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Jorge Ospina Sardi

 

Estas categorizaciones, que se utilizan para definir y concretar creencias y posturas políticas, no aclaran sino que confunden. Los extremistas son los únicos que se sienten a gusto con su utilización.

 

En la jerga política actual los extremistas se auto definen como de izquierda o de derecha y quienes no se sienten a gusto ahí, o sea la gran mayoría de la población, han terminado por refugiarse en el “centro”. Si no se pertenece a la “derecha” ni a la “izquierda” quedan las alternativas del “centro derecha”, el “centro izquierda”, o simplemente el “centro”.

 

Los extremistas no se complican tanto la vida. Para ellos el mundo político tiende a ser bipolar. Se divide entre izquierda y derecha. Para los no extremistas, en cambio, el mundo político es rico en matices y alternativas. 

 

Los extremistas tienden a hacerse a poderes omnímodos. En esa aspiración no regatean con el uso de la fuerza bruta. Violan derechos básicos y restringen libertades para alcanzar sus fines políticos, cualesquiera que ellos sean. Se sienten en su salsa con eso de que “el fin justifica los medios”. 

 

Los extremistas no son amigos de procedimientos democráticos. No creen en elecciones transparentes ni en la separación de los poderes públicos. El poder político está para servir primordialmente sus muy específicos intereses y los de sus entornos personales cercanos. Los negocios del gobierno son inseparables a los suyos. 

 

 

Lo primero es distinguir entre extremistas y no extremistas. El juego de los extremistas es llamar extremistas a quienes no están con ellos. Colocarlos en el mismo costal en el que ellos están. Y por eso dividen a la sociedad entre “izquierdistas” y “derechistas”. 

 

Los no extremistas son partidarios de dirimir las diferencias políticas dentro de cauces democráticos institucionales, con el uso de la razón en lugar de la violencia, sin pretensiones de arrogarse poderes absolutos.

 

En otras palabras, los no extremistas no pertenecen realmente ni a la “izquierda” ni a la “derecha”. Se es extremista o no se es y eso es crucial a la hora de establecer diferencias y decidir acerca de preferencias políticas.

 

En realidad lo importante para los no extremistas es en primer lugar reafirmar las credenciales no extremistas de sus creencias. En segundo lugar, exponer sus tesis o planteamientos programáticos sin encuadrarlos en camisas de fuerza ideológicas, para lo lo cual es aconsejable el uso de criterios técnicos y la aplicación de unas mínimas dosis de sentido común. 

 

Que esas tesis o planteamientos eventualmente traigan consigo cambios profundos en ordenamientos económicos y jurídicos, no necesariamente implican que sean extremistas, siempre y cuando no crucen las líneas rojas que impone el respeto a una institucionalidad democrática y la protección de derechos y libertades fundamentales.

 

Para reafirmar estas credenciales no extremistas no se requiere emplear el gaseoso e indefinido término “centro”. Lo único que se requiere es exponer las virtudes de las propuestas programáticas, las cuales deben ser evaluadas por sus propios méritos. Tildarlas  de izquierdistas, derechistas o de centro, no lleva a ninguna parte. O son convenientes o no lo son y eso es lo que importa.

 

 

Incorporar a todos los partidos políticos no extremistas en una canasta llamada “centro” desfigura sus identidades. Los hace parecer como “los mismos con las mismas” cuando de hecho las diferencias entre ellos pueden llegar a ser trascendentales desde el punto de vista del impacto de sus propuestas.

 

Lo que le conviene a los extremistas es precisamente meter a todos los no extremistas en una sola canasta y luego hacerle creer a la gente que esa canasta es una sola y tan extremista como la de ellos. De esta manera se inflan como alternativa política destruyendo la diversidad y la riqueza programática de los partidos no extremistas, los que por historia y distintas tradiciones intelectuales no se sienten a gusto haciendo parte de un solo y único conglomerado. 

 

En este último sentido es mucho mas ilustrativo el uso de términos como el de conservador, liberal, libertario y socialista. Por ejemplo, el apego a tradiciones y formas heredadas de relacionamiento social y político y el compromiso con una gradual y ordenada evolución de las instituciones exitosas, es una posición muy “conservadora”. La inclinación a continuas transformaciones institucionales hace parte de una cultura imperante en entornos “liberales”. El rechazo a las actuaciones de autoridades que obstaculizan las libertades individuales es una postura muy “libertaria”. El uso del gobierno bajo distintos pretextos para controlar aspectos importantes de la actividad privada es en su esencia “socialista”.

 

Obviamente existen toda clase de cruces verticales y transversales en estos posicionamientos políticos. Una persona puede tener posturas “conservadoras” frente a determinados temas y “liberales” frente a otros temas. Igual hay liberales que se inclinan hacia posiciones estatistas y en eso pueden coincidir con los socialistas. 

 

Estos cruces tienden a ser muchos y muy variados. Se puede ser conservador en temas culturales y libertario en temas económicos, para citar otro ejemplo. Pero igual hay posiciones irreconciliables o incompatibles como la de los libertarios y los socialistas en temas económicos y a veces entre los conservadores y libertarios en temas culturales. 

 

Todo esta variedad y riqueza en posturas y posicionamientos políticos se pierde cuando se utilizan, en definiciones y descripciones, expresiones sin historia ni pertenencia a trayectorias intelectuales vividas y sufridas. Este es el caso de las expresiones “centro derecha”, “centro izquierda” y “centro”. 

 

Estas expresiones, al igual que “derecha” e “izquierda”,  podrían tener relevancia estratégica en una cancha de fútbol o en la de cualquier otro deporte, pero se vuelven completamente limitantes y para nada esclarecedoras cuando nos referimos al diverso, complejo y multidimensional universo en el que se desarrolla la política.

 

 

A título de ilustración, tomemos como referencia un tema que ha recobrado especial importancia en la política actual: los posicionamientos frente a los tamaños de los Estados y a sus funciones reguladoras de las actividades empresariales e individuales. 

 

El creciente costo de unos Estados paquidérmicos y burocratizados, el uso de tecnologías intrusivas por parte de los gobiernos que no existían hace poco tiempo  y las pretensiones de muchos políticos a acrecentar su poder a costa de la actividad productiva, han colocado a este tema en el centro del debate político actual.  

 

En algunos círculos conservadores y entre los libertarios especialmente hay una reacción en contra de ese creciente intervencionismo y poder estatal, o de lo que se puede denominar “exceso de socialismo”. 

 

La lucha contra el engrandecimiento del Estado, contra su insidioso involucramiento en las actividades de empresas e individuos, contra el creciente despojo y apropiación de ingresos y riquezas que no son suyos, y contra la proliferación de toda clase de corrupciones y enriquecimientos parasitarios de las clases políticas y de los funcionarios detrás de estos procesos, es una bandera que ha acercado a conservadores y libertarios. 

 

A los liberales, en cambio, no los desvela mayormente ese “exceso de socialismo”. Solo el retorno entre ellos a un pragmatismo político que hace parte de sus tradiciones intelectuales los podría rescatar de un camino en el que se han embarcado mas allá de lo aconsejable desde el punto de vista de la protección de las libertades empresariales e individuales y de un funcionamiento dinámico de las sociedades. 

 

A todas estas ¿qué decir de los socialistas no extremistas? Los denominados social demócratas. Con sus políticas estatistas han impuesto en muchas comunidades gobiernos económicamente insostenibles y cuasi totalitarios en lo político. No se puede esperar mucho de estos socialistas. Siguen en la lucha por acrecentar el estatismo en todos los niveles de la actividad humana. Tienen una fe ciega y fanática en las virtudes del intervencionismo estatal. Es un contrasentido pedirles que participen en la reversión del actual “exceso de socialismo”. 

 

 

Se quedan en el tintero muchos otros temas sobre los cuales hay significativas diferencias entre los diferentes partidos. Por ejemplo, a cuáles grupos de la población se debe favorecer con la actividad estatal y con cuáles instrumentos de política hacerlo. Igualmente está el tema de cuál debería ser el rol de los gobiernos como garantes de la seguridad pública. O los temas involucrados en el manejo de la política macroeconómica.  

 

En fin, las diferencias sobre estos y otros temas pueden llegar a ser múltiples y de alto impacto sobre la calidad de vida de las poblaciones. Pero el debate no es entre tales o cuales “centros”, ni entre tales o cuales “derechas” o “izquierdas”, ni entre las distintas combinaciones que se puedan hacer con estas palabras. 

 

El verdadero debate es entre conservadores, liberales, libertarios, socialistas y extremistas de todas las pelambres. Es decir, entre partidos políticos de carne y hueso, con nombres que evocan y convocan los sentidos de pertenencia de las almas y corazones de seguidores y partidarios.