Jorge Ospina Sardi
Muchos analistas decían que China se convertiría en la primera potencia económica del planeta en referencia a su progreso en las últimas tres décadas. Estaban equivocados.
Buena parte de la legitimidad del gobernante Partido Comunista de China (PCC) se ha basado en sus logros económicos. Durante tres décadas el país se abrió a la inversión extranjera. Una mano de obra barata y disciplinada y un mercado interno gigantesco fue imán que atrajo el interés de las grandes multinacionales de Estados Unidos, Europa, Japón y Corea.
La considerable inversión extranjera que se radicó en varias ciudades chinas catapultaron sus exportaciones al resto del mundo. En la práctica China se convirtió en el principal centro de maquila planetario de muchas de esas grandes multinacionales. Con el apoyo de tecnología y capital externo, también se abrieron paso en los mercados mundiales empresas chinas con productos de bajos precios.
Otro pilar en la estrategia de crecimiento económico del gobierno chino fue el impulso al sector de la construcción urbana y de la infraestructura en general. En poco tiempo nuevas edificaciones surgieron de la nada y el país se llenó de autopistas y de líneas ferroviarias de alta velocidad.
El boom de la construcción duró cerca de 25 años y fue una significativa fuente de empleo, entre otras, para una población migrante desde las zonas rurales hacia los grandes centros urbanos. Por sus encadenamientos productivos, generó una importante demanda de bienes y servicios del resto de la economía.
A lo anterior habría que añadir la capacidad mediática que tiene el PCC para atribuirse logros que en último término son los del pueblo chino, como si fueran resultados exclusivos de su liderazgo. En ese empeño ha ‘inflado’ las cifras estadísticas relacionadas con el desempeño de la economía en medio de un entorno en el que no hay libertad de expresión y se restringe al máximo la presencia de medios de comunicación extranjeros.
De todas maneras, algo si es evidente. Que un gobierno dictatorial como el de China puede durante un tiempo estimular artificialmente (mas allá de la demanda o de las posibilidades de los consumidores) sectores específicos de la economía. Alterar la asignación de recursos en forma tal que se favorezca a unos determinados sectores seleccionados como prioritarios. Y ese fue el caso con el sector de la construcción.
Al final de cuentas, con presupuestos y créditos públicos, y con financiaciones externas, el PCC creó una burbuja inmobiliaria sin precedentes. Muy superior en términos absolutos y relativos a la de Japón en los años ochenta y a la de Estados Unidos en 2008-2009.
Esa burbuja ya era de inmensas proporciones cuando estalló la crisis económica global de 2008-2009. En ese momento el PCC optó por inflar aun mas la burbuja con créditos y estímulos adicionales. Pretendía así amortiguar el impacto recesivo de esa crisis global.
Todo ello desembocó en la situación actual en la que el sector de finca raíz ha llegado a representar cerca del 27% del PIB cuando en otros países es inferior a 12% del PIB. Un sector completamente sobre ofrecido, con miles de proyectos sin terminar, con unos desarrolladores y constructores altamente endeudados, y con infinidad de compradores que perderán irremediablemente su inversión.
Para agravar el tema, los proyectos inmobiliarios eran una muy importante fuente de ingresos de las municipalidades (por concepto de la venta de tierras públicas que poseían y que transformaron de rurales a urbanas para tales efectos). El freno a estos proyectos ‘fantasmas’ se traducirá para muchos municipios en una reducción significativa de ingresos, de empleos y de actividad económica en general.
La pandemia del Covid-19, originada y propagada al planeta desde allá, le trajo consigo a la economía china problemas económicos adicionales de mucho impacto, no solo por la destrucción de pequeños y medianos negocios como lo ha sido en todos los países, sino también en su economía exportadora. La pandemia puso en evidencia la fragilidad de la cadena de suministros de los centros internacionales de maquila establecidos en su territorio.
Prácticamente de la noche a la mañana desapareció una de sus ventajas comparativas: los bajos costos de una cadena marítima de suministros organizada alrededor de los altos volúmenes de tráfico hacía China y desde China. Los costos de transporte marítimo de los productos finales allá ensamblados se triplicaron y hasta se cuadruplicaron durante 2020-2021, sin que esté todavía a la vista el retorno a la normalidad anterior.
La respuesta del PCC a todos estos problemas económicos ocasionados tanto por la pandemia como por políticas díscolas relacionadas con el sector de la finca raíz y por las cuantiosas pérdidas ocasionadas en la construcción de grandes proyectos de infraestructura no concordantes con la demanda y con los niveles de ingreso de la población, ha sido básicamente defensiva. China se ha encerrado en sí misma como no lo había hecho en décadas.
Mayores restricciones y controles tanto a la inversión extranjera como a las empresas mas exitosas del país. Represión a todo lo que el PCC considera como una amenaza a su supremacía política. Sin ‘querer queriendo’ ha demostrado que la arbitrariedad reflejada en cambios unilaterales en las reglas de juego es elemento predominante en su gobierno.
Ha demostrado que inversionistas y acreedores extranjeros (y los privados nacionales) no disponen de unas mínimas garantías. Por ejemplo, los acreedores internacionales de las grandes firmas inmobiliarias han visto como están en proceso de perder todo el capital que prestaron porque han sido colocados de últimos en la fila.
En China la ley gira al vaivén de los caprichos del PCC. Pasa el tiempo y siguen los incumplimientos a las reglas que regulan la inversión y el comercio internacional, por ejemplo en temas críticos como el de la propiedad industrial y el robo de conocimiento tecnológico.
Aparentemente las grandes multinacionales por fin se han dado cuenta que esta es una situación que en lugar de mejorar tiende a empeorar. Varias de ellas ya han tomado la decisión de abandonar a China o de buscar nuevos horizontes en Asia o en América Latina en el caso de sus nuevas inversiones.
Por otro lado, las consecuencias depresivas del reventón de la burbuja inmobiliaria serán sin duda duraderas. Si los estimativos del PIB fueran confiables, China tendría que castigar alrededor de un 15% de su valor debido a que se contabilizaron bienes raíces que no tienen ni tendrán utilidad o uso alguno en un futuro cercano.
Son impredecibles las consecuencias políticas de una crisis económica que podría extenderse durante varios años. Por ahora lo único que se puede anticipar es que el PCC intentará lo de siempre: 1) ‘tapar el sol con las manos’ haciendo uso de un refinado aparato propagandístico y de una abierta manipulación de cifras estadísticas y de información; y 2) acudir a toda clase de sistemas de represión y aislamiento de fuerzas y voces disidentes y opositoras.