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Jorge Ospina Sardi

 

El concepto de “corrupción” puede ser tan amplio y ambiguo que es cuestionable su utilidad como variable explicativa de fenómenos sociales. Cada quien la interpreta a su conveniencia y antojo.

 

Según Wikipedia, dentro del concepto de corrupción cabe el uso ilegítimo de información privilegiada, sobornos, tráfico de influencias, evasión fiscal, extorsiones, fraudes, desfalcos, prevaricación, caciquismo, compadrazgo, cooptación, nepotismo e impunidad, entre otras formas. Para esta publicación digital la corrupción facilita actividades criminales como narcotráfico, lavado de dinero, prostitución, trata de personas, y otras diversas. 

 

Muchas de las supuestas formas de corrupción no son mas que conductas resultantes de características propias de la naturaleza humana. Quizás el tema es uno de grado. Por ejemplo, todos hasta cierto punto hacemos uso de informaciones privilegiadas, de tráfico de influencias, de caciquismos, de compadrazgos, de cooptaciones y de nepotismos. También estamos inclinados a los favoritismos y en determinadas situaciones, a prevaricar. 

 

¿En cuál sistema de justicia no existe la impunidad? La evasión fiscal, ¿acaso no se justifica cuando los impuestos son excesivos? Y las extorsiones, fraudes y desfalcos, ¿no son a veces en parte culpa de quien por su descuido y desgreño no protege adecuadamente sus recursos? 

 

¿Dónde trazar la línea? Los sesgos a favor de familiares y personas cercanas son inevitables. Son un componente esencial del comportamiento humano sancionado por costumbres y hábitos que vienen de tiempo atrás. Dentro de unos límites razonables, podría argumentarse que no son “corrupción” sino mecanismos válidos de inserción social de grupos y familias. 

 

Es evidente entonces la indeterminación del concepto sociológico de corrupción. Por su amplitud lo es todo y no es nada. Es analíticamente poco operacional. Si los seres humanos fueran perfectos, si fueran imparciales en sus juicios y actuaciones, entonces tendría algún sentido calificar a las desviaciones como “corrupción”. Pero en la vida real estamos bastante lejos de alcanzar este estado de cosas.

 

 

Corrupciones privadas versus corrupciones públicas

 

En realidad, desde el punto de vista sociológico la corrupción podría definirse como el uso y abuso del poder dentro de una familia, grupo u organización con la motivación de obtener un indebido beneficio pecuniario propio. Si bien en el caso de organizaciones muchos aplican este concepto a situaciones relacionadas con el poder público, últimamente se ha extendido su utilización a la esfera de la actividad privada.  

 

En este último caso, el de la actividad privada, no es del todo temerario afirmar que la corrupción entendida como formas destinadas a obtener un beneficio pecuniario adicional a lo acordado simplemente o no existe o no debería ser de la incumbencia de quienes no están directamente involucrados. 

 

Al menos eso es lo que debería ser en el caso de empresas u organizaciones privadas. Allí, los problemas relacionados con lo que genéricamente se denomina corrupción los sufre y los paga quienes son los dueños (mayores costos y menores ventas y utilidades o excedentes). El problema del control de la corrupción es de los dueños exclusivamente, quienes pagan en pellejo propio las consecuencias de su incompetencia para controlarla. 

 

Nadie tiene por qué rescatarlos de su ceguera o falta de acción para combatirla. A duras penas, a lo mas que se debería llegar en estos casos es a la tipificación de unos delitos o crímenes concretos como lo serían los fraudes y desfalcos. Que se avance o no en ello depende exclusivamente de la iniciativa de los directamente perjudicados y de la existencia de un sistema judicial que atienda sus demandas.

 

Las organizaciones públicas, por el contrario, carecen de dueño y las responsabilidades de las consecuencias de los malos manejos o se refunden o son casi imposibles de ser personalizadas. No hay dolientes responsables en la administración de esas organizaciones y de los fondos públicos en general. El criterio que prima en relación con los recursos a su disposición es que se trata de un botín al que acceden los grupos y mafias que se hacen al poder político. 

 

Si bien los dineros que manejan las organizaciones públicas pertenecen a toda la población a la que supuestamente atienden, no hay una forma razonablemente eficaz de asegurar un adecuado control y fiscalización de su operación. El interés propio de sus administradores es el de distribuir y usufructuar en beneficio propio el botín que tienen en sus manos y no en utilizarlo para atender de una manera eficaz las necesidades reales de la población.

 

Toda organización que no cumple con su función es por definición corrupta. Quienes la administran podrían ser calificados como corruptos. Pero no así quienes son sus usuarios o clientes. Ellos, antes bien, deberían ser calificados como víctimas de la corrupción. 

 

Lo importante es que las organizaciones donde prevalecen distintas formas de corrupción se reformen o de lo contrario desaparezcan. Con las organizaciones privadas tiende a ser el caso cuando operan en mercados transparentes y donde reina la competencia, pero no así con las públicas especialmente cuando son monopolios o son financiadas con recursos que caen del cielo originados en la expoliación de terceros a través de impuestos y contribuciones forzosas de todo tipo. 

 

 

La naturaleza humana es corruptible y por lo tanto…

 

Tal como se analizó atrás, los sociólogos han ampliado el concepto de corrupción para abarcarlo casi todo, hasta los malos pensamientos. Al hacerlo han despojado al concepto del contenido explicativo que una vez pretendieron darle. El resultado final es que hoy en día todos los males que aquejan a una población, desde los mas angustiantes hasta los menos nocivos, son atribuidos a la “corrupción”. 

 

La acción humana concreta y específica que ocasiona esos males, la verdad sobre los actos indebidos, se esconde bajo el manto de una corrupción genérica. Peor aún, los políticos que deshonran su profesión también se escudan bajo ese manto. Los malos resultados que originan su torcida y equívoca conducta se le atribuyen a un despersonalizado problema de corrupción. 

 

Para muchos sociólogos, es esta genérica corrupción la que tiene a países enteros sumidos en la pobreza. Los mas corruptos la usan como bandera para promoverse políticamente. Tratan de convencer a la población que si por casualidad toman el control de un país (como en el caso de Cuba y Venezuela en esta región), la corrupción será cuestión del pasado. Sin embargo, implantan un sistema que la centraliza en sus distintas formas para favorecerse desmedidamente sin recato alguno.

 

Los seres humanos difícilmente pueden sustraerse de la corrupción cuando administran organizaciones que no se someten a una reglas y objetivos claros de comportamiento. En el caso de las organizaciones privadas las distintas formas de corrupción impactan su desempeño medido por ventas y utilidades. En último término, las excusas no sirven para compensarle a sus dueños los perjuicios resultantes. La permanencia de formas corruptas podría implicar para estas organizaciones un virtual suicidio.

 

No así en el caso de las organizaciones públicas donde los objetivos son variables o gaseosos como en el caso de la defensa de la “justicia social” o del “bien común” (objetivos que cada quien interpreta según sus muy particulares sesgos e intereses). Ellas no se someten a criterios objetivos y medibles de desempeño sino por el contrario, a unos que son muy subjetivos y hasta contradictorios relacionados con la despótica administración y distribución de un botín. 

 

 

No hay que referirse a la corrupción en forma genérica sino por el nombre específico de los delitos y crímenes a la que se refiere. Una estafa es una estafa, un fraude es un fraude y un desfalco es un desfalco y así sucesivamente. Quienes los cometen son el problema. No lo es una etérea corrupción sin rostro ni la población que la sufre. 

 

Por ejemplo, no hace sentido hablar de la “corrupción de menores”. Los menores no se corrompen. Son agredidos o violentados por unos agresores con consecuencias sicológicas importantes. No son las víctimas de un concepto sino de unos delincuentes o criminales de carne y hueso que abusan de ellos. 

 

Entonces, hablar vagamente de la corrupción se presta a confusiones. Hace mas sentido hablar de delitos y crímenes específicos y de las realidades que los dificultan o imposibilitan y de las que los facilitan o permiten. Al final de cuentas, no se puede caer en la ingenuidad de hacerle la fiesta a quienes le bajan el perfil a sus conductas indebidas escondiéndolas bajo el manto de una corrupción cuya responsabilidad no es la de nadie en particular.