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Jorge Ospina Sardi

 

Fueron especialmente Hegel y sus discípulos quienes se dieron a la tarea escribir historia con H (mayúscula) en un intento por colocar a la fe religiosa en un plano entendible de racionalidad. Abrieron una Caja de Pandora.

 

Para Hegel (y sus discípulos) distintas formas de conciencia se siguen las unas a las otras en una secuencia dialéctica en la que “puntos de vista opuestos son reconciliados en etapas superiores en medio de la evolución progresiva de una mente o espíritu universal” (Patrick Gardiner, Kierkegaard, Oxford University Press, 1991). En este contexto la fe religiosa es apenas una de tantas expresiones que hacen parte de la evolución de un sistema de racionalidad que obedece a la lógica de una teoría filosófica que todo lo abarca. 

 

Lo ambicioso de este proyecto filosófico no tenía antecedentes antes del Siglo XIX. Kant había facilitado el camino al intentar lo imposible: subordinar la fe religiosa a categorías racionales de pensamiento. Pero esta idea que las actuaciones del ser humano obedecían a los requerimientos de un gran engranaje cósmico, nació realmente con Hegel. Sus discípulos no cuestionaron la premisa fundamental de la gran teoría –la existencia de un gran engranaje cósmico con dirección predeterminada. Simplemente se limitaron a debatir sobre la naturaleza y consecuencias de ese gran engranaje. 

 

Uno de los primeros en poner el grito en el cielo fue Soren Kierkegaard, quien lo hizo defendiendo la autonomía de la fe religiosa al sostener  que ella está situada mas allá de la provincia del pensamiento ético y que no está sujeta a elucidaciones en términos universales o racionales. Eso no significa que hay que tratar a la fe religiosa como si “fuera una enfermedad de juventud de la que hay que reponerse cuanto antes”. Por el contrario la fe religiosa constituye la mas alta y sublime pasión de una persona y solamente quienes son moralmente sensibles y maduros están en posición de reconocer la magnitud de sus misteriosas y exigentes demandas.

 

En últimas, para Kierkegaard, la transición de un modo de existencia a otro modo solamente puede tener lugar por medio de decisiones personales, unas que no tienen relación alguna con marcos teóricos supra existenciales. 

 

 

No existe una historia con H (mayúscula)

 

El eje de la historia humana es el individuo. Lo son sus esfuerzos en solitario o en asociación con otros individuos, sus triunfos y sus derrotas, sus aciertos y sus errores, sus decisiones para bien o para mal. La historia de la humanidad es la suma de una infinidad de pequeñas pero especiales historias individuales, de historias sin H (mayúscula). 

 

En general, todo lo humano es una impredecible mezcla de racionalidad e irracionalidad en donde lo único claro es la motivación de cada individuo para mejorar sus muy particulares condiciones de supervivencia (y de las de personas bajo su responsabilidad o aquellas objeto de su simpatía y solidaridad), con resultados expuestos a toda clase de eventos aleatorios.

 

En contraste, las historias con H (mayúscula) se basan en modelos deterministas con inexorables puntos de llegada a un estadio superior. A sus adeptos les gusta dárselas de que la Historia está de su lado, lo que corta de un tajo toda posibilidad de cuestionamientos y debates. Sin embargo, la grandiosidad de sus teorías, las estrafalarias pretensiones de su racionalidad, puede que impresionen, pero no son argumentos a su favor.

 

Si algo demuestra lo poco que conocemos de la historia de la humanidad es que su evolución ha estado sellada por altos y bajos, por avances y retrocesos, e incluso por eventos planetarios de los que desconocemos. La humana es una especie que aparentemente lleva cientos de miles de años de existencia, si no mas, pero de cuya historia solo se sabe con alguna precisión si acaso 10.000 años. 

 

Igualmente se sabe que lo que se llama “naturaleza humana” es relativamente inmutable. Los móviles de la conducta humana han sido los mismos durante un período relativamente extenso. Esa conducta ha estado circunscrita por las mismas pasiones, inclinaciones, virtudes y defectos que proliferan hoy en día. 

 

¿De dónde sale entonces la idea según la cual una relativamente invariable naturaleza humana genera a lo largo del tiempo de vida de unas generaciones un estado de conciencia inevitablemente “superior”? Después de que en el Siglo XIX Hegel y sus discípulos acogieran la hipótesis de que la humanidad estaba ad portas de ascender a etapas superiores de conciencia, se produjeron dos tenebrosas Guerras Mundiales, las aterradores matanzas de los comunistas y de los nazis, y una infinidad de inenarrables abusos y agresiones por todos lados. 

 

Ni siquiera se ha encontrado una suficiente explicación sobre la operación de las fuerzas que intervienen en la conformación de las conciencias individuales, pero se pontifica sobre la existencia y naturaleza de unas imaginadas conciencias “colectivas” o cósmicas. Sobre unas supuestas leyes universales que han regido y regirán los grandes destinos de la humanidad, como si el accionar de miles de millones de personas (de miles de millones de conciencias individuales) estuviera condicionado por ese imaginario.

 

 

La importancia del entorno material

 

Es innegable que los cambios en el entorno material inciden en los estados de conciencia de cada individuo. Pero esa conciencia individual está conformada por múltiples capas y elementos y la influencia del entorno material no es un fenómeno que se pueda explicar por unas simples relaciones mecánicas de causalidad. 

 

Por ejemplo, después de dos siglos de mejoras en las condiciones materiales de vida se ha consolidado un sistema de creencias, reglas y patrones de comportamiento, primero en Europa y después en otros lugares del planeta, que favorecen o están enfocados a acrecentar los niveles de riqueza. 

 

La mayor riqueza ha ampliado horizontes, ha proporcionado grados de libertad individual, y se podría argumentar que ha sido la base para el surgimiento de conciencias mas elaboradas o sofisticadas. Sin embargo, lo que realmente ha cambiado son los medios para obtener la mayor riqueza, pero la naturaleza humana sigue siendo la misma con todas sus virtudes y defectos. Los estadios de conciencia que resultan de cambios en el entorno material no son de por si superiores ni inferiores, así quienes viven en el presente se vanaglorien de una supuesta superioridad. 

 

En cualquier momento se pueden revertir los avances recientes. Valores y ordenamientos políticos favorables o amigables al progreso material pueden ceder su campo a otros que no lo son. Incluso no se puede descontar por completo la posibilidad de un holocausto nuclear, o el mal uso de una tecnología cada vez mas poderosa. 

 

Aunque es posible dilucidar tendencias históricas de muy corto plazo (de unos pocos años) que resultan de los comportamientos en el presente y en el inmediato pasado de individuos agrupados en comunidades, es imposible hacerlo para períodos largos. Lo único que es dable decir es que hay unos tipos de organización política y económica que son mas exitosos que otros en aspectos clave de la existencia humana como lo son la satisfacción de necesidades básicas, la resolución pacífica de conflictos y la prolongación de expectativas de vida. 

 

Si algo demuestra la poca historia conocida de la humanidad es que no hay garantía de un futuro determinado. Se dice, no sin razón, que en cualquier área de la actividad humana, el éxito trae consigo el germen de su propia destrucción. 

 

Mejor dicho, el mejoramiento progresivo de las condiciones materiales de vida hay que ganárselo en el día a día. Es parte de la lucha por una mejor supervivencia, la que sufre permanentes y continuos acosos de fuerzas que le son contrarias.

 

 

Lo colectivo es un resultado y no un fin en si mismo

 

Lo colectivo no tiene vida propia. No es un ente autónomo. Es un gran agregado que queda después de la interacción de innumerables actuaciones individuales. De actuaciones de personas que poseen poderes de decisión que se materializan en conductas específicas que difieren las unas de la otras. 

 

La vida y su evolución es la de las personas y no la de un gran agregado que solo existe en la mente de unos “iluminados”. No hay propiamente una conciencia colectiva. Existen si una infinidad de conciencias cada una comportándose según sus visiones exclusivas de unas realidades que también les son exclusivas.

 

Lo único que se puede decir sobre ese gran agregado (sobre lo colectivo) es que hay unos ordenamientos sociales (políticos, económicos y culturales) que son mas eficaces que otros en resultados de mejoramiento individual, especialmente en lo material. Y que los mejoramientos individuales irrigan beneficios en calidad de vida en las comunidades donde tienen lugar.

 

Pero esos ordenamientos no son los imaginados por unos interlocutores que se creen dueños del destino de otros seres humanos. Los ordenamientos que han probado ser los mas amigables al progreso material son aquellos donde prevalece la libertad de conciencia y donde cada quien lucha por el futuro de sus preferencias sin atropellar o abusar del vecino. 

 

No lo son aquellos ordenamientos a través de los cuales unos fanáticos partidarios de la historia con H (mayúscula) imponen a la fuerza su concepto de futuro a personas que nada que ver con ellos en cuanto a trayectoria existencial, gustos o aspiraciones de vida.

 

 

Los promotores de paraísos terrenales

 

El trasfondo de la historia con H (mayúscula) es religioso y se remonta a esa ancestral idea de que existe un Dios perfecto que creó un universo armónico. Resulta entonces que si eso así, ¿por qué creó un ser humano imperfecto, racional y animal al mismo tiempo, errático, sujeto a conductas no solo constructivas sino destructivas? Vaya uno a saber de dónde salió la idea de que la perfección es alcanzable en un mundo condicionado por el tiempo y el espacio.

 

En este tema si que la imaginación vuela y el cuerpo se arrastra. Al final de cuentas, al menos en su vida aquí y ahora, el ser humano es una curiosa mezcla de racional y animal. Como ser animal está expuesto a todas las vicisitudes de esa condición. Con su racionalidad puede aminorar las flaquezas y debilidades de su condición animal, pero también puede empeorarlas como se ha demostrado tantas veces.

 

El ser humano puede adoptar un código ético que haga su vida mas gratificante y llevadera con otros seres humanos o puede adoptar otro que promueve comportamientos anti sociales y oprobiosos. La fe religiosa no tiene una explicación racional, pero al menos trae esperanzas y puede ser portadora de un anhelo totalmente legítimo cuando es fuerza constructiva.

 

De hecho, las trayectorias de religiones como la cristiana, que se basan en historias personales que hacen parte de un proceso de revelación de una verdad, son mas esclarecedoras que las ideas de unos filósofos que sacan de su cubilete mental unas leyes abstractas que según ellos son las que determinan el devenir humano. Por lo menos la fe religiosa se alimenta de experiencias personales y su espiritualidad está a la vista del mundo. 

 

En cambio, los filósofos critican las creencias religiosas por no cumplir unos mínimos estándares de racionalidad, pero las premisas en las que se basan sus modelos tampoco son comprobables y lo mas grave, es imposible conocer de antemano sobre las conductas individuales que sus teorías validan. 

 

De todas maneras, con religión o sin religión de por medio, no hay bases para sostener que el ser humano va en camino hacia un futuro de paz y armonía en este planeta, ni que su universo esté sincronizado para alcanzar unos determinados equilibrios en planos “superiores” de conciencia.

 

Al final de cuentas, no es la imposición de unas creencias “colectivas” que desdibujan responsabilidades personales, las que conducirán a estadios superiores de civilización o a inéditos paraísos antes o después de la muerte. La única alternativa razonable es la adopción de modos de organización de conductas individuales que han probado ser mas conducentes que otros modos para el logro de mejoras en las condiciones de vida y la esperanza de que esas mejoras faciliten el surgimiento de formas mas coherentes y ecuánimes de racionalidad.

 

Son metas parciales de mejoramiento, en condiciones de libertad y respeto mutuo, lo disponible en el menú de lo mejor alcanzable. Los intentos de supeditar los comportamientos humanos al logro de paraísos y etapas históricas “superiores” no hacen parte de ese menú. 

 

Al no darse resultados, la excusa para los promotores de estas aventuras de la historia con H (mayúscula) es echarle la culpa a opositores reales o imaginados, recurriendo a toda clase de arbitrariedades para hacerlos desaparecer del mapa. Todo vale para ellos cuando se trata de alcanzar estadios históricos superiores: no importan los retrocesos en las condiciones de vida, ni la demolición de valores tradicionales de convivencia, ni el sometimientos de numerosas poblaciones a unos miserables tiranos. 

 

Lo curioso es que la humanidad nunca aprende de una historia que vuelve y se repite: los promotores de los paraísos terrenales (a todos los niveles) terminan convirtiéndose en constructores de infiernos. Otra constante histórica: nunca se arrepienten de los trágicos resultados. Su peligrosidad no tiene límites y desafortunadamente la ingenuidad de quienes se convierten en sus víctimas tampoco. Tal uno de los aspectos mas siniestros de la condición humana.