Nos escolta la pretensión de alcanzar el poder de la ubicuidad e inmortalidad que está reservado a los dioses. 

 

Aunque nuestros conocimientos y nuestras aspiraciones nos llevan a buscar la superación de esas limitaciones, ni nuestros cuerpos ni nuestras mentes están preparados –ni lo estarán por más que lo queramos– para vivir sin ellas. A la hora de enfrentar nuestras realidades cotidianas aterrizamos y nos damos cuenta que pertenecemos a la materialidad de este mundo y no a la de otros.

 

En el caso que nos ocupa del progreso económico y la mayor intensidad rítmica del hacer diario que trae consigo, afloran los costos sobre nuestra salud física y mental de la simultaneidad de actividades y consumos (en lo que las mujeres se sienten mas a gusto que los hombres).

 

En lugar de aprovechar nuestra bien ganada riqueza para administrar con ponderación nuestra materialidad y enriquecer nuestra vida espiritual, nos enredamos en nuestros propios cables. 

 

Entre más riqueza mayor nuestra predisposición por las satisfacciones inmediatas y menor nuestra apetencia por una vida contemplativa alejada de barullos, algarabías y afanes. Mas tiempo dedicado a trabajar y consumir y menos a reflexionar, conversar y filosofar en el sentido aristotélico del término. 

 

 

Se podría argumentar que lo que ha sucedido con el progreso económico es el surgimiento con inusitada fuerza de una inquietud vagabunda del espíritu consistente en necesitar de un creciente y simultáneo número de impresiones y estímulos externos para evitar el tedio y el aburrimiento.

 

Sobrealimentados con estímulos de todo tipo le damos rienda suelta a nuestra materialidad, así hagamos actos de presencia en algunas ceremonias religiosas o practiquemos el yoga. 

 

Podría incluso darse la modificación de la naturaleza humana tal como la conocemos. Como el cuerpo es incapaz de absorber y administrar muchas impresiones y actividades a la vez, se le adaptarán complementos e implementos de todo tipo. 

 

Aun así los instintos y pasiones de los seres humanos seguirán siendo las de siempre. En cuanto a medios se refiere se acercarán al cielo, más en cuanto a fines continuarán atados a la tierra. 

 

Lo importante, en último término, es el reconocimiento de los desafíos del progreso económico. Por ejemplo, la mayor intensidad del quehacer diario trae consigo aumentos de estrés. Dicho de otra forma, tensiones físicas y emocionales que con frecuencia derivan en complejos desórdenes de salud y que tendrían que ser mejor controladas.

 

Por el hecho de ir de afán no nos volvemos mas sabios ni aprendemos a usar con prudencia la tecnología cada vez mas sofisticada que está a nuestro alcance. Idealmente, habría que hacerse a la idea que la razón de ser de la disponibilidad de mas medios no es necesariamente la de extraerle tiempo al tiempo sino la de alcanzar superiores niveles de comprensión y desarrollo espiritual.

 

No se trata de renunciar a los beneficios del progreso económico sino compaginarlos con una vida espiritual mas plena. Sin embargo, no hay que ser melodramáticos al respecto. 

 

Nunca hay que olvidar que a la mayoría de la población ese progreso le resuelve muchas de sus mas apremiantes angustias del diario vivir. Tampoco que las preferencias de vida de muchos seres humanos se orientan hacia satisfacciones y disfrutes en los que pesa mas lo material que lo espiritual.

 

Por otro lado, una mas variada y rica materialidad ayuda mas que perjudica a quienes son atraídos por la esfera de lo espiritual. Pueden escoger entre mas alternativas y oportunidades de usos de tiempo, las que podrían no estar disponibles en entornos caracterizados por escaseces y precariedades. 

 

Hasta es posible que la existencia de mayores opciones de vida cree confusiones, en el sentido que lleve a indecisiones sobre hojas de ruta y ausencias de focos en objetivos de vida. No siempre se aprovecharán como debería ser esas alternativas y oportunidades. Pero en estos casos la culpa no es del progreso económico sino de unos beneficiarios que no están a la altura de las circunstancias.