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Jorge Ospina Sardi

 

Somos de la idea que tenemos el derecho a obtener lo que nos hará felices, sin percatarnos que la falta de gratitud que surge de esta creencia es la que nos hace infelices.

 

La condición humana es una de permanente insatisfacción con lo que se tiene. Los sistemas políticos y económicos actuales exacerban esta condición. Qué es el “progreso” sino buscar cumplir con nuestros sueños y ambiciones. Siempre se ha tratado de una búsqueda en la que los logros y los fracasos se intercalan y cohabitan. 

 

Es usual que los fracasos y las frustraciones superen los logros y los aciertos. Después de todo siempre creemos que somos mas de lo que somos y que nuestras metas están hechas a la medida de lo que supuestamente merecemos por derecho propio. No importa que ellas sean irreales o fantasiosas en relación con los medios para alcanzarlas.

 

 

Así ha sido siempre con la naturaleza humana. La diferencia con un pasado no tan remoto es que ahora hay mas posibilidades y oportunidades para alcanzar lo que nos proponemos. Eso es resultado del avance económico y científico, y de una mas concienzuda institucionalidad política.

 

Y está bien que demos rienda a nuestros sueños y ambiciones, porque ese es el motor para progresos adicionales tanto a nivel individual como colectivo. Sin embargo, eso no significa que tengamos el derecho a que se cumplan esos sueños y ambiciones. En especial, nadie tiene por qué garantizarnos su cumplimiento si para ello se depende de recursos y tiempos que no son los nuestros.

 

Somos dados a apropiarnos de recursos y tiempos que no son los nuestros, sin la expresa voluntad de sus dueños, para intentar darle cumplimiento a los sueños y ambiciones que mas nos atraen.

 

Sin embargo, no hay una justificación a esas apropiaciones desde el punto de vista de los derechos humanos, particularmente cuando ellos se extienden mas allá de lo que representa el respeto a la vida, a los frutos del trabajo y a la dignidad de las personas. Mas allá de eso no hay derechos humanos propiamente dichos. 

 

Por ejemplo, se desvirtúa su esencia cuando el ámbito de los derechos humanos se extiende a bienes y servicios que esperamos recibir sin sufragar su costo. Simplemente no tenemos derecho a esos bienes y servicios puesto que no podemos compensar el esfuerzo, el gasto en recursos y tiempos, de quienes los producen o generan. 

 

La circunstancia según la cual son otros terceros los que pagan para producir y generar bienes y servicios que se distribuyen gratuitamente, no significa que eso se haga porque algunos están investidos de un derecho consistente en recibir manás caídos del cielo. 

 

 

Nos son derechos humanos los que están ahí en juego. Nadie tiene el derecho a recibir educación gratuita por ejemplo. La decisión en una sociedad de otorgarla es simplemente una de carácter política basada en consideraciones de solidaridad y conveniencia. El mismo argumento aplica en el caso de otros servicios que hoy en día la gente se cree con el “derecho” a recibir sin contraprestación alguna. 

 

La gratuidad de bienes y servicios no es un derecho humano porque alguien tiene que pagar por ella. Los excedentes económicos, los que resultan después de cubrir los costos de producción de bienes y servicios, tienen que destinarse al mantenimiento y conservación de la riqueza actual y a acrecentarla si lo que se quiere es avanzar. Queda un remanente que se puede destinar a financiar esa gratuidad en el caso de aquellos bienes y servicios que por solidaridad y conveniencia se decida otorgar a grupos de la población. 

 

Es claro que los recursos y tiempos requeridos para la financiación de las gratuidades compiten con los recursos y tiempos que se destinan a la conservación y aumento de la riqueza. Si la balanza se inclina desmedidamente en contra de la conservación y aumento de la riqueza y a favor del otorgamiento de gratuidades, se termina por llegar a una situación de empobrecimiento generalizado que hace imposible atender siquiera las necesidades mas básicas de las poblaciones.

 

Porque al final de cuentas la atención de “necesidades”, lo que se considera actualmente como “derechos”, es gratuita para el beneficiario, pero nunca lo es para la sociedad en general. Los recursos destinados para tal efecto tienen un costo de oportunidad, que consiste en los beneficios que se dejan de percibir por su no utilización en fines alternativos, incluidos los relacionados con la conservación y aumento de la riqueza existente.

 

 

El análisis anterior lleva a la consideración que cuando se amplía la esfera de los derechos como se hace actualmente, los seres humanos caen en una especie de creencia religiosa que los lleva a pensar que el mundo debe girar alrededor de su sueños y ambiciones, y que si eso no es así entonces ese mundo debe ser rechazado y culpado por las frustraciones resultantes.

 

La elevación de la categoría de los derechos humanos a un plano cuasi religioso, que coloca a los seres humanos en el centro del universo, ha conducido a un mundo de reclamaciones y litigios. El filósofo inglés Roger Scruton se refiere así al tema: “…Es un mundo profundamente infeliz en el que nadie acepta los malos resultados y cualquier frustración es causa de amargura, furia y culpa. Los malos resultados se convierten en injusticias y en exigencias de compensaciones. Entonces nuestro mundo se ha llenado de odios por el otro, por quien posee a lo que creo tengo derecho” (en Gentle Regrets, Continuun, 2005). 

 

Todo esto lleva a la gente a la idea que lo importante es lo que “alguien” les debe y no lo que ellos deben. Para Scruton, “solamente aquellos que agradecen son conscientes que la vida, las libertades y el mejor estar son ofrendas (regalos) en lugar de derechos.” Esas ofrendas y regalos nos recuerdan que los demás se preocupan por nosotros, y de ahí proviene un sentimiento de gratitud por todo aquello que recibimos que no depende de nuestro propio esfuerzo y méritos. 

 

Sobra decir que es ese sentimiento de gratitud el que conduce a una venturanza o regocijo con nuestra existencia, aun en medio de nuestros sufrimientos y restricciones. Una gratitud que permite adentrarse en el verdadero significado de conceptos como los de libertad, afecto, amistad y compromiso, que poseen la peculiaridad de una validez eterna, mas allá de las limitaciones de tiempo y lugar del mundo que nos ha correspondido vivir.