Jorge Ospina Sardi
Con gran desparpajo ecólogos y políticos se auto proclaman representantes de generaciones futuras. En su nombre limitan actividades y libertades, sin haber recibido las atribuciones para hacerlo.
No se pone en duda que los daños y perjuicios a terceros son causales de restricciones a actividades y libertades siempre y cuando: 1) los afectados puedan ser directamente identificados; y 2) los daños y perjuicios puedan ser claramente demostrados.
Quien argumente que unas actividades ocasionarán daños y perjuicios, pero sobre los cuales no hay evidencias en el presente, ingresa al terreno de lo puramente especulativo. ¿Quién posee la autoridad, a no ser que sea por contrato o por patria potestad, de restringir y coartar actividades y libertades de terceros sobre la base de efectos o consecuencias que no se han dado? Sin evidencias directas y actuales, la discusión solamente se refiere a eventos y resultados hipotéticos.
Así las cosas, en estas circunstancias, el beneficio de la duda siempre debería inclinarse en favor de los derechos y libertades que cada quien posee. Planteamientos como el de que nuestras acciones van en detrimento de intereses de grupos o colectividades que no están presentes como en el caso de las generaciones futuras y que por lo tanto deben prohibirse o limitarse, incumplen con las dos condiciones atrás planteadas.
¿Hasta dónde hay que intentar evitar daños y perjuicios que no se han producido, pero que podrían darse mas adelante como resultado de unas determinadas actividades humanas? Ahí la carga de la prueba debe recaer sobre quienes plantean la inevitabilidad de los daños y perjuicios. Deben existir vínculos demostrables entre causas y efectos.
Hay que tener en cuenta que toda actividad humana conlleva costos de una forma u otra en términos de gasto de recursos e impactos ambientales no deseados. Los seres humanos no son espíritus que deambulan por el planeta sin dejar rastro o huella.
Su actividad genera costos pero está orientada a obtener unos beneficios. No es razonable mirar solo una cara de la moneda. No se la puede evaluar solo por los costos. Toda actividad humana consiste en sopesar costos y beneficios. Toda evaluación debe tener en cuenta las dos caras de la moneda.
Elevar los estándares de vida de poblaciones enteras tiene por supuesto un costo. No hay desayunos gratis. Muy fácil para ecólogos y políticos darse golpes en el pecho por las contaminaciones y destrucciones al medio ambiente que trae consigo el progreso económico dejando a un lado los beneficios que reciben un número considerable de seres humanos.
Nunca se refieren al mejor ordenamiento de entornos físicos y a los manejos mas racionales de los recursos y desechos que tienen lugar en comunidades que se distinguen por su progreso económico. Nunca cotejan costos ambientales con beneficios tanto en calidad de vida como en innovaciones y desarrollos de nuevas tecnologías. Ninguna mención a los avances en expectativas de vida de las poblaciones.
Estos ecólogos y políticos tienen la carga de la prueba puesto que las restricciones a actividades y libertades que proponen traerían estancamientos económicos y pobreza.
Hasta ahora no se han cumplido muchos pronósticos acerca de los efectos ambientales catastróficos de la actividad humana. Los ciclos climatológicos del planeta no han variado en lo fundamental. Las catástrofes que se atribuyen a lo que llaman “cambio climático” no son distinguibles de las que siempre se han dado en el planeta.
Solo hay hipótesis con este tema de la incidencia a futuro de la actividad humana sobre el clima y el medio ambiente. Es un tema en el que no hay laboratorios ni experimentos. En el que intervienen una inmensa cantidad de variables sin que se sepa realmente cuál es la importancia relativa de cada una en el advenimiento de fenómenos ambientales específicos. Sin embargo, ecólogos y políticos le venden la idea a la opinión pública que sus hipótesis son verdades científicamente comprobadas sobre las cuales no caben cuestionamientos.
Algo similar a lo que sucede con interpretaciones sobre el origen de la vida y del universo y que también se presentan como definitivas, cuando lo cierto es que solo son hipótesis. Es posible que algunas sean mas razonables que otras, pero eso no constituye una demostración definitiva acerca de su validez desde un punto de vista científico. Simplemente, que con los conocimientos actuales, unas hipótesis tienen la virtud de ser mas convincentes que otras.
Entonces, hay que despojarse de dogmatismos en los debates sobre hipótesis y ser extremadamente cuidadosos con el diseño de políticas basadas en ellas. Acudir a aproximaciones tentativas y dejar el campo abierto a las rectificaciones. Medir cuidadosamente las consecuencias. Y de pronto rechazarlas, si con las políticas propuestas se incurren en considerables costos o se sacrifican importantes beneficios para las generaciones presentes.
En relación con las generaciones futuras no conocemos cuáles serán sus preferencias sobre opciones de vida ni sus estrategias para alcanzarlas. No sabemos sobre los medios, instrumentos y la tecnología que dispondrán. Quienes se apersonan de los intereses de generaciones futuras, como en el caso de ecologistas y políticos, lo hacen abusiva y arbitrariamente. No han sido seleccionados para representar a unas generaciones que todavía no existen.
Quienes proponen alterar las actividades y restringir las libertades de sus contemporáneos con la excusa de proteger intereses de personas que no existen se arrogan atribuciones que son sacadas del cubilete porque al final de cuentas nadie se las ha concedido ni hay forma de asegurar rendiciones de cuentas.
La única manera para saber sobre el buen uso de unas atribuciones es cotejando resultados con costos. En este caso nunca se sabrá sobre resultados porque los beneficiarios no existen para dar testimonio acerca de cómo fueron protegidos sus intereses.
En relación con el futuro, lo mas es proveer por nosotros mismos de la mejor manera a nuestro alcance y por quienes en nuestro inmediato entorno hemos decidido apoyar. Nuestra herencia no puede ir mas allá de unos medios, unos conocimientos y riquezas acumuladas, para que las generaciones futuras decidan acerca de su utilización como mejor les parezca.
Solo en el presente puede haber delegación de voluntades y quereres ajenos. Con esas delegaciones podemos arrogarnos algunas atribuciones que en realidad no nos pertenecen, y que por ser esa su naturaleza, habría que honrarlas rindiendo cuentas y utilizándolas con un máximo respeto por los derechos de quienes nos las han entregado.
Pero en el caso de las generaciones futuras no hay delegaciones. Lo que no obsta para que manipuladores de la ecología y la política busquen engrandecer sus poderes e influencias proclamándose portavoces de seres inexistentes y en su nombre restringir actividades y libertades de individuos de carne y hueso que si existen.