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Jorge Ospina Sardi

 

A casi 500 años de su muerte las teorías de Nicolás Maquiavelo siguen siendo motivo de controversia. No obstante el drástico cambio en el entorno desde ese entonces, su cruda y desapacible visión de la política no ha perdido vigencia.

 

Ante las dificultades de una justificación de lo que es visto como un reparto desigual de los bienes que dispensa la Fortuna, varios filósofos de la Antigüedad y posteriores han tratado de vincularla con los méritos de los favorecidos. Por ejemplo, en la Historia Romana de Livius se relaciona el éxito de los romanos con el hecho de que la Fortuna le sonríe a los pueblos virtuosos. 

 

En la Edad Media y en el Renacimiento se dio una discusión muy intensa entre la naturaleza ciega de la Fortuna y el libre albedrío que hace parte integral de la condición humana. Se consideraba que sin su concurso, no había forma de tener éxito independientemente de los esfuerzos que se hicieran. Era necesario atraer su patrocinio, especialmente si se pretendía alcanzar la gloria y la fama. 

 

Ante la pregunta de cómo se consigue que la Fortuna sea una aliada, el argumento tradicional siempre fue que ella es amiga de los valientes y de los mas fuertes de espíritu. De los “buenos” y de los “virtuosos”.

 

Apareció entonces en escena Maquiavelo para darle un giro bastante novedoso a toda esta argumentación (Machiavelli, Quentin Skinner, Oxford University Press, 1981). Se trata de un inusual viraje hacia lo erótico en el que se insinúa que la Fortuna disfruta de un placer perverso cuando es tratada rudamente. 

 

Maquiavelo sugiere en El Príncipe, en lo que hoy en día sería tomado como una opinión machista, que a la Fortuna hay que mantenerla sometida y a raya debido a su carácter femenino. Y agrega que ella “se deja seducir con mayor frecuencia por los hombres que asumen riesgos y la desafían que por aquellos que proceden con una virtuosa calma.” 

 

 

Dilema entre lo deseable y lo necesario

 

Aunque Maquiavelo se refería a los príncipes de su época, sus recomendaciones podrían extenderse a todos aquellos que gobiernan, tanto en el contexto de lo público como en la esfera de lo privado.

 

1) El principal objetivo de quienes gobiernan es mantener el Poder. Todos desean los bienes de la Fortuna. Sus trofeos mas apreciados son la gloria y las riquezas. Pero sin el logro de este primer objetivo todo lo demás se frustra.

 

2) Quienes ejercen Poder deben velar por la introducción de una forma de gobierno que les permita alcanzar honor y gloria, para lo cual es fundamental contar con unas apropiadas leyes (y normas) y unos eficaces y bien conformados ejércitos (y burocracias). 

 

3) Luego está la cuestión del liderazgo requerido para una exitosa gestión. Lo tradicional es pensar que aunque los ciegos no pueden ver el sol si pueden percibir la virtud de quienes son sus gobernantes. La mayoría de los filósofos y humanistas se explayan en las cualidades que deben caracterizar a un gobernante virtuoso (como por ejemplo honestidad, ecuanimidad y magnanimidad).

 

4) Pero no así para Maquiavelo que considera que no es suficiente con ser virtuoso. Los que rodean a los gobernantes no necesariamente son guiados por los mas elevados intereses. En un entorno donde abundan los “malos” o los “no tan buenos”, la virtuosidad puede llevar a decisiones equivocadas o desenfocadas.

 

Ahora bien, si los gobernantes no se comportan de acuerdo con los postulados de la moral tradicional, entonces ¿cuáles han de ser los criterios que orienten sus conductas? Maquiavelo no tiene el mas mínimo reparo en afirmar que “ellos deben disponer de la capacidad de entender cuando hay que usar virtuosamente el Poder y cuando no hay que hacerlo.” 

 

Y afirma que quienes ejercen el Poder “deben actuar con rectitud cuando se puede, pero malvadamente cuando se necesita”. Deben reconciliarse con el hecho de que a menudo tienen que “contrariar la verdad, contrariar la caridad, contrariar la humanidad y contrariar la religión.”

 

 

La Fortuna y sus avatares

 

Según Maquiavelo, la Fortuna le introduce una buena dosis de relatividad al uso del Poder. Los tiempos son variables y los gobernantes que se obstinan en seguir unos esquemas predeterminados están expuestos a contar con buena Fortuna pero solo durante un tiempo. Es decir, si alguien desea conservarla debe ser lo suficientemente sabio como para acomodarse a las cambiantes circunstancias.

 

La naturaleza le ha proporcionado a cada quien unos talentos e inspiraciones determinadas. Todos quieren seguir sus inclinaciones. “Hay personas que actúan con cautela y otros impetuosamente, los hay que son propensos al uso de la fuerza y otros al uso de sus destrezas.” Pero como los tiempos y los negocios se renuevan permanentemente, los gobernantes que se aferran a su manera de ser y no modifican sus procederes se convertirán tarde o temprano en víctimas de la mala suerte. Sin embargo, si se adaptan a los cambios, podrían seguir disfrutando de los favores de la Fortuna. 

 

Muchas veces al enfrentar los desafíos implícitos en estos procesos de adaptación no queda otra alternativa que echar por la borda comportamientos virtuosos anteriores y cederle el paso a cabronadas y bellaquerías.

 

En la moral tradicional los cambios de Fortuna deben ser recibidos como si fueran pruebas que plantea la vida a las que hay que enfrentar con fortaleza y templanza. De acuerdo con esta moral quien con medios indebidos intenta superar las adversidades que trae consigo un cambio de Fortuna, termina por enredarse aun mas y empeorar su situación. 

 

No así para Maquiavelo. Los gobernantes “tienen dos alternativas. La primera es la que corresponde a los seres humanos y la segunda a la que es propia de los animales. Pero como la primera no es suficiente, hay que acudir a la segunda.” ¿Y a qué bestias imitar para sobrevivir a las contingencias de cambios en la Fortuna? Al león y al zorro, porque se requiere de fuerza y astucia para superar los imprevistos y altibajos que trae el ejercicio del Poder.

 

 

El escalofriante realismo de Maquiavelo

 

Se entiende el rechazo que generaron sus audaces teorías entre filósofos y moralistas. Desmitificó la creencia según la cual quienes ostentan posiciones de Poder deben distinguirse exclusivamente por sus virtudes.  

 

De hecho, ante el desfase entre las aspiraciones de filósofos y moralistas (y de la población en general) sobre las virtudes que han de poseer sus gobernantes y la realidad de sus corrupciones, atropellos y despotismos, algunos han propuesto como solución imponerles controles y límites a su accionar. Pero aun en este campo Maquiavelo no da su brazo a torcer pues afirma que los seres humanos son “desagradecidos, simuladores, disimuladores, cobardes frente al peligro, y ávidos de ganancias inmediatas”, al extremo que los gobernantes que confían en sus palabras y buena fe terminan por perderlo todo. 

 

La única solución para ellos es entrar en el juego de las simulaciones y los disimulos. Acudir a trucos para hacerle creer a la población de la bondad de sus pretensiones y de la imperiosa necesidad de su presencia en el ejercicio del Poder.

 

Mejor dicho, Maquiavelo pone al desnudo una realidad que es incontrovertible y eso explica su vigencia. Que la Fortuna es arbitraria y desigual. Que la maldad y corrupción es del mismo tenor a todos los niveles, tanto en lo colectivo como en lo individual. Que es una ingenuidad pensar que existen compartimentos de la vida comunitaria que escapan a los problemas derivados de una equívoca naturaleza humana. 

 

 

El anti maquiavelismo de Maquiavelo

 

La piedra angular de la argumentación de Maquiavelo, la que valida la premisa de que el fin justifica los medios, es la idea según la cual el primero de los objetivos de los gobernantes es conservar el Poder adquirido con ayuda de la Fortuna. Llevada al extremo, esta idea termina por abrirle la puerta a dictadores y tiranos que acuden a toda clase de medios represivos para lograr tal propósito.

 

Maquiavelo reconoce que los gobernantes que se convierten en dictadores o tiranos nunca alcanzarán la gloria. Pero esto es un saludo a la bandera puesto que una mayoría siempre estará dispuesta a canjear su buen nombre por las mieles de un Poder ejercido sin restricciones y sin rendición de cuentas. 

 

Es ante todo en los Discursos que Maquiavelo se ocupa del tema de la libertad de los pueblos. “La experiencia muestra que es solo en libertad que las ciudades logran acrecentar sus dominios y riquezas.” Y mas adelante se reafirma: “Tan pronto como una tiranía se establece en una comunidad libre, lo primero que sucede es que se retrocede en poderío y riqueza .”

 

Una de las grandes conclusiones de los Discursos es entonces que las ciudades adquieren grandeza solo si están bajo el control de su gente, lo que lo lleva a preferir el sistema republicano sobre el monárquico, como el mas apropiado para velar por el bien común. “Lo que beneficia a un príncipe usualmente perjudica a la ciudad, y lo que beneficia a la ciudad usualmente perjudica al príncipe.”

 

Pero Maquiavelo no proporciona mayores luces sobre cómo resolver los dilemas planteados en El Príncipe. Nadie cuestiona que en una república es importante que el pueblo sea virtuoso, se interese en proteger el bien común, y posea sentimientos patrióticos. Sin embargo, el peligro de un descarrilamiento siempre estará latente porque los intereses sectarios y corruptos del mismo pueblo tienden a erosionar el buen funcionamiento y la operatividad de las instituciones. 

 

Maquiavelo acepta que leyes, prácticas religiosas y liderazgos pueden ser importantes en la contención de la corrupción no solamente entre gobernantes sino también entre gobernados. Pero mucho de eso depende de una cambiante y caprichosa Fortuna y de un no tan confiable amor de los pueblos por su libertad. Un amor que por siempre estará expuesto al efecto corrosivo de la pereza, de la indiferencia, y de las pequeñas ambiciones.

 

 

No hay formulas mágicas

 

Quien haya llegado hasta este final se preguntará y entonces, ¿qué? Maquiavelo sostuvo que parte de la respuesta se encontraba en aprender de experiencias exitosas y por eso se adentró en la historia de Roma y en la de Florencia su ciudad natal. 

 

En los casi 500 años desde su muerte se han implementado ideas como la separación de los poderes públicos, sistemas pacíficos y ordenados de sucesión de gobernantes, formas inclusivas de participación ciudadana en las grandes decisiones que interesan a las comunidades, reglas imparciales de competencia en las actividades comerciales, mecanismos de protección de las mas preciadas libertades individuales, y otras que hechas realidad han constituido significativos logros políticos e institucionales. 

 

Sin embargo, dadas las características propias de la naturaleza humana, siempre estarán presentes la maldad y la corrupción. Los golpes de pecho y las manifestaciones de indignación no evitarán los daños y las tragedias que ellas ocasionan. Pero a lo que si se puede aspirar es que lo negativo sea mas que compensado por los beneficios que generan los esfuerzos productivos y creativos en condiciones de libertad de quienes buscan elevar sus estándares de vida y construir un mejor futuro para su círculo mas cercano y para sus comunidades.

 

Lo que enseña la historia de estos últimos siglos es que no caben las treguas en los empeños de avanzar y salir adelante. Parafraseando a Maquiavelo, el costo de la libertad es el de la eterna vigilancia. Es un proceso que tiene lugar en la cotidianidad de las vidas humanas y que es ajeno a las pretensiones de quienes obnubilados persiguen el Poder sin importarles las destrucciones que dejan de por medio. 

 

Al final de cuentas de lo que se trata es de la construcción de ordenamientos políticos y económicos que faciliten el surgimiento de unas relaciones firmes y duraderas entre los favores que dispensa la diosa  Fortuna y los merecimientos de los gobernantes encargados de transitar por los tortuosos caminos del siniestro Poder. Para lo cual son fundamentales la inteligencia y madurez de quienes perfeccionan esos ordenamientos y la sensatez y discernimiento de quienes escogen a los gobernantes.