Silicon Valley Bank (SVB) llevaba 40 años de fundado y ha financiado cerca de la mitad de las nuevas empresas tecnológicas (startups) de Estados Unidos. El golpe de gracia fue una corrida sobre sus depósitos.
El reciente aumento de las tasas e interés de la Reserva Federal le restó valor a los bonos en los que SVB había invertido. Cuando tuvo necesidad de vender con descuento estos bonos para solucionar problemas de liquidez reportó un pérdida de US$1.800 millones.
Luego de esta pérdida SVB informó que necesitaba una infusión de capital de US$2.250 millones. Y ahí fue Troya. Esa noticia ocasionó retiros de depósitos de US$42.000 millones y un balance negativo de caja de US$958 millones. Ante esto el valor de su acción se desplomó y los reguladores intervinieron el banco.
A diciembre 31 de 2022 SVB tenía US$209.000 millones en activos (equivalente a 61% del PIB de Colombia) y su quiebra es la segunda en tamaño en la historia reciente de Estados Unidos. De acuerdo con Fortune.com ninguna institución bancaria grande de Estados Unidos estaría interesada en comprar el banco porque es muy alta su exposición a la deuda mala o incobrable de Silicon Valley (“The 5 most pressing questions answered about Silicon Valley Bank’s Collapse”, Luisa Beltran, Marzo 12 de 2023).
Ahora bien, a diciembre 31 de 2022 el 89% de sus pasivos, o sea US$173.100 millones, eran depósitos, un porcentaje bastante superior al de otros bancos grandes (que oscilan alrededor de 65%). Un 88% de ese total de depósitos, es decir US$151.500 millones no estaban asegurados. Estos depositantes recobrarían parte de su dinero, ya sea con la venta de activos o con la venta de la totalidad del banco.
El colapso del SVB puede producir un efecto “contagio” en otras instituciones financieras. Por ejemplo, entre los bancos regionales de Estados Unidos. También puede tener un impacto financiero importante en empresas de tecnología que quedaron con sus activos o depósitos congelados, incluidas aquellas con operaciones en las filiales del banco en Inglaterra y otros países.
Hay algunos analistas que piensan que esta quiebra puede ser la “punta del iceberg” de una crisis financiera mas profunda. Por ejemplo, afirman que a septiembre 30 de 2022 las pérdidas no realizadas del sistema bancario de Estados Unidos por la reclasificación de bonos para ser vendidos a su maduración a bonos disponibles para la venta totalizaron US$690.000 millones, un aumento de 47% frente a las registradas en el trimestre anterior.
La Reserva Federal ha aumentado en corto tiempo sus tasas de interés (de 0,25% anual en marzo de 2022 a 4.50% anual actualmente). Y ha anunciado que el ciclo de los aumentos no ha concluido porque la inflación todavía sigue alta.
Por otro lado, después de unas emisiones monetarias sin precedentes durante la pandemia, los índices de liquidez en Estados Unidos llevan tres meses consecutivos de contracción sin que se vea el final de túnel, lo cual llevará a aumentos adicionales en las tasas, desvalorizaciones de los bonos y desaceleraciones en la intensidad rítmica de la economía.
Esta historia no es solo exclusiva de Estados Unidos. Se repite en el resto del planeta y configura un panorama complejo para el sistema financiero. Muy especialmente para aquellas entidades sobrexpuestas a inversiones en bonos (en papeles con maduraciones a mediano y largo plazo), con capitalizaciones relativamente bajas, con altos depósitos a la vista y con clientelas involucradas en actividades de alto riesgo.